Son las 19 horas del 17 de febrero de 2022. Día de San Teodoro. Un repartidor aparece en la puerta de Génova 13, sede del Partido Popular, con un ramo fúnebre que reza "Pablo Casado, siempre te recordaremos". No le dejan entrar. El segurata le dice que "aquí no ha muerto nadie", y eso que el bueno de Kevin, ecuatoriano, se pensaba "que venía a un velatorio". Así se lo confiesa con rubor al arribafirmante: "Si lo sé no vengo...".
El simpático repartidor, en el fondo, tenía razón, pero lo que pasa es que él, pluriempleado, vive ajeno a toda esta guerra interna que se dirime en el seno del PP entre la dirección nacional e Isabel Díaz Ayuso; como la mayor parte de los ciudadanos que luchan por llegar a fin de mes tras la subida del diésel. Pero digo que Kevin tenía razón, en cierto modo, cuando decía que venía a un velatorio.
Y es que lo que hoy se ha vivido en la sede popular ha sido algo parecido a la muerte civil de Pablo Casado y Teodoro García Egea, su mano derecha. Al menos, ante las decenas de simpatizantes que no entienden por qué prepararon (supuestamente) un espionaje a la que es actualmente "su musa", que dice Jaime Clemente.
Entre las lindezas que se corean la estrella es el "Ayuso presidenta, Casado dimisión", que se escucha desde primera hora de la tarde, pero uno ha estado ahí lo suficiente para escuchar improperios que van desde el "¡Inútiles, que no sabéis ni pulsar un botón!" al "¡El espionaje para Putin!", pasando por "¡Ayuso es la única que puede salvarnos del comunismo!". Y otras consignas irreproducibles por respeto al lector.
Uno de los más animados, Jose Luis, confiesa que están ahí "para defender a la presidenta que hemos votado hace un año de las intrigas del partido"; un partido que, recuerda, "hace una semana la estaba utilizando en la campaña de Castilla y León", y por eso pide a los dirigentes populares "que se vayan lo antes posible para construir una alternativa al sanchismo". Todo dicho.
Encapuchado y mariachis
Pero recapitulemos. Minutos antes de que llegara el ramo y captara la atención de manifestantes y periodistas (un servidor también se ha tomado una foto con él), un encapuchado había sido el protagonista de la escena. "¡Sois escoria!", ha espetado a los dirigentes populares, recluidos dentro pese a la insistencia de Isabel, de unos 70 años, por que Casado dé la cara: "¡Asómate al balcón como en mayo, cobarde!".
Lo de Isabel es digno de estudio psicológico, y no lo digo sólo por su querencia desmedida al selfie con fondos absurdos o porque masculle para sí misma que "estos cabrones se han cargado el partido". No. Es que responde de una manera muy extraña cuando insultan delante de ella al líder del Partido Popular: "¡Que no insultes, que así pierdes toda la razón, imbécil!".
No hace falta que diga, a estas alturas, que se ha juntado una fauna de lo más variopinta que Twitter ha unido y la presidenta madrileña ha consagrado en sacrosanta amistad. Hablando de la red social del pájaro azul, todos comentan que ha sido Wall Street Wolverine, famoso en la plataforma, el que ha organizado toda esa fiesta, y así lo hace indicar su euforia cuando, a eso de las 20 horas, llegan los mariachis.
Eva M., amiga del reportero, dice que va a romper el carné de su partido, y Unai, envalentonado por tamaño acto de valentía, dice que "mejor voto a Vox". Todos cantan junto a los mexicanos canciones como el Canta y no llores, y todo termina en una gran fiesta con mucha libertad y poco de comunismo, que aquí todos vienen duchados.
Antes de abandonar aquel circo, me cruzo con Pablo Mariñoso, conocido como Canteare por estos lares, que me dice que "Ayuso cada día está más sexy" y que le encanta "cuando viste de piloto". Una metáfora de lo más atinada para decirme, en el fondo, que lo quiere es "que coja el volante" de un partido en horas bajas.
La fiesta ha parado poco antes de las 21 horas, cuando ha llegado la Policía Nacional. Pienso ahora que Paula, una guapa reportera, me había dicho a eso de las 18.30, cuando he llegado, que no tenía visos de haber mucha "jarana"... Si tuviera su número de teléfono le diría que se equivocaba.