En la 308, una carretera autonómica que recorre la parroquia de Nanín (Pontevedra), una manada de periodistas empieza a impacientarse. Se agolpan contra las vallas, meten el codo para ganar sitio y escudriñan con ojos achinados a todos los conductores que, mientras levantan el pie del acelerador, se preguntan qué ha reunido a casi cincuenta cámaras un jueves en una desviación comarcal. "Ya va una hora", resopla una reportera, el tiempo mágico desde que el rey Juan Carlos pisó durante unos segundos suelo español, se subió al coche de su amigo Pedro Campos y puso rumbo a su casa de Sanxenxo.
Entre las caras largas y los golpetazos por pillar el mejor ángulo de tiro (de cámara), Máximo y Eduardo son los que mejor se lo pasan. Hace un rato dejaron el coche en el arcén, abrieron el maletero y sacaron varias banderas de España. Sólo esperan y sonríen, pacientes, hasta que el Volvo esperado aparece a lo lejos. Como ellos, varias decenas de espontáneos empiezan a agitar enseñas con la corona, una señora abraza a su marido y un grupo de niñas agita banderines sobre un cercado. En un lado, los periodistas empiezan a enzarzarse; en el otro, un nuevo camarada se une a la faena, saca otra bandera y toma la palabra: "¡Viva el Rey!" Y el resto corea: "¡Viva!"
Han pasado 654 días desde que, el 3 de agosto de 2020, Juan Carlos I abandonara la casa de Pedro Campos sin avisar. La noche anterior fue la última que pasó en España, en secreto, antes de exiliarse a Abu Dabi "guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a los españoles", según explicó en una carta distribuida por Casa Real. Este jueves ha vuelto al hogar que le acogió esa última vez, acechado por rumores de cuentas ocultas en paraísos fiscales, comisiones ilegales y evasión de impuestos. Hoy, dicen quienes le rodean, vuelve tranquilo y con los papeles en regla.
"Aquí siempre se le trata bien, como en ningún sitio", señalaba Pedro Campos a EL ESPAÑOL hace unos días, cuando saltó la noticia de la vuelta del monarca. En Sanxenxo la actitud de sus vecinos es de recibimiento, pero con retranca. Las banderas ondenan más que ayer, pero la mayoría de los presentes son curiosos que, móvil en mano, parecen más interesados en atrapar un momento histórico que en vivirlo.
Sanxenxo vive de sus segundas residencias. Esto, dicho de otro modo, quiere decir que la mayoría de los que hoy llevan polos con la bandera de España no son de aquí, sino que se han pasado para recibir a Su Majestad. Son los que salen en la foto cada verano, los mismos que durante dos décadas le han arropado a pesar de los escándalos extramatrimoniales, las sucesivas regularizaciones fiscales y la huida silenciosa. Aquí, dicen en los alrededores del puerto deportivo que lleva su nombre, sigue teniendo su corte de fieles.
"Le debemos todo"
Entre las calles y terrazas la actitud es de júbilo, pero también de cachondeo. "Cómo se nota que viene, que están limpiando el parking del Náutico por primera vez en dos años", bromea una señora, en gallego, en uno de los bares cercanos al puerto. Al fondo, el dueño gira la cabeza y se pone serio, en español: "Pues menos mal que vuelve. Nunca se tenía que haber ido, le debemos todo y hasta su familia le ha tratado como un perro".
Desde hace días, la capital turísitica de las Rías Baixas está preparando sus mejores galas para recibir al anterior jefe del Estado, ese que la puso en el mapa. Llega a Sanxenxo en una fecha señalada, la de la tercera regata del IV Circuito Copa de España 2022 clase 6M, una disciplina en la que todavía campeón del mundo y en la que, si se anima, participará como patrón de su Bribón. La respuesta, según Pedro Campos, es que 'el señor' -así se refiere al Emérito- tiene la última palabra, dependiendo de su salud y del estado del viento. "Pero si se ve bien él siempre tiene un sitio".
"Creo que le va a sentar bien el fin de semana, se anime o no a navegar", explica a una persona cercana al círculo de Juan Carlos. "Sabe que en Sanxenxo es tan querido como nadie, que la gente le adora. Aquí están sus amigos, su hija, su deporte... Estos últimos años se ha sentido muy solo", comenta la misma fuente.
En realidad, la ría de Pontevedra siempre ha sido la vía de escape del Emérito. En 2014, cuando la abdicación y la mala prensa empezaron a cercarle, Sanxenxo y la casa de Campos se convirtieron en su refugio. Su círculo náutico, quel que hasta entonces sólo veía en el contexto de las regatas, demostró ser de los más fieles y acogedores; y cuando la Justicia empezó a señalarle, uno de los pocos que lo protegió.
Que el rey Juan Carlos eligiera la casa de Pedro Campos como último destino antes de abandonar España no fue una casualidad ni una conveniencia, como tampoco lo es que ahora haya vuelto al mismo lugar. Tanto la partida como el regreso han sido a uno de los pocos lugares que puede llamar casa: Sanxenxo, su patria elegida. El único lugar donde sigue siendo el Rey.