Fue la cobertura de un suceso la que me hizo quedarme en EL ESPAÑOL cuando apenas acababa de comenzar en este loco y ajetreado negocio. Ya había pasado mi primer verano de prácticas, el de 2016, y tenía 23 años. Un domingo de septiembre recibía una llamada con el aviso desde la redacción. Cuatro personas habían aparecido descuartizadas en un chalet de Pioz, una localidad perdida en las colinas al inicio de Guadalajara.
Era una de esas noticias que uno no se termina de creer que ocurran a unos pocos kilómetros de distancia de Madrid. Yo sabía que Guadalajara no era un lugar remoto y exótico, como el desierto del Gobi, pero incluso ahí te puedes encontrar con episodios cuya atrocidad alcanza esa magnitud.
Antes de llegar al chalet donde se había perpetrado el crimen todo me resultaba inverosímil. Tanto que por un breve instante se me pasó por la cabeza que aquello fuera la clásica novatada. Ya allí la realidad se presentó con toda su crudeza, en la casa en la que habían aparecido los cuerpos de Marcos, Janaína y sus hijos.
Advertí el revuelo de cámaras, y las caras de los vecinos: primero curiosidad, luego incredulidad y finalmente temor. Se enteraban a través de nosotros de que dentro de aquella apacible vivienda se encontraban los cuerpos desmembrados de una familia, dos adultos y dos niños, que apenas llevaban unos meses viviendo en la urbanización.
Me pasé los tres meses siguientes escribiendo casi en exclusiva de aquella historia. Las preguntas, como siempre, superaban en número a las respuestas que se pudieran ofrecer. El periodismo se dedica a explicar las cosas, pero en esos momentos, mientras avanza la investigación sobre el crimen, el reportaje de un suceso no puede cumplir esa labor. Es la primera lección que uno aprende cuando empieza a pisar comisarías. El periodista rara vez puede o debe ir por delante de los investigadores. Y hay que vivir con ello.
Viene esto a cuento del Máster de Periodismo de EL ESPAÑOL y de la Universidad Camilo José Cela, que comenzará el próximo mes de octubre, durará un año, y en el que se explicarán entre otras materias, cómo se elabora, cómo se cubre y cómo se escribe una investigación de calidad sobre el mundo del crimen.
Me volqué de forma casi obsesiva en Pioz. Aprendí que una información tan trágica como esa contiene todas las perspectivas de la condición humana. Intentamos ofrecer todas las caras del prisma. La primera semana estuvimos en la urbanización donde se hallaba el chalet. Hablamos con el vecindario, identificamos a la familia, localizamos al hermano de una de las víctimas y le entrevistamos. Viajamos a los lugares donde trabajaban las víctimas. Preguntamos a sus compañeros. Supimos que la familia había llegado allí a vivir tan solo unos meses atrás, como si estuvieran huyendo de algo.
Diez días después, el juez ordenaba la detención del único sospechoso, un sobrino de apenas 19 años de edad. Patrick Nogueira, desde entonces el descuartizador de Pioz, había vivido cuatro meses con la familia, y abandonó España tras el crimen. Se consideraba que había indicios suficientes de sus actividades criminales. Su teléfono posicionaba en el lugar del crimen cuando ocurrió. Era la pieza clave de la historia, porque fue el dispositivo que utilizó para narrar en directo el crimen a uno de sus amigos según iba asesinando uno tras otro a los miembros de su familia.
La segunda y tercera semana localizamos a los abogados de las víctímas y nos entrevistamos con ellos. También nos pusimos en contacto con los investigadores. Y con el amigo del asesino que vivía en Brasil al que le narró el crimen en directo. Con más implicados en los hechos de forma tangencial. Accedimos al sumario del caso, y conseguimos publicarlo.
Fueron semanas vertiginosas. Era mi primer contacto con el mundo de los policías, el de los asesinatos y con el de los abogados. Desde entonces he viajado por toda España y he tratado de contar del mejor modo posible algunos de los crímenes más complejos de los últimos años: el caso Ardines, el caso Diana Quer, el juicio de La Manada, el crimen de Maje, la viuda negra... Al estilo de los Navy Seal, los reporteros de EL ESPAÑOL siempre estábamos allí donde nos necesitara la noticia.
Cómo tratar las fuentes
En comparación con ámbitos como la cultura o la política, en España hay pocos periodistas dedicados a los sucesos o a los asuntos turbios, lo puramente policial. Por eso creo que el cuidado en cada pieza debe ser todavía mayor si cabe. Una buena crónica negra funciona como un reloj suizo al que pusiera en hora el más afamado orfebre. En aquellos días alguien me subrayó una máxima que todavía aplico a día de hoy. Con el reportaje de sucesos no hay término medio: o se hace muy bien o se hace muy mal.
En otros ámbitos del periodismo no se trabaja con un material tan delicado como las emociones de personas que sufren. Si la empatía es una virtud que todo periodista siempre debiera cultivar, ésta resulta todavía más fundamental para el reportero que elabora una historia sobre el mundo del crimen.
Las fuentes, en casi todas las ocasiones, son personas que no tienen ganas de hablar, de contar una sola palabra del calvario por el que está pasando con sus más allegados, y eso es imprescindible respetarlo. Es importante tener calma, paciencia, hablar poco y mirar mucho, sobre todo a los ojos de las personas con las que tienes que hablar.
