Alsina nos ha llevado a cenar con el Rey y la Reina. Alsina debe de ser uno de esos afrancesados que a punto estuvo de ganarnos la guerra de 1808. Convocó a las siete y media de la tarde y allí estaban todos los poderosos: el presidente del CGPJ, el Gobierno, la oposición, los directores de los periódicos, los presentadores de los telediarios, los locutores de las radios… y nosotros, los chavales de Pamplona. Ninguno había cenado en su vida a las siete y media.
Alsina nos llevó a ver al Rey y a la Reina porque le daban en el Hotel Palace el premio Francisco Cerecedo, que entrega la Asociación de Periodistas Europeos. Y nosotros no teníamos ni idea de cómo se saluda al Rey y a la Reina. Como éramos los nuevos, nos daba vergüenza preguntar. Pusimos tutoriales de YouTube. Los pusimos para eso y para aprender el nudo de la corbata.
Lo del saludo no lo entendimos del todo. ¿Qué va antes? ¿Lo de la cabeza o lo de la mano? Llegamos al Palace con una tortícolis de caballo por culpa de los intentos, pero con la corbata muy bien puesta gracias a Tomás, el de la copistería de abajo. Fue así, de veras:
–Tomás, ¿qué tal?
–¿Qué necesitáis imprimir?
–Es por si puedes hacernos el nudo de la corbata.
–¿Qué? ¿Algún funeral?
–No exactamente. Hemos quedado para cenar con los Reyes.
A Tomás se le cayeron los folios –y las pelotas– al suelo.
Era una corbata verde, por aquello de ser corporativos y el logo de Onda Cero. Pero luego, al entrar en el Palace, nos dimos cuenta de que parecíamos los de Tecnocasa. A Carlos Alsina le daban el premio por ser un maestro en “la búsqueda de la verdad”. Tenía mucho morbo porque andaban en el público los maestros en esconderla: el Gobierno, la oposición y los de los bancos.
Suele decir Alsina que la gente ya sabe de él mucho más de lo que necesita. La gente sabe lo que opina Alsina, pero no tiene ni puñetera idea de quién es Alsina. Ante la mirada de los Reyes, por primera vez y sin que sirva de precedente, Alsina habló de Alsina.
Por cierto, Alsina no tiene problemas con lo del saludo a los Reyes. No sólo porque sea un veterano, sino porque escuchan el programa. Entonces, puede decirles: “Bienvenidos a una nueva mañana de radio”. La radio iguala, la sangre azul se difumina cuando pasa por el transistor.
Giralt Torrente, presidente del jurado, dijo desde la tribuna a modo de prólogo: “Cuantos más Alsinas haya, mejor será el cuerpo social”. Miramos a la ministra Isabel Rodríguez, que la mandan a estos saraos porque es la más simpática del Gobierno. Sonreía, quizá sabiendo la que se le venía encima.
También hubo como aperitivo un concierto de piano y chelo. Obras de Rajmáninov, Fauré y Arlen. Menos mal que el piano era bien visible porque estábamos con el pan en la mano y la boca abierta. Lo decimos de veras: Alsina tiene que ser, seguro, uno de los que vino a invadirnos en 1808. Puso al poder a escuchar música clásica en silencio y sin mirar el móvil. Los poderosos nunca se callan porque siempre creen que es muy importante lo que tienen que contar. Callaron.
Miguel Ángel Aguilar, secretario de los periodistas europeos, aportó una posible explicación: “Es la mirada de Alsina”. Pero lo dijo de un modo ciertamente romántico. Extravió la vertiente más característica de la mirada alsinesca, esa que te hace cagarte en los pantalones en cuanto entras al estudio. Isabel Rodríguez sonreía. Nosotros, empáticos, porque también nos cagamos en los pantalones cuando fuimos a ese estudio por primera vez.
Total que salió Alsina a la tribuna y, ¡al fin!, habló de Alsina. Empezó en Radio Voz. Le tocaba conducir la unidad móvil porque el compañero encargado de hacerlo siempre suspendía el práctico. Fue a cubrir el entierro de Lola Flores. Aparcó entre el coche de las coronas y el que llevaba el cadáver. Se bajó, tan campante, y se colocó en el cortejo como uno más de la familia.
Un guardia le dijo a Alsina, que en ese momento sería “Carlos, de Radio Voz”: “Los periodistas no forman parte del cortejo”. Ahora, confesó, suele repetirse esa frase cuando tiene, como cualquier ser humano, la tentación de coquetear con el poder. Parafraseando a Cuco Cerecedo, que da nombre al premio, aseguró que la adulación emborracha mucho más al adulador que al adulado. Clamó por la distancia. Se notaba hasta en la disposición de las mesas. Ni un político en la suya. Feijóo, a unos cuantos metros. Isabel Rodríguez, también.
“Ironía, sarcasmo, distancia e irreverencia”, son las cuatro palabras con las que Alsina definió el periodismo de Alsina. Cuando era un chaval, en el colegio, le hicieron unos test para descubrirle la carrera que debía estudiar. Le contó el psicólogo: “Has manifestado mucho interés en la Literatura, la Historia y la actualidad. Sí, eso, en la actualidad. Te interesan mucho las noticias. Tienes que estudiar… para ser juez”. Alsina matizó que, en ese momento, los jueces eran respetados por todo el mundo, salvo por los delincuentes.
Salió el Rey a la palestra. No podía decir que era oyente de Más de Uno porque los Reyes son, en la teoría, oyentes de los programas de radio de toda España. Pero se le notaba. Ahí estaba un hombre del que lo sabemos casi todo entregando un premio a un hombre del que no sabemos casi nada. Daba las gracias el buscador de la verdad. Aplaudían elogiosos aquellos que se empeñarán en que no la encuentre.
Se acababa la noche. No habíamos saludado a los Reyes. Teníamos miedo de lo de la tortícolis, de una genuflexión que acabara en rotura de ligamentos y de que se nos manifestara a los de Pamplona la sangre carlista del tío Canuto. Pero vino la Reina, detrás el Rey. Creo que no se puede escribir lo que dicen en privado la Reina y detrás el Rey. Pero fue fácil. Ahora tenemos algo que contar, que no se puede contar. Porque los Reyes no son como los políticos. La monarquía es cosa vieja, cierto, pero ejerce un hipnotismo particular. Vamos a frenar esta crónica porque corremos el riesgo de parecer los hijos de San Luis… María Anson.
Gracias, Alsina. Y gracias a sus majestades.
Una cosa… ¿a quién le hacemos el bizum por la cena?