El 22 de julio de 1992, el narcotraficante Pablo Escobar y un grupo de sus sicarios se fugaron de la prisión conocida como La Catedral, que había sido construida sólo un año antes en el municipio colombiano de Envigado, muy cerca de la ciudad de Medellín.
Para lograrlo, sólo tuvieron que darle unas pocas patadas a un muro de yeso que ellos mismos habían levantado para facilitar su fuga. Si Escobar no se había fugado antes de La Catedral había sido, lisa y llanamente, porque no había querido.
Hace sólo 48 horas, EL ESPAÑOL conversó con un grupo de funcionarios de los Servicios Penitenciarios de la Generalidad para recabar su opinión acerca de los permisos concedidos a cinco de los presos del procés por las Juntas de Tratamiento de sus respectivas prisiones. Permisos que les facilitan salir de la prisión durante tres y cinco días a la semana, en periodos de más de ocho horas diarias, para ocuparse de la dirección de sus empresas, cuidar de sus padres o realizar tareas de voluntariado.
La opinión de los funcionarios fue prácticamente unánime. Dichos permisos no sólo se han concedido en un tiempo récord y con una generosidad inaudita, sino que también suponen una novedad absoluta en los protocolos seguidos hasta el momento por esas mismas Juntas de Tratamiento. "¿Tú te crees que los gitanos no tienen madre? ¿Y que no querrían salir a cuidarla? (…) A un preso normal le dejan ver a un padre o a una madre agonizante un solo día, el de su muerte, y punto".
De máxima comodidad
Las semejanzas entre los privilegios de los que disfrutan los presos del procés y la situación de Pablo Escobar en La Catedral, una prisión que fue bautizada de forma irónica por los colombianos como "de máxima comodidad", son ya uno de los chascarrillos más habituales entre los funcionarios de las prisiones de Lledoners, Puig de les Basses y Mas d'Enric, donde cumplen condena los líderes separatistas.
Cuando el lunes 14 de octubre de 2019 el Tribunal Supremo hizo pública la sentencia contra los líderes del golpe separatistay el número de años al que estos habían sido condenados, EL ESPAÑOL se puso en contacto con algunas fuentes del sistema penitenciario catalán que conocen bien los protocolos de clasificación de los presos y las rutinas de la concesión de permisos.
"Los clasificarán en segundo grado para evitar que los jueces tumben una hipotética clasificación en tercer grado. Luego les aplicarán el artículo 100.2 del Reglamento Penitenciario. Y, finalmente, les dejarán salir de prisión cinco días a la semana con la excusa de realizar algún tipo de tarea de voluntariado. Estarán en la calle a principios de 2020", dijeron esas mismas fuentes. "Es lo que la Generalidad ha ensayado, con éxito, en el caso de Oriol Pujol".
Su vaticinio se ha acabado cumpliendo a rajatabla.
Conciertos y espectáculos
La Catedral de Pablo Escobar no fue jamás una verdadera cárcel. El narco vivía en el equivalente de un apartamento de lujo que él mismo había decorado con muebles de importación, cuadros y objetos de diseño italiano.
La Catedral disponía también de sala de billar, gimnasio, sauna, campo de fútbol sala y hasta de una discoteca donde Escobar y sus sicarios, y entre ellos los vigilantes de la cárcel, recibían visitas –de conocidos futbolistas como René Higuita y Leonel Álvarez, pero también de prostitutas de lujo– y celebraban fiestas con regularidad.
Pistas deportivas, gimnasios y salas de ocio forman parte hoy de los servicios de cualquier cárcel moderna. En Lledoners, los presos del procés han disfrutado de las actuaciones de sus bandas y cantantes preferidos. Sus monitores personales han sido invitados a realizar charlas y sesiones de formación. Sesiones a las que, por supuesto, podían acudir todos los presos que quisieran, pero que en realidad habían sido organizadas pensando en los gustos de tan sólo unos pocos de ellos.
