Lo que ha hecho esta tarde Morante de la Puebla en la feria de San Miguel en la Maestranza de Sevilla sólo lo puede hacer él. Sólo lo sabe hacer él. Es de punto y aparte, de ese ser peculiar y fuera de lo habitual. Hay que suspirar, volver a coger aire y parar después de verlo torear así.
Con un animal de la ganadería Hnos García Jiménez que estuvo a punto de ser devuelto porque salió algo descoordinado, hizo pura magia a la altura del tendido ocho bordando el toreo en la última parte de la faena.
En tres tandas dio una auténtica lección de una personalísima tauromaquia, la suya, y de cómo sacar agua fresca de un pozo seco, un toro que no valía nada, el segundo de su lote. La espada entró a la tercera y la oreja cayó por sí sola. Imagínense…
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Con el pecho siempre por delante y con una valentía extraordinaria, si no no podría torear así, Morante fue capaz de hilvanar muletazos lentos, despaciosos y rompiéndose las muñecas, la cintura, el tiempo y el alma en cada uno de ellos.
Peligroso fue el pitón izquierdo, ya lo avisó en las chicuelinas del quite, pero ya Morante estaba por encima del bien y del mal. Un estado que sólo alcanzan los genios tras colocarse perfectamente entre los pitones, acariciando la pala en más de una ocasión y con los riñones encajados. En definitiva, muy de verdad.
Las bolitas del arte
Rafael de Paula estaba en el callejón y pudo comprobar una vez más cómo a Morante le cayeron al nacer todas las bolitas con las que él describió el arte, las que le llueve en la cabeza a algunos y a otros no.
El saludo capotero a su primero fue de excelsa belleza. Pausado, como si estuviera acunando a un bebé para dormirlo y parando el tiempo en cada lance, pero todo se quedó ahí. Destacó el inicio por estatuarios y algún muletazo muy encajado hasta que el toro acusó su falta de fuerza y comenzó a defenderse.
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Del resto de la tarde, poco que contar. Morante marcó el antes y el después. Antes, Juan Ortega topó con un toro muy deslucido de García-Jiménez (Matilla) como toda la corrida en general y poco pudo hacer. Y Tomás Rufo, que en la pasada feria de abril salió por la Puerta del Príncipe, supo tocar las teclas del tercero para que se viniera arriba y aunque el público le jaleó la faena con música y todo, no pasó a mayores.
Despedida de Carretero
Después, sinceramente, con la borrachera de torería no lo recuerdo bien. Poca emoción, a excepción de la despedida de José Antonio Carretero, quien esta tarde bregó el último toro de su vida y Sevilla se lo reconoció con un entrañable aplauso. Hubo corte de coleta del grandioso banderillero en el albero a manos de su hija y con Morante, que tantos años lo llevó en su cuadrilla, como maestro de ceremonias.
Quien sabe lo que hubiera pasado si su primer toro hubiese tenido un tranquito más y la espada hubiera entrado a la primera tras esa obra maestra. Hagan sus apuestas, pero con la embriaguez de torería que llevaba más de uno, era para salir toreando por la Puerta del Príncipe y acabar la faena en Triana entre los gritos de ¡torero, torero!
Esos mismos ecos que salieron de las gargantas durante su grandiosa faena. Una faena de eso... de punto y aparte y que, por mucho tiempo, no sea de punto final porque cuando se vaya, a ver qué hacemos.