Las fuerzas de seguridad brasileñas detuvieron este miércoles en el estado de Sao Paulo a Carlos García Juliá, quien contaba con una requisitoria internacional por su participación en 1977 en la matanza de los abogados de Atocha, según han informado a la agencia Efe fuentes de la embajada de España en Brasilia.
García Juliá está bajo custodia de la Policía Federal, cuyo superintendente tiene previsto conceder una rueda de prensa este viernes junto con policías españoles que participaron en la operación de captura. Ofrecerán detalles sobre ésta y sobre la posible extradición.
Las autoridades españolas habían solicitado la extradición de García Juliá, que contaba con 24 años cuando perpetró los asesinatos de los abogados de Atocha, y que fue condenado por la Audiencia Nacional a 193 años de prisión como autor material de cinco asesinatos.
Huyó durante un permiso
El 23 de septiembre de 1991, el juez decretó su libertad condicional tras 14 años de reclusión en la prisión de Villanubla (Valladolid). En agosto de 1994, solicitó permiso a la Audiencia Nacional para viajar a Paraguay por una oferta de trabajo. El permiso fue concedido, pero revocado pocos días después a petición de la Fiscalía. Ya era tarde.
No se tuvo noticia sobre él nuevamente hasta 1996, cuando fue arrestado por la policía boliviana acusado de tráfico de drogas y enviado a la cárcel de alta seguridad de Palmasola, en La Paz. El Gobierno español solicitó su extradición en abril de 2001, con 3.855 días pendientes por cumplir entre rejas.
"¡Corred, os están matando!"
El 24 de enero de 1977, tres pistoleros de ultraderecha asesinaron a Javier Sauquillo, Javier Benavides, Enrique Valdevira, Serafín Holgado y Ángel Rodríguez Leal, abogados laboralistas con despacho en el número 55 de la calle Atocha. García Juliá, militante en ese momento de Falange, fue el encargado concretamente de dar el tiro de gracia a Sauquillo y Holgado. Sobrevivieron Alejandro Ruiz Huerta, María Dolores González, Luis Ramos y Miguel Sarabia.
Manuela Carmena, hoy alcaldesa de Madrid, cofundó el despacho. El azar -un cambio de reuniones- la alejó del lugar en el momento de los hechos. "Nos pareció raro. Los teléfonos no daban señal -los pistoleros habían roto los cables- y fuimos hacia allí. A medida que nos acercábamos, los vecinos, que nos conocían, nos gritaban: '¡Corred, corred, os están matando!' Cuando llegamos, ya se estaban sacando los cadáveres", ha relatado en alguna ocasión.