Durante el verano, aumenta el tiempo libre con las vacaciones de los estudiantes en los colegios, mientras esperan la llegada del curso 2023-2024. A lo largo de semanas, son varias las personas que se aficionan a descubrir algún juego de mesa nuevo. Sin duda, una forma divertida de pasar las horas en compañía mientras se está en casa.
Uno de los elementos imprescindibles que ya no faltan en las maletas de viaje con destino a la playa son las cartas o los míticos juegos como el Monopoli, el Uno o el Parchís. Además, una de las ventajas que poseen los juegos actuales es que sus pequeñas dimensiones permiten su fácil adaptación a cualquier espacio de equipaje.
Compartir momentos de diversión durante las altas temperaturas se ha vuelto un elemento clave para sobrellevar las olas de calor de este verano 2023. Por eso, las playas se llenan de sombrillas, toallas, cremas y también de juegos donde poder amenizar la jornada veraniega.
El parchís está pensado para jugar en cualquier situación y a cualquier edad. Su estreno en los hogares españoles está asegurado si se trata de la primera vez que se aprende a mover casilla para intentar ganar a los rivales.
Así, se ha convertido en uno de los juegos más populares del mundo entre niños y mayores. Para jugar a este juego se necesita tener un tablero que está compuesto de 100 casillas y cuatro casas de diferentes colores, que suelen ser en amarillo, azul, verde y rojo. Y, es que, al inicio del juego, cada jugador empieza la partida con cuatro fichas de un color con el objetivo de que lleguen hasta la meta después del recorrido del circuito.
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Los orígenes del parchís pasan por conocer la procedencia de esta palabra, que significa "25". De hecho, este número corresponde con la cifra máxima que se podía alcanzar al lanzar las conchas de un molusco antes de la existencia del juego de los dardos en la India.
Este tablero tuvo un gran éxito entre las clases más humildes que pasaban más tiempo en casa. Así, usaban un tablero como una especie de paño pintado en el que se incluían piedras coloreadas o conchas que imitaban a las actuales fichas.
Se mandó construir a tamaño real en la India
El origen de este juego se remonta al siglo VII, donde ya existían indicios de partidas entre amigos con un juego parecido al actual parchís que recibía el nombre de Patolli. Aunque este no es el único nombre previo al que conocemos hoy en día, ya que posteriormente pasó a llamarse Chaupar o Pacisi.
Todos han jugado al Parchís: niños, adultos y ancianos. El juego se ha ido pasando generación tras generación, una tradición que ya se seguía en el siglo XVI con el emperador Akbar el Grande, quien ordenó hacer en tamaño real el propio juego para poder disfrutarlo en su palacio de Fatehpur Sikri en Agra (la India).
Durante este tiempo, los inicios de las partidas se basaban en un tablero de mármol donde las fichas eran dieciséis mujeres que formaban parte del harén del emperador. Las jóvenes estaban distribuidas en cuatro equipos diferentes en función del color de su vestimenta, mientras tenían que llegar al centro del tablero.
Sin embargo, Akbar el Grande dirigía el juego. Era el encargado de decidir qué mujeres llegaban hasta el centro y de establecer las normas del juego, afectando a los equipos participantes.
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Al contrario de lo que pueda parecer, el juego del parchís tiene una extensa trayectoria histórica. Por ello, es casi imposible establecer con exactitud su origen. Una teoría sobre su nacimiento y propagación se remonta incluso hasta el siglo III, concretamente al oeste de la India. Desde allí se habría extendido hasta China durante la dinastía Wei.
Sin embargo, otra teoría, extraída de un texto perteneciente a la dinastía Song, habla del juego chino ch’u-p’u, el cual podría ser antecesor del pachisi indio. Es casi imposible determinar a partir de qué juego surge el parchís, aunque la explicación más extendida en la actualidad es que procede del backgammon.
¿Cómo se extendió el parchís en el mundo?
Otra de las preguntas clave alrededor de la historia del parchís es saber cómo fue extendiéndose y pasando de una cultura a otra. En ese aspecto jugó un papel fundamental su capacidad de atracción. Esta fue la que cautivó a dos misioneros jesuitas, Antonio de Monserrat y Rodolfo Acquaviva.
Durante unas misiones evangélicas en la India, ambos quedaron fascinados con la dinámica del juego y, sobre todo, con un tablero que tenía dibujada una cruz, la cual formaba el recorrido a realizar. Sin embargo, su enamoramiento fue tan fulgurante como efímero, ya que una vez descubrieron que este dibujo nada tenía que ver con Dios, perdieron su interés por el juego. No obstante, dejaron constancia de él en algunos de sus textos.
Con el paso de las generaciones, el parchís fue evolucionando a medida que lo hacían los tiempos. Así fue como en el siglo XVI, Fernando I de Médici le regaló un ejemplar a Felipe II. Su influencia en la Edad Media fue tan grande que muchos historiadores llegaron a comparar su idiosincrasia y su aspecto con los conocidos laberintos de la época. No obstante, su llegada a Occidente se atribuye normalmente a los musulmanes y su irrupción en Europa a través de la Península Ibérica.
Una vez había llegado hasta Occidente, el siguiente paso era su extensión. La popularización del juego llegó gracias a la influencia británica muchos siglos después, ya que fueron ellos quienes lo acoplaron a su cultura y lo adaptaron a sus diferentes estratos sociales. Tras su colonización del subcontinente indio, el parchís se convirtió en una de sus grandes señas de identidad. Incluso la reina Victoria se hizo una gran aficionada. Por ello, a mediados del siglo XIX surgió la primera versión totalmente occidentalizada, el parkase.
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Su expansión provocó la diferenciación entre dos tipos de juego, uno para adultos que permitía la realización de apuestas, igual que las cartas, y otra para niños, más simple y lúdica. Gracias a ese paso se popularizó entre las familias y dio el salto a las mesas de juego de las casas de toda Europa. No obstante, en cada región recibía un nombre diferente. Pero en su base, todos tenían la misma naturaleza. Alemania, Italia, Suiza y hasta Finlandia lo acogieron con fuerza.
El parchís no solo se popularizó en Europa, también en Estados Unidos, donde arrancó su explotación comercial: John Hamilton registró los derechos del juego indio con el nombre de parcheesi. Poco después, estos derechos fueron adquiridos por Albert Swift, quien a su vez los vendió al fabricante de juegos norteamericano Selchow & Righter en el año 1870.
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A partir de ahí comenzó su irrupción imparable en todos los mercados de ocio. La empresa propietaria registró la marca en 1874 y lo convirtió en el juego más vendido hasta la década de los años 30. Desde ese momento, muchas empresas se unieron a la fiebre del parchís, lo que provocó que se popularizara tanto hasta convertirse en el rey de los juegos de mesa.
No obstante, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, seguramente nadie podía esperar que solo unas décadas después, y con motivo de la explosión de las nuevas tecnologías e internet, el parchís sería un juego universal que cada ciudadano del mundo pudiera llevar en su mochila o incluso en la palma de su mano con su teléfono móvil, su tablet o su ordenador portátil.