"¿Mishima? ¿Pero tú te crees que a algún gitano de la cárcel le gusta Mishima? Esos han estado de visita en Lledoners porque son el grupo preferido de uno de los líderes del procés" explicó un funcionario de la prisión a este diario hace meses.
Gestionando sus asuntos
Pero la verdadera comodidad de La Catedral no estaba tanto en sus instalaciones como en el hecho de que, aún recluido en ella, Pablo Escobar podía seguir gestionando su imperio de la droga, negociando con proveedores y clientes, e incluso ordenando asesinatos, con la misma libertad con que lo hacía cuando estaba libre.
Una libertad que recuerda a esa con la que Oriol Junqueras, pero también el resto de los líderes del procés, se han reunido con otros líderes políticos, han pactado acuerdos y desacuerdos, y han decidido que Pedro Sánchez, y no cualquier otro, debía ser el próximo presidente del Gobierno español.
Si La Catedral de Escobar se construyó sobre un antiguo pabellón psiquiátrico para la rehabilitación de drogadictos, la mayoría de los pactos políticos acordados por Junqueras y el resto de líderes del procés se han adoptado en el ala de psiquiatría de la prisión de Lledoners. Ala de psiquiatría donde, según las fuentes consultadas por EL ESPAÑOL, los responsables de la prisión habilitaron un despacho personal para el líder de ERC poco después de que este llegara a ella.
Los líderes del procés también han salido de sus cárceles para participar en la comisión de investigación del Parlamento catalán sobre la aplicación del 155. En realidad, una simple excusa para que Junqueras, Josep Rull, Jordi Turull y el resto de los presos separatistas volvieran por un día al 'escenario del crimen' –en el Parlamento catalán se proclamó por dos veces la independencia de Cataluña en octubre de 2019– y pudieran realizar, con total libertad, su primer acto de campaña de cara a las futuras elecciones autonómicas catalanas.
Prisión a la carta
"Junqueras saldrá de la prisión cuando él quiera. Ni antes ni después. Y lo decidirá en función de sus necesidades electorales" dijo el pasado jueves un funcionario de prisiones en conversación con este diario. De acuerdo a este funcionario, la de Junqueras será una semilibertad similar a la que se ha concedido al resto de los líderes del procés y en la que la excusa –probablemente algún trabajo de tipo voluntario– será lo de menos.
Los muros de Lledoners no son a día de hoy más gruesos ni más sólidos para Junqueras de lo que lo fue el muro de yeso para Pablo Escobar. La posibilidad de una amnistía o de un cambio en la legislación penal que permita rebajar la condena de los presos del procés flota en el aire y será uno de los temas que se debatan en la mesa de diálogo pactada por el PSOE, el PSC y ERC. Mesa en la que también participará el presidente de la Generalidad inhabilitado Quim Torra.
Cuando los soldados colombianos inspeccionaron las instalaciones de La Catedral tras la fuga de Pablo Escobar encontraron en ella depósitos de armas y de dinero, avanzados sistemas de comunicación con el exterior, centralitas de localización de personas y hasta telescopios y juguetes para la hija del narcotraficante. Hoy, La Catedral es una residencia para ancianos propiedad de la Iglesia y destino habitual de lo que los colombianos llaman "el narcoturismo".
Lledoners seguirá siendo una cárcel cuando el último de los líderes del procés condenados la haya abandonado para volver a la política. Los presos comunes podrán volver entonces a su vida habitual. Sin picnics masivos a sus puertas, sin conciertos de las bandas de moda en Cataluña, sin docenas y docenas de visitas diarias de altos cargos del PSOE, del PSC, de Podemos, del PNV, de Bildu, de ERC, de JxCAT, de la CUP. Sin que las estrellas de la televisión organicen entrevistas cara a cara, sin mamparas de por medio, a sus presos más privilegiados.
Al menos, durante un tiempo. Porque los presos ya han anunciado que lo volverán a hacer. Es cuestión de tiempo que un presidente del Gobierno español vuelva a ser investido entre los muros de una cárcel catalana. Un privilegio del que nunca, a pesar de todo su inmenso poder, dispuso Pablo Escobar.