Hubo un momento en el que Pablo Casado hablaba de "Adolfo" y era difícil discernir de cuál de los dos se trataba. El primero, artífice de la Transición y estatua de bronce, figuraba a la derecha del candidato popular. El segundo, número dos en las listas por Madrid, escuchaba a su izquierda. El discurso, una especie de campaña sin campaña. Un alegato casi propio de aniversario constitucional. Por un momento, Casado se olvidó de sus adversarios. Ni "felones", ni "traidores", ni "mediocres"... "Queremos mantener el abrazo de la concordia", explicó.
Por la mañana, Casado fue aguerrido, frontal. Se refirió a Rufián y tachó los apoyos a Sánchez como una apuesta por "dejar al zorro cuidando de las gallinas". Después de comer, en cuanto abrazó la estatua de Adolfo Suárez, guardó los argumentos ad hominem en un cajón. "Hoy (...) quiero utilizar su legado para hablar de futuro". Con esas palabras alumbró su momentáneo cambio estratégico.
Casado circunscribió gran parte del discurso a su propia biografía. Obtuvo su primer acta de diputado precisamente por la provincia de Ávila -donde llegó a empadronarse- hace ya ocho años. Luego habló de un "almuerzo" en casa de Adolfo Suárez padre con Adolfo Suárez hijo: "Allí te dijimos que te queríamos de vuelta en el ruedo". Dicho y hecho. Número dos por Madrid.
El candidato del PP, como si el "Sánchez que prefiere las manos manchadas de sangre" quedara en otra galaxia, se lanzó a "mantener el legado del presidente Suárez". Insistió, estatua al lado, en que no se estaba apropiando de él: "Es patrimonio de todos los españoles, pero algunos partidos queremos hacer nuestro su esfuerzo".
Con este gesto, sumado al fichaje de Suárez Illana, Casado se ha adueñado del primer presidente de la democracia como reclamo electoral. Desde entonces, Rivera lo cita con mucha menos frecuencia que antes. El candidato naranja también dio mítines en Ávila con un tono parecido. Esta campaña no está previsto que lo haga.
El presidente de los populares ha recalcado que "no hace falta modificar la Constitución", aunque ha reconocido que "admite algunas reformas". El líder del PP, tal y como ha hecho en otras ocasiones, define la Carta Magna como "permeable" y concibe que las mejoras no tienen por qué suponer una gruesa variación en el texto.
Habló de Rufián, Junqueras y Otegui, pero no les lanzó ningún adjetivo. Se limitó a destacar que "ofrecen su apoyo a Sánchez a cambio de un referéndum". Dedicó más tiempo a San Juan de la Cruz, Santa Teresa y otras figuras históricas que habitaron la ciudad. Casado llegó a verbalizar que hablaba "sin acritud, sin radicalidad". "Gobernaremos abiertos a los que nos votan y a los que no", concluyó.
Nada de epítetos ni argumentos arrojadizos. Casado terminó su discurso conminando a los presentes a "procesionar" y a disfrutar de la Semana Santa. Justo antes que él, Suarez Illana, como teletransportado a los años ochenta, no habló siquiera de actualidad. Laudó los "pactos de la Moncloa", la redacción de la Constitución y la "concordia social" de la Transición. Para terminar, ambos se giraron hacia la estatua y le regalaron un aplauso.