En las páginas del diario semanal londinense The Examiner apareció en febrero de 1819 una feroz viñeta a todo color, realizada por el caricaturista inglés George Cruikshank, bajo el título de "La maldición de España". El protagonista de la imagen era Fernando VII, a quien se apodaba "the criature" (el monstruo).
El rey aparece sentado sobre una caja de cadenas, situada a su vez sobre una plataforma presidida por la sentencia "tiranía" y las calaveras de los muertos españoles en los combates más relevantes de la Guerra de la Independencia.
Transfigurado con un sombrero de bufón, orejas de burro y patas de animal, el monarca absolutista pisa un ejemplar de la Constitución de 1812 y porta un collar de cráneos —con la mano izquierda sostiene otro inscrito con la palabra "España"—. A la derecha de Fernando VII emerge el demonio, dispuesto a condenar con prisión y torturas a quien amenace con pedir libertad; y a su izquierda un inquisidor que invita a observar el sufrimiento de quienes osan oponerse al poder real.
Su mano manchada de sangre señala al militar Díaz Porlier, ahorcado, y más allá se describe un auto de fe que recuerda a los exagerados grabados de Theodore de Bry. La escena la completa otro pequeño Lucifer que quema periódicos como El Español Constitucional, que publicaron los exiliados liberales en Londres.
La caricatura llevaba meses circulando y se inspiraba en la obra Representación hecha a S.M.C. el señor d. Fernando VII en defensa de las Cortes, con la que el político Álvaro Flórez Estrada contribuyó a renovar el entusiasmo por el régimen constitucional de 1812 y caldeó el ambiente para el pronunciamiento de Rafael del Riego.
Ahora la ha recuperado Gonzalo Capellán de Miguel, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de La Rioja, en la segunda jornada del congreso internacional El Trienio Liberal doscientos años después, que organiza en el Senado la Secretaría de Memoria Democrática.
El historiador ha explicado que este tipo de imágenes fueron un elemento clave de una campaña que excedió las fronteras españolas para hacer ver a la opinión pública internacional la causa liberal y constitucional contra Fernando VII, que tendría su efímero triunfo entre 1820 y 1823. "Esto contribuyó a ese cambio: del rey deseado se pasó al rey tirano", ha destacado.
La popularidad de la caricatura de George Cruikshank se evidencia en readaptaciones que aparecieron en la prensa europea del momento. Copias de mayor o menor calidad artística y mordaz ingenio, pero en las que se continuó proyectando la imagen del Borbón español como un ferviente reaccionario.
Retratos satíricos que circularon durante los años del Trienio, y tiempo después: una versión más abstracta, pero que también denuncia la tiranía con el mismo formato, apareció en el diario El Iris en 1826. De hecho, fue la primera litografía que se publicaba en la historia de México.
La segunda jornada del congreso, dirigido por los catedráticos Manuel Chust e Ignacio Fernández Sarasola, ha indagado en numerosos aspectos del Trienio de la mano de los mejores especialistas. Uno de los más interesantes es cómo este periodo abrió cauces de participación política y social, como el reconocimiento de la libertad de imprenta o el nacimiento de las sociedades patrióticas, germen de los partidos y una suerte de contraparlamento que trató de ir más allá de lo que hacían las Cortes. Así lo han detallado Luis Fernández Torres (Universidad del País Vasco) y Jordi Roca Vernet (Universidad de Barcelona).
Tres protagonistas
En una encuesta popular, a Rafael del Riego se le relacionaría mayoritariamente con el himno nacional que sonó en España durante el Trienio Liberal y las dos repúblicas. O tal vez con su escabrosa ejecución: fue ahorcado el 7 de noviembre de 1823 en la plaza de la Cebada y su cadáver arrastrado por las calles de Madrid.
Una muerte que le convertiría en mártir por antonomasia de la represión del reinstaurado absolutismo VII. Pocas serían las respuestas de ese cuestionario que identificarían al militar y político como el presidente de las Cortes en la segunda legislatura, iniciada en marzo de 1822, de la ¿fallida? revolución liberal.
Así lo ha expuesto Clara Álvarez Alonso, catedrática de Historia del Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid, en el bloque dedicado a los rostros del Trienio Liberal. La historiadora ha reivindicado en su intervención a Rafael del Riego, a quien Benito Pérez Galdós tildó en sus Episodios Nacionales de "mediano militar y pésimo político", como el más notable defensor de la Constitución de 1812 y del gobierno de las leyes y no de los hombres.
"No fue un personaje pasivo: cuando toma la presidencia de las Cortes tenía una formación muy clara en el ámbito de la Constitución, una concepción revolucionaria muy clara de que solo a través de la libertad de imprenta se conseguiría la liberalización de toda la sociedad", ha destacado Álvarez, autora de una reciente biografía del líder liberal, rebatiendo algunas de las imágenes negativas que pesan sobre su figura.
"Riego fue el que más se pronunció a favor de la Constitución, pero no en las Cortes, sino a través de una labor de divulgación popular".
Las biografías del militar, del economista José Canga Argüelles —presentada por la catedrática Carmen García Monerris—, un radical que acabó en la orilla del moderantismo pero cuya contribución fue mucho más allá de su famoso Diccionario de Hacienda; y el político Antonio Alcalá Galiano —a cargo de la también catedrática Raquel Sánchez García—, un conservador que se valió de la demagogia política para hacerse un hueco en la formación del nuevo espacio público, han servido de denominador común para adentrarse en los orígenes del liberalismo decimonónico español a través de un impulso compartido: la defensa del texto constitucional que se aplicó durante el Trienio.
Durante la segunda jornada del congreso también se ha analizado la actividad parlamentaria que se desarrolló en estos años, los proyectos de la contrarrevolución, los verdaderos papeles que desempeñaron las sociedades secretas como las logias masónicas o los decretos desamortizadores eclesiásticos.
También se han narrado los ecos que la proclamación de la Constitución doceañista en 1820 tuvo en América y Europa, provocando la puesta en marcha de procesos revolucionarios liberales en ambos continentes —de hecho, en esta época casi se independizó América de punta a punta, como ha recordado Juan Marchena Fernández, de la Universidad Pablo de Olavide—.
Aunque su principal consecuencia fue la invasión en abril de 1823 de los Cien Mil Hijos de San Luis. Rosario de la Torre del Río, catedrática del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense, ha reconstruido con gran precisión el contexto impuesto por el Congreso de Viena y la Santa Alianza para explicar las motivaciones de la intervención gala —el rechazo a que las tropas del zar Alejandro I cruzaran el continente, las ambiciones de Chautebriand, entonces ministro de Exteriores, de restablecer la grandeza de Francia y la neutralidad británica—.
"No se invocó el peligro de la revolución española: se limitaron a proclamar la solidaridad de la Casa de Borbón", ha rememorado la historiadora.