Por fin cuelgan a alguien en la Puerta del Sol. A Valle-Inclán le dolía mucho que en el kilómetro cero de Madrid no hubiera habido una guillotina como las de la Francia revolucionaria. Si alguien podía lograrlo era la conjunción de Isabel Díaz Ayuso y Esperanza Aguirre. Suele decirse que no conviene mezclar la Absenta con otros licores. Pues si se mezclan, pasa esto.
Era la una y media del lunes. Nos citaron a la hora del aperitivo para descubrir el óleo que iba a inmortalizar a Esperanza. Aunque en la cabeza de Ayuso, Esperanza siempre ha sido inmortal. De no ser por la rigidez del protocolo, habríamos acabado en Richelieu o en alguno de esos bares de la llamada costa de los cardenales. Podíamos paladear el vermú aunque no lo hubiera.
Se colocaron Esperanza y Ayuso a uno y otro lado del cuadro, cubierto por un telón rojo. El respetable se preguntaba cómo era posible que, en lugar de una sábana tradicional, no se hubiera tapado la pintura con un capote de Morante.
Llevábamos muchos años con la tradición de los retratos rota. En España, ya lo saben, lo contracultural hoy no pasa por romper las tradiciones, sino por restañarlas. La “derecha punk”, se dice. En la sede de la Comunidad de Madrid, sólo había dos cuadros presidenciales: el de Joaquín Leguina y el de Alberto Ruiz Gallardón.
Luego todo se inundó de corrupción y… para qué alumbrar algo si ya están las pinturas negras de Goya. Quedaron sin reconocimiento Esperanza Aguirre, Ignacio González, Cristina Cifuentes, Ángel Garrido y Pedro Rollán. Hasta que apareció Ayuso con una solución que le permitía conceder un cuadro a Aguirre y Cifuentes… y negárselo a los demás.
“Tendrán retrato quienes fueron elegidos por las urnas”. ¡Zas! Solucionado el asunto. Tiene razón Aguirre, que dijo en su discurso: resulta increíble que, con todo el lío que ha tenido Ayuso, pandemias y filomenas por medio, haya conseguido culminar la misión. El autor es Rafael Cidoncha, que ya ha pintado más políticos –Ana Pastor o Isabel Tocino– y escritores –Jorge Edwards o Mario Vargas Llosa–. El precio: alrededor de 16.000 euros.
Total que iban a tirar de la manta –de la del cuadro– y Protocolo advirtió a Aguirre: “Hay que coger de arriba del todo”. Cogieron, tiraron y apareció Esperanza. Con un pañuelo gris, una americana lila Podemos y unos pantalones oscuros.
“¿Qué os parece? ¡Qué os parece!”, preguntó Esperanza a su marido, hermanos y amigos que miraban desde la primera fila. En ese instante, tomó la palabra Isabel Díaz Ayuso. La lista de elogios fue tan larga que no hemos podido anotarla por completo. Disculpen los lectores.
La actual presidenta recordó a la izquierda –porque Ayuso casi siempre le habla a la izquierda– que Esperanza fue “la primera mujer elegida en las urnas como presidenta de una Comunidad autónoma”, “la primera mujer en presidir el Senado” y la “primera ministra de Educación”. Luego añadió un epíteto contenido: “Es la mujer más extraordinaria de los últimos tiempos”. Para qué quiere el Madrid a Mbappé si tiene a Esperanza.
“Lo que es Madrid se debe en gran parte a Esperanza Aguirre. Sus mandatos abrieron nuevos caminos. Los logros de hoy no se entienden sin ella (…) Trató a los madrileños como adultos. Trajo la libertad de horarios comerciales y sucesivas bajadas de impuestos (…) Fue ella quien más insistió en la metáfora que define Madrid como principal locomotora económica y social del país”. Ese fue, resumido, el discurso de Ayuso.
Aplaudía Esperanza en primera fila y nos dio la sensación de que también se iba a poner a aplaudir la Esperanza del retrato. Esa Esperanza “alegre, cargada de fuerzas, sin imposturas ni disimulo”.
Esperanza respondió así: “Isabel Díaz Ayuso es la mejor presidenta que ha tenido nunca la Comunidad de Madrid. Tengo muchos motivos de gratitud hacia ella”. Y siguió como todos esperábamos, con un titular que pareció improvisar, sin papeles de por medio: “Hay muchos que estarán agradecidos, sobre todo esos que querían verme colgada. Alguno está en esta sala”. Miró como mira Esperanza a los periodistas de La Sexta.
Los corrillos de Esperanza y Ayuso ofrecen una impagable ventaja periodística: no son en voz baja. Lo inauguró la presidenta de ahora… ¡en verso! “Yo te recuerdo así, arremangada y con esos pañuelos”. Preguntó Aguirre por su cuerpo, a ver dónde lo iban a llevar. Le contestaron que a una sala con los retratos de Leguina y Gallardón.
El de Leguina está muy bien. Le pidió él mismo al pintor, Fajardo, que colocara abajo a la derecha unas palabras de Galdós. En efecto, las colocó, lo que pasa es que no hay quien las entienda. Lo mismo podía ser un mensaje tipo: “Mira, llevo pintándote tropecientos años y ahora que te termino, ¿me pides las palabritas? ¡Ahí las tienes!”.
El de Gallardón luce inquietante. Vertical, casi de cuerpo entero, vestido de oscuro, como un personaje salido de Matrix. Se quejó Esperanza a Ayuso: “¡Oye! ¡El mío es bastante más pequeño que el de Alberto!”. En ese instante, seguro que alguien mandó un mensaje a Protocolo para que le cortaran las piernas a Gallardón.
Esa fue la mañana de Ayuso y Aguirre; y esa fue la nuestra. La presidenta de la Comunidad de Madrid, por si no lo había hecho ya, juró amor eterno, cámaras delante, a la expresidenta. No quiere saber nada de galleguizar España ni cosas por el estilo. Que vaya con cuidado el nuevo presidente, a ver si el de Protocolo se va a confundir y le corta las piernas a otro Alberto.