Hay un "consenso progre", un "consenso autonómico", un "consenso europeo"... y ahora hay un "consenso liberticida y apasionado por las restricciones, los toques de queda y los confinamientos". Y "frente a eso, sólo queda Vox". Frente a "los que reivindican un régimen criminal que nos llevó a la Guerra Civil", y quienes "alientan la violencia, la justifican y la impulsan desde el Consejo de Ministros, sólo queda Vox".
Y además, sepan ustedes que, por suerte, Santiago Abascal y los suyos no responderán "a los adoquines que tiran sus brigadistas". Porque, si no, "iríamos al enfrenatmiento civil".
No, "ahí no nos encontrarán", bramaba en el cierre de su discurso el líder de Vox. "No responderemos a los terroristas que lanzaban pedradas contra las familias que habían ido a un mitin legal y lícito en Vallecas".
El líder de Vox había sacado de su maletín un pedazo de ladrillo, uno de los que fueron arrojados el pasado miércoles en Valelcas contra el mitin de su partido tras la convocatoria "antifascista" contra el acto alentada por dirigentes de Podemos, un exvicepresidente y hasta secretarios de Estado en ejercicio. Abascal, de hecho, señaló directamente a Fernando Grande-Marlaska, ministro del Interior, como responsable de la seguridad que no hubo aquel día.
Y, sin citar su nombre, a Enrique Santiago, "el abogado de criminales, líder del PCE y ahora responsable del a Agenda 2030" por "impulsar, alentar e instigar" aquel linchamiento: "¡Usted es un sinverguenza!".
Porque lo que hará Abascal, dijo, frente a ese consenso liberticida del Gobierno "autoritario" del señor Sánchez, de "los señores comunistas, los señores separatistas y los señores terroristas", del PP de Pablo Casado "que se pone de perfil" y de "la prensa que demoniza a Vox" es "defender la libertad y el Estado de derecho".
Así acababa el lider de Vox su discurso: "Porque ahí es donde nos veremos, en los tribunales. ¡Les sentaremos tarde o temprano en el banquillo de los acusados!".
Y no sólo por las pedradas, ya que Abascal las considera una consecuencia lógica de "el arrase de las libertades de este Gobierno autoritario", sino por "el estado de excepción encubierto, que ahora negocian convertir en superpoderes repartidos para sus Comunidades Autónomas, para acabar con la democracia".
Indignado, con el pecho hinchado, acallado casi por los aplausos de los 51 diputados de su partido que lo aclamaban desde sus escaños, Abascal guardó el adoquín en el maletín, lo cerró, bajó la escalinata y se fue a su asiento pidiendo silencio. Que acabara la ovación... como dejando claro que él no tenía nada que celebrar. Ni siquiera ese discurso encendido, lleno de acusaciones y de reivindicación de su formación como única salvación de España y de sus ciudadanos.