La cripta de Mola y Sanjurjo es una leyenda, un trozo de novela enterrado en el centro de Pamplona. Casi todos saben que está ahí, pero muy pocos han podido visitarla. Algunos -los que calzan más de cuarenta- la recuerdan. Se asomaron a ella apoyados en una barandilla antes de que la tapiaran.
Hace un par de semanas, EH Bildu y la Memoria Histórica la empujaron a los titulares. El alcalde de Pamplona quiere exhumar los cuerpos de los militares y cerrar la capilla para siempre. Desde aquel momento, pintadas de uno y otro bando colorean un debate legal que el Ayuntamiento tendrá que sortear para que esta ventana al pasado sea sólo una foto en el recuerdo; la historia del abuelo al nieto a la hora de la merienda.
Una puerta minúscula y grisácea da acceso a la bóveda que acoge los féretros de los generales que orquestaron el golpe contra la República. Todavía es verano en Pamplona, pero las entrañas del mausoleo de más de 14.000 metros cuadrados que el franquismo construyó a los “navarros muertos en la cruzada” sólo saben de invierno. Hace frío. Septiembre disfrazado de noviembre.
Los ‘adornos’ tapados
Un pasillo de entrada de un par de metros de ancho. En el vestíbulo, un retrato colgado de monseñor Olaechea, obispo fundador de la Hermandad de los Caballeros Voluntarios de la Cruz, que utiliza la cripta como punto de encuentro. El edificio sigue tal y como se construyó, aunque con las laureadas y los vivas al bando nacional tapados con carteles. Hoy es una sala de exposiciones y precisamente una lona que lo chilla tapa el “Navarra a sus muertos en la cruzada”, que ‘adornaba’ en mayúsculas el frontispicio.
¿Y por qué no se ha quitado todavía? Cuando el arzobispado de Pamplona –antiguo titular del mausoleo– cedió la propiedad al Ayuntamiento en 1998, lo hizo con algunas condiciones, entre ellas el mantenimiento de “todos los elementos decorativos, símbolos, inscripciones y lápidas”. En aquella cesión también se estipuló que el usufructo de la cripta sería de la Iglesia a pesar de la cesión de la propiedad, uno de los principales escollos que ha encontrado el Consistorio.
“Navarra a Mola” y “su pueblo a Sanjurjo”
La cripta es de planta redonda, con un ábside en forma de altar. Bajar los escalones y caer un siglo atrás. Silencio. “Navarra a Mola” en el centro, “Su pueblo a Sanjurjo” en el altar, y una inscripción en letras doradas que recorre el techo: “Porque más vale morir en combate que no ver el exterminio de nuestra nación y del santuario”, aforismo de los macabeos convertido en ‘salmo de guerra’ en 1936. El resto del espacio lo ocupan varios bancos, dando aire de capilla a la estancia y permitiendo la celebración de las misas.
Según ha podido saber este periódico, se celebra una cada mes. ¿Cuál es su objetivo? Un caballero de la cruz asegura que se reza “por todos los muertos en la contienda, los de uno y otro bando”. “Hacer lo contrario sería absurdo, iría en contra del propio cristianismo”, relata uno de los participantes en estas celebraciones muchas veces polémicas por sus fechas señaladas.
Escrito en rojo sangre
Las paredes que prologan las escaleras que descienden a la circunferencia alojan los nombres de los muertos del bando nacional en el frente. Están clasificados por pueblos y escritos en rojo sangre. En julio de 1951, la Diputación foral, impulsora del proyecto en un principio, dio un mes a los Ayuntamientos navarros para que le facilitaran estos datos. Tudela, Ulzama, Unciti, Ujué…
Cinco sepulturas tocas y de piedra rodean la cripta, una por cada merindad de Navarra, cada cual con su motivo. Siempre letras doradas.
“Fue el primero en dar su vida”, relata la referente a Tudela. Yace Jaime Munárriz, estudiante de arquitectura, fallecido en Cascante “el primer día del alzamiento” mientras “luchaba contra los rojos”.
Armado con la cruz
La de Estella relata: “Iba armado con la cruz”. Pedro Martínez Chasco, capellán voluntario muerto en el frente de Teruel.
“Venció a la edad con su espíritu”, cuenta la de Pamplona. Severiano Arregui tenía sesenta y dos años cuando intentó alistarse voluntario. Le rechazaron debido a su ‘vejez’. Partió a Sevilla para hacer tropa.
Tafalla, “Murió cuando empezaba a vivir”. La tumba es de Joaquín Sota, que se fue voluntario con trece años en 1936 y que murió con quince en el 38.
La última acoge dos cuerpos, “hermanos en vida y en muerte”. Son Joaquín y Dimas Aznar, labradores, uno muerto en Levante y otro en la batalla de Alfambra.
Todos ellos fueron enterrados en sus pueblos y traídos al monumento a los caídos muchos años después, exactamente en 1961, el veinticinco aniversario del 36, cuando el régimen sacó a la calle en Pamplona tanques, banderas y estandartes a modo de celebración. Los cuerpos de Emilio Mola y José Sanjurjo encabezaron aquel cortejo fúnebre lleno de alegorías a lo que el franquismo calificó de “cruzada” y “liberación”.
Mola preside la cripta
El ataúd de Mola preside la cripta. Está en el centro, elevado en un par de escalones de piedra. Cuesta mirarlo desde arriba. El objetivo, cuando no había tapia, era que quienes accedieran al mausoleo pudieran asomarse. A su derecha, entre dos sarcófagos, se levanta un cristo de madera. Tres metros de alto, obra de Juan Adsuara, escultor castellonense premiado con la medalla nacional de Bellas Artes en 1924. La obra de Adsuara fue la última en llegar. No lo hizo hasta 2004.
Sanjurjo está enterrado en el altar, justo detrás del lugar que ocuparía el sacerdote en misa. Su sepultura es de piedra y, como las otras, está pegada a la pared. A la derecha, un mástil de hierro sostiene una bandera de España.
La exaltación, a debate
La Diputación pagó 24.026.338 pesetas para construir el mausoleo. Años después lo cedió a la Iglesia, que en 1998 acordó traspasar su titularidad al Ayuntamiento. Algunas restricciones, una de ellas la cripta: el uso es de la Hermandad. Los sucesivos Gobiernos han tapado los lemas e insignias que exaltaban al bando nacional en la superficie. La corporación actual quiere hacer lo propio con la cripta, asegurando que la ley de la Memoria Histórica les ampara, algo que no ve claro la familia Sanjurjo.
La disputa sólo acaba de empezar. Tras las pintadas, llegaron las declaraciones de Jorge Fernández Díaz. El ministro del Interior en funciones, en su visita a Pamplona, aseguró que algunos “quieren ganar ahora la Guerra Civil”. El alcalde de la ciudad se plantea considerarlo persona non grata.
Fuera, sol. Calor. Un mausoleo a los ‘caídos’ cierra hoy Carlos III, una de las avenidas más largas de Pamplona. En sus porches, los niños juegan a la pelota cuando llueve, se cobijan a dar sus primeras caladas los quinceañeros y buscan la sombra los enamorados que sufren la condena de haber nacido en la ciudad donde todos se conocen.