Fue tan duro lo del lunes que el martes, al sonar el timbre, apenas había diputados en el Congreso. Los pocos que asistieron a las nueve se iban a por café nada más dejar las cosas en el escaño. Quienes lideraban las bancadas eran esos que jamás saldrán en el telediario.
Era sencillo atisbar en sus caras de sueño el mensaje en el grupo de WhatsApp la noche anterior: "Oye, os toca. Tiene que haber alguien". A los que no les quedó más remedio que madrugar fue a los ministros. Teresa Ribera dejó sobre la mesa las gafas de sol y un botellín de agua, que viene siendo desde la Creación el mejor kit contra la resaca.
Hace un lustro, una parada del Metro perdió el nombre de "Campo de las naciones" [ahora se llama Feria de Madrid]. En un ejercicio de Memoria Democrática, Sánchez podría bautizar así al Congreso que se nos ha quedado.
Era un espectáculo. Salían los diputados nacionalistas a la tribuna e iban aclarando uno a uno que su nación es otra. Fíjense en esta literalidad: "Mi nación es Galicia y espero que el futuro de esa nación pronto no se decida aquí".
Míriam Nogueras dijo algo parecido sobre Cataluña. Joan Baldoví, sobre Valencia. Y Mertxe Aizpurua, sobre "Euskal-Herria". Si uno del grupo mixto se hubiera presentado como Aureliano Buendía y se hubiese dicho de Macondo, habría pasado desapercibido.
Manuel Azaña, nada sospechoso de "fascismos", hablaba de ser "naturalmente español". Este miércoles le habría dado un infarto. Porque lo natural era... justo lo contrario. Lo que ocurre es que en el Campo de las Naciones de la Carrera de San Jerónimo han ocurrido tantas cosas... que ya es muy difícil sorprenderse.
Sánchez seguía como lo dejamos ayer, como si hubiera dormido en el butacón. Bebía tanta agua que nos entraban ganas de mear a los demás. Tenía la jarra junto al asiento y el vaso de marras en la tribuna, donde abría sus cuadernos escritos a mano como el sacerdote que abre el Evangelio.
Puestos a inventar países, se puede inventar cualquier cosa. Fíjense: el presidente del Gobierno habló de un "hito de la alta velocidad" para referirse al tren de Extremadura, cuyo trayecto a Madrid es mucho más corto en coche.
En la cafetería, un grupo de periodistas hablaba de redactar un manifiesto en busca de que el Debate sobre el estado de la Nación tarde otros siete años en celebrarse. Si la propuesta se registrara en la Cámara, saldría aprobada por mayoría absoluta.
Es muy duro ser ministro en días así. Porque tienen que pasar mucho tiempo dentro de la sala. Parecía que se morían de hambre. Hasta que Félix Bolaños, solucionador de problemas de Moncloa, comenzó a distribuir un piscolabis. En concreto, una bolsa de frutos secos.
La cogieron con ganas Isabel Rodríguez, Miquel Iceta y Carolina Darias. Iceta se sacudía las manos para no manchar el móvil. Les pilló un fotógrafo... y algunos comenzaron a masticar más rápido.
Estaban sentados todos juntos, como en el almuercico de Pamplona tras el encierro. Les faltaba algo de beber. Y los huevos de Aitor Esteban, que sacó el refranero a pasear: "El que quiera tener pollos el día del señor, que eche la llueca [la gallina] el día de la Ascensión".
Aitor, el del tractor, es el único superviviente del Debate de hace siete años. Parafraseando a Gary Lineker, podría decirse que la política española es un deporte de once contra once en el que siempre gana el PNV. Sólo él habla con una mano en el bolsillo. Y con esa seguridad no hablan ni los villanos de los puros.
El Debate era muy duro. Los ministros se peleaban por los cacahuetes. ¡Cuánto daba de sí aquella bolsa! Parecía lo de los panes y los peces. Marca "Alesto", "mix de frutos secos con nueces de macadamia".
Tanto hablarles la oposición del "pasteleo"... pues les entraba el hambre. La diferencia entre el político fuera y dentro del hemiciclo resultaba palmaria. Les miraba desde la tribuna Begoña Villacís, que parecía haber visto la primera sesión en un solárium.
Nosotros también mirábamos desde la tribuna, pero soñábamos con mirar como lo hace Juan García Gallardo, el vicepresidente de Castilla y León, que al no tener competencias puede dedicar parte de su tiempo a ver si los sorianos follan o no con fines reproductivos.
Carolina Darias, de Sanidad, no pudo más. Quiso salir del hemiciclo cuando se acabó el aperitivo, pero acabó retenida, bloqueada, entre las piernas de Iceta e Isabel Rodríguez. Intencionada o desintencionadamente, los ministros bloquearon a la ministra. No había manera de huir.
A eso de las cinco y pico, la presidenta del Congreso puso fin al martirio. Este tipo de sesiones, a grandes rasgos, dividen a los parlamentarios en dos clases: los que salen y se van a casa porque hay que madrugar y los que preguntan "¿dónde se toma algo?". Esas son, en realidad, las dos Españas.
Pero, sorpresa, cuando parecía que estaban todos los frutos secos vendidos, apareció él entre la multitud. En el patio que une el Parlamento con el nuevo edificio de los despachos. Iba muy rápido, seguro que tratando de esconderse.
Barba poblada. Frondosa, incluso. Gafas de pasta oscura, redondas... y un larguíiiisimo puro en la boca. Delgadito, pero un puro al fin y al cabo. Se llama José María Sánchez. Diputado por Alicante. Natural de Madrid, 55 años. Doctor en Derecho y... [¡preparen las palmas los fontaneros de Moncloa!] miembro de Vox.
No pudimos terminar la crónica. Corrimos tras don José María. Se dirigió a un restaurante muy caro a orillas del Congreso. Un restaurante carísimo que no paga impuestos y en cuya barra sólo hay periódicos de derechas. Recorrió un pasillo hasta el fondo, abrió una puerta y...