Hay que pedir muchas veces por favor y decir muchas veces gracias. Insistir cuando toca y echarse a un lado cuando te lo piden. El tacto al acercarse a alguien a preguntar es la principal herramienta que el reportero debiera emplear. A veces hay que esperar, o buscar otras vías para poder ofrecer la novedad sobre una historia determinada.
Dos de las cosas que trataremos de explicar en el Máster de Periodismo de EL ESPAÑOL es cómo se escribe un suceso y cómo se narra una investigación policial. Cuál es la mejor forma de acercarse a hablar con un guardia civil. Cómo se protege a una fuente. Cuántas veces hay que insistir hasta que quienes cuentan las cosas acaben recurriendo directamente a ti.
Al final, todo parte de una premisa muy simple como es la capacidad para relacionarte bien y con lealtad con las personas. Se te tiene que dar bien la gente.
Se suele decir que un buen artículo en un periódico tiene que responder a las 5 W del periodismo. Eso es lo que te dicen cuando estás aprendiendo. Después, la realidad avanza con su propio ritmo. A veces en tu artículo solo logras responder a una de esas cinco preguntas, y poco a poco se construye desde ahí. Y en la escritura sobre un crimen, las 5 W (qué, quién, cuándo, dónde y por qué) solo te las puede responder la policía. Y más tarde un juez. Con el paso del tiempo, vas construyendo el puzle de la historia.
A ellas habría que añadir una sexta pregunta, el cómo, que resulta interesante sobre todo desde el punto de vista de la criminología.
Por qué interesan los sucesos
Hay dos motores que impulsan la atención del lector cuando aparece un acontecimiento de estas características. Uno de ellos es la empatía hacia las víctimas de la tragedia. La capacidad que todos tenemos de ponernos en el lugar del que sufre, de compadecer a la madre cuyo hijo ha sido asesinado, o al padre que durante años busca incansablemente a su hija desaparecida.
El segundo de los motores que se impone en la información de un suceso es la necesidad del lector de entender, de algún modo, cómo funciona la cabeza del asesino. Un buen reportaje permite al lector tener los detalles periféricos de un acontecimiento para entender por qué el asesino actuó de un modo determinado. Por qué ocurrieron las cosas. Conocer qué mecanismo se activa en la mente de una persona para cometer un hecho tan atroz como descuartizar a su familia y huir lejos de la escena del crimen.
Ese era el caso de Patrick Nogueira, el descuartizador de Pioz. ¿Qué puede llevar a una persona a matar a su tío, a su tía, a sus sobrinos, para luego desmembrarlos y guardarlos en bolsas de plástico? ¿Cómo puede alguien llegar a cometer un crimen tan atroz mientras lo retransmite por WhatsApp a un amigo que está en Brasil? ¿Por qué alguien es capaz de hacerse un selfie con los cadáveres de su familia cuando yacen inertes en el suelo?
Quizá por eso las asignaturas de esta materia que se impartirán en el Máster de Periodismo de EL ESPAÑOL resultarán atractivas a graduados en Criminología como los que ya han cursado sus estudios en la Universidad Camilo José Cela, la impulsora de los estudios junto al diario de Pedro J. Ramírez.
Carmen Jordá es Directora del Departamento de Criminología y Seguridad de la Camilo José Cela. Colabora con el Centro de Análisis y Prospectiva de la Guardia Civil. Actualmente imparte clase a más de 70 alumnos en el Grado de Criminología y Seguridad de esta universidad, y señala las similitudes y diferencias entre un periodista dedicado a los sucesos y a un criminólogo.
Hay gente que domina ambas disciplinas, pero quizás a los criminólogos, apunta, les cueste más divulgar su conocimiento. "La criminología aporta la visión científica sobre el delito, el autor, la víctima y el entorno. Trabajamos con hipótesis, con las evidencias disponibles. Se contrasta y a veces se llega a alguna conclusión y otras veces no. Es un trabajo muy parecido al periodismo en cuanto a la curiosidad que se requiere. Es lo que más nos une. La mayor parte de estudiantes que vienen a estudiar criminología suelen explicar que quieren estudiar criminología porque quieren entender", dice.
Eso es también lo que busca normalmente un periodista, para luego ayudar a entender a los demás. "El periodismo como tal tiene el propósito divulgativo con el que hacer entender lo que está pasando en el mundo. Tiene el empuje y la fuerza y las fórmulas que llegan a la gente", dice Carmen Jordá. Ambas son profesiones unidas por dos características primordiales: la curiosidad y el afán de entender. Quizá por eso, muchos criminólogos podrían encontrar atractiva una formación como la de la segunda edición 2024/2025 del Máster de Periodismo de EL ESPAÑOL y de la Universidad Camilo José Cela.
Hace siete años que me subí a este barco y desde entonces en mi garita no han dejado de entrar y salir las historias de toda clase de delincuentes: sicarios, violadores, pederastas, corruptos, ladrones, aluniceros, narcotraficantes, viudas negras, jóvenes profesionales del crimen... También he podido estar a veces al lado de los policías, viéndoles trabajar. Son historias incómodas y peligrosas, pero esas son las que hay que poner ante los ojos del lector.
Nuestro trabajo es tratar de explicar las cosas sin artificios y hacernos todo tipo de preguntas. Pero no somos los únicos. Cuando la Policía arrestó a Patrick Nogueira se llevó tres cosas de su habitación: su ordenador, su móvil y el libro que tenía en la mesita de noche, La parte oscura de nosotros mismos: una historia de los perversos, de Elisabeth Roudinesco. Puede que incluso el propio asesino estuviera tratando de entenderse a sí mismo.