La mayoría de las sociedades científicas ponen a disposición de sus profesionales diferentes guías diagnósticas o terapéuticas sobre determinados temas de su especialidad y/o competencia. No obstante, si algo ha marcado los últimos años del siglo XXI, son los enormes y continuos avances en innovación, lo que hace preciso mantener estos documentos actualizados. La importante tarea que supone y la mejor forma de hacerlo ha sido uno de los temas de debate de la segunda jornada del IV Simposio del Observatorio de la Sanidad organizado por EL ESPAÑOL e Invertia.
La conversación ha estado protagonizada por Ángel Cequier Fillat, profesor titular de Cardiología de la Universitat de Barcelona y secretario general de la Federación de Asociaciones Científico Médicas Españolas (FACME), y José Andrés Gómez, redactor jefe de Ciencia y Omicrono. "La idea de las guías es transmitir la evidencia científica más reciente a la práctica clínica", conceptualiza el experto.
Las cuestiones que determinan la valoración de una actualización son varias. Entre ellas, predominan la importancia clínica de la innovación, si afecta a la mortalidad y la calidad de vida de los pacientes o si podrá aminorar los ingresos hospitalarios. "La relación entre coste beneficio no está considerada en las guías, es una de las limitaciones. Por tanto, el impacto clínico potencial es lo que decide qué parte de la guía o qué guía debe renovarse o no", puntualiza el secretario de FACME.
No obstante, no todas las actualizaciones tendrán el mismo peso. Según declara el profesional, hay distintos niveles y categorías que ayudarán al personal médico y sanitario. Dependerán de si la evidencia viene acompañada de estudios controlados aleatorizados —los más rigurosos— o si, en cambio, no hay mucha evidencia científica detrás. "En ese caso, reunimos a un consenso de expertos para ver qué debemos hacer", aclara Cequier.
Una tarea titánica
La tarea se dibuja ardua. El propio profesional reconoce que "hacer una guía es un esfuerzo muy importante". De hecho, emplea la palabra "titánico". En el caso de Cardiología, la especialidad que maneja, habla de una renovación cada cuatro o cinco años. Por eso, en el caso de la Sociedad Española de Cardiología (SEC) se decidió desde hace algunos años adoptar las guías que elabora la Sociedad Europea de Cardiología (ESC, por sus siglas en inglés). "Es el cúmulo de distintas sociedades y vimos que no merecía la pena hacer esfuerzos tan titánicos", reconoce.
El problema es que las guías europeas no entran en detalle de los sistemas sanitarios de cada país. El mismo Cequier lo señala: "Esto es un problema y tiene una serie de limitaciones". Lo que se hizo desde la SEC para subsanar el obstáculo fue traducir las guías al español y, además, introducir un análisis crítico de autores españoles para ver cómo se puede implantar en el país. "Si las aplicamos de una manera estricta, sólo las pueden aplicar los países que son muy ricos".
El tema del coste de aplicación de la innovación es un debate muy importante. Cequier recuerda, por ejemplo, los años de la crisis económica, en los que había restricciones muy importantes: "Cosas que podíamos hacer antes, ya no". "Hay que tener en cuenta el nivel asistencial y socioeconómico donde se deben implantar y esa es una de las limitaciones, incide.
El ejemplo de Reino Unido
Sortear este obstáculo, así como muchos otros, sería viable si España adoptase el modelo de otros países europeos en cuanto a la elaboración de guías de práctica clínica. El profesional pone el ejemplo del NICE británico (National Institute for Health and Care Excellence), un organismo independiente que se encarga de determinar cuáles son las guías que hay que aplicar y actualizar y realizar análisis sobre el beneficio clínico de la innovación y las posibilidades de implantación. En este punto, el secretario de FACME reconoce: "No tenerlo es un déficit y una de las fragilidades de nuestro sistema".
"Teniendo en cuenta la descentralización de la sanidad en España, un organismo de este tipo facilitaría la aplicación de nuevas tecnologías, nuevos fármacos y sortearía la inequidad", prosigue el profesional. Inequidad entendida en que en algunas comunidades se aprueban fármacos para unos escenarios y en otras para otros.
"Necesitamos un instituto tipo Nice. Un organismo como este ayudaría de una manera determinante a clarificar la importancia de asumir la innovación en determinados escenarios", reclama Cequier.