La opinión pública acaba de concederle un "ismo" a Pablo Casado. Tras la defunción del "marianismo", el sufijo se adhería dubitativo al nuevo PP. Ahora, con la toma de posesión madrileña, los conservadores ya mandan en un sitio tan importante como para brindarle el "casadismo" -con justicia- a su líder. Él, consciente de la circunstancia, acudió barbudo a la puesta de largo.
Este rango de corriente política se logra a través de dos caminos: el poder -como fue el caso del "felipismo" de González y el "aznarismo" de José María- o las batallas intestinas -véase la guerra civil entre "pablistas" y "errejonistas". La derecha suele preferir el primero porque liquida al anochecer. La izquierda acostumbra a transitar el segundo porque lo hace en prime time.
Casado y el "casadismo" llegaron al palacio de la Puerta del Sol henchidos de consejerías y cargos que repartir. Arropaban a la candidata perfecta para ilustrar su madurez: Isabel Díaz Ayuso, cuarenta años.
En torno a esos cuarenta -¡no más!- gira el equilibro zen que pretende alcanzar el archimentado "nuevo PP". Por debajo de esa cifra -y sin barba- se está en disposición de ser monaguillo del padre Ángel, que pasaba por allí y oraba en busca de "diálogo". Con menos de cuarenta, uno parece el hijo del otro "padre Ángel" -Gabilondo-, cuya bondad en la derrota admiran incluso en la Galia de Vox.
Los "sixty-four" de McCartney, en cambio, sientan mal en el PP. Este lunes, el "casadismo" relegó a un segundo plano a los viejos rockeros. La "renovación" madrileña se nutre de fontaneros de épocas pretéritas -el póster de los consejeros lo inspiran Aguirre y Aznar-, pero Casado y Ayuso buscan barbas sin canas y DNIs última versión para acercarse a las cámaras. Cuando responden los veteranos, las preguntas siempre son las mismas: imputados, fango, juicios, prebendas...
Basta un banquete como el de este lunes para darse cuenta de que, en el PP, existe una pulsión que a ratos anula la renovación ansiada por los renovadores. Es casi un tic, una costumbre arraigada en lo más hondo con religiosidad calé. Los jóvenes que quieren abrirse paso saludaban con veneración a Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón.
Una barba en agosto hace un periódico. La frondosidad de Casado -fuentes de Génova indican que se afeitará la semana próxima- fue evaluada con detenimiento por periodistas y compañeros de partido. Mientras, Ayuso saboreaba las mieles del poder. En primera fila, aplaudían a rabiar sus antiguos jefes, algunos de los cuales no daban un duro por su carrera política hace un telediario.
Las manos y las mejillas de Ayuso -todavía anonadada ante el "usted" con el que se le saludaba- recibían más besos que los nudillos del arzobispo, eclipsado hasta que le honró una camarilla de populares canosos. A Carlos Osoro... ¡nadie le preguntó por Franco! Prueba del poder exhibido por el "casadismo".
Con Albert Rivera y su Ejecutiva de vacaciones, la barba de Casado y los cuarenta de Ayuso paseaban la madurez del PP sin adversarios que quisieran meterse en la foto. El agosto amodorra hasta a los más ruidosos. Iván Espinosa de los Monteros, Rocío Monasterio y compañía charlaban en un esquina. ¡A pesar de que un cuarteto de cuerda había interpretado el himno de España a todo trapo!
El poder, ése que logra los "ismos", debe de ser una puñeta. Ni las barbas de Casado ni los cuarenta de Ayuso probaron los canapés. Tampoco la cerveza o el vino. La política está dispuesta para brindar en las derrotas y abstenerse en las victorias. Arzobispo de por medio, ya está bautizado el "casadismo".