Andrés Trapiello tenía varias cosas que hacer: ir a la frutería a comprar un melón y un aguacate, recoger las pruebas impresas de un libro de poesía y atender una entrevista sobre la publicación del último tomo de sus diarios. Anoche ya intuyó que algo pasaba: “¡Mira el Twitter!”. Y esta mañana lo ha confirmado a eso de las nueve: “¡Pon lo de Alsina!”.
El PSOE -partido al que votó durante veinticinco años- ha criticado que se le conceda la medalla de Madrid y lo ha tachado de “revisionista”. Es decir, lo ha acusado de reescribir la historia del franquismo a beneficio de la dictadura. ¡Trapiello, autor de aquel libro paradigmático de la tercera España que fue Las armas y las letras!
Se ha visto envuelto en lo que él llama “un pequeño lío monumental”. Íbamos a su casa a hablar de otro asunto, pero hemos tenido que preguntar por “lo del PSOE”. A modo de prólogo, el escritor niega con la cabeza: “De verdad, mis mañanas no son así. Esto es muy ajetreado”. El móvil no deja de sonar. Consigue, por los pelos, llegar a la frutería, aunque él habría preferido, como Baroja, un melón un poco más grande que el que le ofrecen. “De esos ya no me quedan, Andrés”. Vaya gracia, lo de la medalla.
-“Revisionista”. ¿Qué pensó al escucharlo?
-Lo primero fue una sensación de tristeza. Creo que hablan de cosas que ni conocen.
Prueba de ello, la entrevista de Pepu Hernández en Onda Cero. El líder de los socialistas en el Ayuntamiento de Madrid se ha quedado en blanco y no ha sabido especificar por qué su partido llamó a Trapiello “revisionista”.
-¿Le ha dado lástima escuchar a Pepu? Se veía que estaba diciendo lo que le habían dicho que dijera.
-No me da ninguna pena porque le pagamos el sueldo entre todos. Si un médico me corta un brazo sin querer, tampoco me da pena. Pepu debe dimitir. No está preparado para el cargo que desempeña. No se ha preocupado por saber qué había votado y por qué.
El PSOE criticó la medalla a Trapiello, pero acabó votando a favor. Lo hicieron, quizá, porque la toma de postura era en relación a todos los galardonados. “Hubiera preferido que se posicionaran en contra. Decía Jünger: ‘No puedo evitar que me escupas en la cara, pero sí puedo evitar las palmaditas en la espalda’. Así que palmaditas ni una. Que digan en qué libro mío han encontrado revisionismo y lo debatimos”, afirma.
Las palabras de los socialistas sobre Trapiello, en cierto modo, no han sido una sorpresa. Hace tiempo que el PSOE cambió su discurso sobre la Memoria Histórica. Una variación que alcanzó su máxima expresión a lo largo de la pasada campaña electoral. Los candidatos de Ferraz llegaron a acusar a Ayuso de “apoyar el golpe de 1936” y llamaron al PP “ultraderecha”.
Sin embargo, conviene apuntar dos precisiones referidas a la relación entre Trapiello y el PSOE. Una lleva el nombre del cementerio de La Almudena; otra, el de Largo Caballero.
-Vamos con la primera.
-Yo estaba en el comisionado de la Memoria Histórica que formó Carmena y en el que había miembros sugeridos por todos los partidos. Nuestro trabajo era opinar acerca de los cambios propuestos por Ahora Madrid y el PSOE.
-Y hubo lío con el monumento en el cementerio.
-Su propósito era levantar allí un monumento a las 3.000 víctimas del franquismo, pero descubrimos que, entre ellas, había victimarios; es decir, asesinos antes de ser asesinados. Asesinos, incluso, de gente enterrada en ese mismo cementerio. Pedimos que el monumento homenajeara también a las víctimas de la retaguardia republicana, pero se negaron. Y eso que Carmena se había comprometido a respetar los informes del comisionado. Por eso se disolvió el órgano.
-Lo de Largo Caballero.
-Ahí ya no existía el comisionado, pero escribí algunos artículos sobre ello. Vuelvo a ser muy claro: aplicando la ley de la memoria del PSOE, Largo no puede tener un monumento, igual que no debe tenerlo Millán Astray. Largo fue jefe del Gobierno en el momento más criminoso. Alentó el enfrentamiento civil. Paul Preston y otros 250 historiadores dijeron que no era un asesino, que como mucho habría sido incompetente. Si todos los políticos incompetentes tuvieran un monumento, no cabríamos en Madrid.
Trapiello no cree que el PSOE esté desnortado en términos de memoria: “Tiene un norte clarísimo. La Guerra Civil. Quieren resucitarla y ganarla. Quienes hicieron la Transición tenían autoridad moral sobre eso porque lo habían vivido y decidieron cerrarlo. Los socialistas piensan que la guerra les va a dar votos, pero se equivocan. A la vista queda el 4-M. La gente ya no está en eso”.
El autor de Quasi una fantasía -Ediciones del Arrabal-, por si el PSOE tuviera alguna duda, estuvo de acuerdo con exhumar a Franco, pero… “No de esa manera. ¡Se retransmitió por la tele como si fuera una boda real. Moncloa le dio el rango de jefe de Estado”.
Trapiello tiene pelazo, entonces es fácil imaginarlo de chaval, cuando vino a Madrid huyendo de un ambiente muy del régimen, ese con el que ahora le asocia el PSOE. Militó cuatro años en un partido de extrema izquierda “enormemente violento”. Estalinista y maoísta. “Un partido lleno de zopencos”.
-Y después…
-Ahí estuve hasta 1975. Después, en las primeras elecciones, voté al Partido Comunista. Yo ya no era comunista, pero creía que había que darles carta de naturaleza. Me parecía positivo que se afianzaran en la democracia. Luego voté al PSOE durante veinticinco años. Hasta que empezaron a coquetear cada vez más con el mundo nacionalista.
-Si al Trapiello de los veinte o treinta años, cuando acaba de llegar a Madrid, le dicen que va a escribir sobre la guerra y que el PSOE le va a llamar “revisionista”, ¿qué habría pensado?
-Me lo habría creído.
-No me fastidie.
-Sí, sí. En la izquierda, he estado siempre bajo sospecha. He puesto en cuestión la propaganda. Muchos amigos me decían: “¿Cómo les sigues votando si son ellos los que más te cancelan?”. Porque España necesitaba un cambio absoluto y lo llevaban a cabo los socialistas. A trancas y barrancas, con terribles errores, como los GAL o la corrupción.
-Le dieron caña ya con El buque fantasma, su primera novela.
-Sí, porque era una crítica feroz al estalinismo de los últimos años del régimen. Dije algo muy elemental: la inmensa mayoría de las fuerzas antifranquistas no eran demócratas. Buscábamos la revolución y pasar de la dictadura de Franco a una dictadura leninista. Enunciar eso significó mi expulsión de esa reserva ecológica de la izquierda. Por más que les haya votado, nunca me sentí uno de los suyos.