Dice Marc Granell que «les banderes inflamen els cors». Patrias de nailon, las describió Benedetti. Hoy es un día de banderas, de himnos, de símbolos. El día del nacimiento de los valencianos como pueblo. Como una sociedad unida que ha mantenido, durante ocho siglos, la voluntad de construir un proyecto común. Que ha resistido, ante todo. Ante guerras, ante crisis, ante derrotas, ante dictaduras, ante pandemias. Que no ha desfallecido nunca ante la adversidad. Fuese la que fuese. Todo eso, tal vez, lo condense una bandera. Un icono, un sentimiento. Pero hay otra bandera, nuestra «senyera social», que ahora cumple 40 años: el Estatut d’Autonomia.
Puede que sus páginas de papel no despierten la emoción de la tela. La emoción siempre se avanza a la razón; inflama mejor los corazones. No obstante, ese pequeño libro –esas 16.000 palabras que empiezan con la voluntad inequívoca del pueblo valenciano de acceder al autogobierno desde el consenso– han transformado nuestra vida.
Desde 1982, l’Estatut ha sido la mano invisible que ha modelado una nueva Comunitat Valenciana. Las cifras impresionan. En cuarenta años, la población valenciana ha crecido de 3,7 a 5 millones de habitantes, con gente de 118 nacionalidades. Hemos duplicado el número de trabajadores: tenemos un millón de ocupados más. Y el porcentaje de mujeres con trabajo ha pasado del 28 al 46 %. La misma tierra, con una nueva piel.
L’Estatut ha tenido dos grandes vertientes. Una es la protección social. Somos más gente, más diversa, con más igualdad. El autogobierno ha reforzado el Estado del Bienestar, el marco de acción prioritario de nuestro sistema competencial. Hoy tenemos en la Comunitat Valenciana 26 hospitales, 14 campus universitarios, más de 2.000 centros educativos y 130.000 personas dependientes que son atendidas por la Administración. La segunda dimensión del Autogovern es el impulso económico. Desde la creación del Impiva para dar vigor a la industria –una de las primeras leyes de la Generalitat– hasta la consolidación, este año, de Ford, la atracción de Volkswagen a nuestro territorio, y el fortalecimiento innovador del tejido empresarial valenciano, que ha generado ocupación y prosperidad económica.
Por eso necesitábamos un Estatut. Por eso queríamos el autogobierno: para vivir mejor. Más allá de identidades de libre elección y de viejas batallas que el tiempo y el agotamiento han hecho olvidar, queríamos el autogobierno para garantizar el respeto a la ciudadanía valenciana. Para hacernos corresponsables de nuestro destino. Sin centralismos ineficientes. Ampliando las oportunidades en cada comarca, en cada segmento de la sociedad. Y por eso necesitamos los recursos justos que garanticen el autogobierno valenciano.
Ahora, ante las emergencias económicas que ha desencadenado la guerra en Ucrania a las familias y las empresas, las instituciones valencianas están obligadas a ser más útiles que nunca. Con más apoyo público en forma de ayudas, de políticas sociales o de una fiscalidad más justa que beneficie a la gran mayoría social. Sin complejos. Sin egoísmos. Sin demagogias. Sin competencias desleales. Porque los impuestos son un pilar del contrato con el que una sociedad se relaciona, fija prioridades y reparte esfuerzos para garantizar el progreso económico, la justicia social y el Estado del Bienestar. Eso es lo que permite la bandera que es hoy más necesaria: l’Estatut.
Hemos aprendido lecciones de estos cuarenta años. El coste de la corrupción, de los recortes, del individualismo extremo. Hemos visto con esperanza la caída de muros en Europa y estamos viendo, con preocupación, el retorno de los fanatismos capaces de tomar Capitolios por la fuerza y de fracturar sociedades. Hemos visto el despertar terrible de la violencia machista que intenta parar el tren de la Historia, que se llama igualdad entre mujeres y hombres. Hemos visto también a los jóvenes promover una mayor conciencia por el planeta, después de demasiadas décadas de contaminación irresponsable. Hemos visto la llegada a nuestra tierra de la mayor inversión industrial de la historia de España, cuando más falta hacía. Hemos visto la unión de toda una sociedad ante la pandemia. Precisamente ese espíritu de unidad, de acuerdo y de esperanza impulsaron l’Estatut. Esa es el alma del 9 d’Octubre.