El último barómetro que el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicó esta semana reveló que la ciudadanía, especialmente las nuevas generaciones, aborrece cada vez más la corrupción. Una indignación que, sin embargo, se diluye a la hora de votar. Los encuestados fueron entrevistados entre el 1 y el 10 de marzo, días en los que las portadas de los periódicos se llenaban con declaraciones judiciales de imputados por el caso Gürtel y se multiplicaban las dudas sobre la honorabilidad del presidente de Murcia, Pedro Antonio Sánchez, que a la postre no tuvo más remedio que dimitir.
A pesar de la catarata de escándalos que siguen colocando al PP en el epicentro de la polémica, Mariano Rajoy continúa encabezando la lista de su partido, que una y otra vez resulta la más votada. En las elecciones del 26 de junio consiguió mejorar los resultados del 20 de diciembre, en detrimento de fuerzas nuevas y limpias como Podemos y Ciudadanos, que en conjunto perdieron más de un millón de votos entre una cita electoral y la siguiente. ¿Cómo es posible que la fuerza política con más casos de corrupción se mantenga como la más votada y a la vez los españoles sitúen el problema de la corrupción como el más grave?
España es diferente
Gonzalo Adán, director técnico de Sociométrica, recuerda que ningún cambio de Gobierno en la Democracia de España ha estado propiciado por casos de corrupción. "Hay países que tienen mucho más interiorizado el sentido de la honestidad. En España es mucho más relativo. Influye algo, pero mucho menos de lo que dicta el sentido común". Adán pone como ejemplo los estudios que se hacen en municipios donde un cargo público se ha visto salpicado por algún escándalo antes de las elecciones. "La probabilidad de que un alcalde repita es la misma si ha sido acusado como si no".
El responsable de Sociométrica también atribuye a la sociedad una especie de "piel gruesa" que provoca que los escándalos no hagan reaccionar a la gente en busca del castigo a los culpables. "Pasan por alto nuevos casos de corrupción porque les cansa". Además, reconoce que los líderes de formaciones como el PP tienen la habilidad de esconder esta mala praxis de algunos miembros de su partido y destacan ante los ciudadanos su capacidad para sacar al país de la crisis. "Juegan esa carta: mostrar las cosas positivas. A los ciudadanos les preocupa su bolsillo: que su hermano consiga trabajo, que mantengan las pensiones".
El surgimiento de fenómenos como el 15-M, el germen de lo que más tarde fue Podemos, puede atribuirse a una reacción de la sociedad a tanta corrupción. "Fue un cóctel: cuando la situación económica es mala, los ciudadanos rechazan con más contundencia la corrupción. Pero se castiga todo el sistema en su conjunto, no solo a un determinado partido político que tiene altos cargos que han robado: bancos, Corona, clase política en general. Se atribuyeron todas las culpas al sistema entero", matiza.
Más abstención
El politólogo Pablo Simón destaca que la corrupción genera abstención, no se traduce en un castigo electoral. "Los ciudadanos que realmente están muy molestos con los políticos que le han traicionado se quedan en su casa el día de las elecciones, no van a votar, pero no depositan su voto en otra formación política". Es lo que ocurrió entre el 20-D y el 26-J, que el PP arrancó 14 escaños más a sus adversarios, sobre todo a los partidos nuevos, los que todavía no están manchados por la corrupción.
"Decir que la corrupción está amortizada es muy fuerte, pero es verdad que a la hora de depositar el voto en la urna los electores se dejan influir por muchos factores. La corrupción no es el único ni el decisivo", concluye Simón.