Dieciocho años se cumplen del mayor atentado terrorista ocurrido en Europa (diez bombas estallaban en cuatro trenes en Madrid dejando 192 muertos y 1.857 heridos) y Amazon Prime estrena, precisamente hoy, su serie documental El desafío: 11M.
No se trata este de un trabajo de investigación, así que no esperen encontrar en él un análisis exhaustivo ni un arrojar luz sobre algunas sombras e incógnitas que todavía persisten sobre ciertos aspectos de lo ocurrido ("La sentencia no dice ni quién, ni cuándo, ni cómo, ni dónde decidió que se cometieran los atentados de Madrid. Tampoco identifica quiénes fueron las personas que colocaron cada una de las bombas en cada uno de los trenes", nos recordará Pedro J. Ramírez en el último episodio).
El documental es más bien un loable ejercicio de recopilación de testimonios, algunos de indudable valor y otros de ligero bochorno, y una recapitulación de lo ya conocido sobre todo lo acontecido esos días. Eso no le resta valor ni calidad, por supuesto, tan solo lo coloca bajo un epígrafe concreto y no otro, y parece justo señalarlo.
Aciertan los autores al dividir el relato cronológico en cuatro bloques temáticos, pues permite al espectador hacerse una composición de lugar ordenada y estructurada, y aunque inevitablemente la temática impide lo contrario, cae en el sentimentalismo en determinados momentos.
Eso sí, la mayoría del tiempo se percibe, y agradece, el intento de mantener cierta ecuanimidad en el relato. Estos cuatro capítulos —Amanecer, Ganar, Neutralizar y Condenar— arrancan en la mañana de los atentados, ese 11 de marzo de 2004 que nadie podrá ya olvidar.
Amanecer
Estos primeros cincuenta minutos de la serie, que comienzan con testimonios de supervivientes y estremecedoras imágenes de los atentados, nos colocan ya emocionalmente en el lugar que corresponde: con las víctimas, con sus familiares y con su sufrimiento.
La reacción ejemplar y solidaria de todo el tejido social de la ciudad, desde el último ciudadano anónimo a las fuerzas de Seguridad del Estado y sanitarios, resulta emocionante y esperanzadora. Y contrasta brutalmente con la sensación, que se verá reforzada en el siguiente episodio, de que nuestros políticos no supieron estar a la altura de ellos.
No deja de llamar la atención que sean precisamente los directores de los diarios que no dudaron en titular rápidamente adjudicando la autoría a ETA los que más insistan en señalar el interés de otros por hacerlo. Tan solo El Mundo, en aquel momento, decidió titular con un prudente "Más de 130 muertos en la mayor masacre terrorista de nuestra historia", sin incluir a la banda terrorista en esas líneas, frente al más que explícito "Matanza de ETA en Madrid" de El País, o el "Masacre en Madrid" de ABC, convenientemente subtitulado con un visible "ETA asesina a más de 130 personas".
Ese divorcio entre lo que se hizo —comprar sin más la versión inicial— y lo que se sostiene —la mala fe contenida en ella—, revela un incipiente pulso por controlar el relato ya en esos momentos posteriores a la masacre. De aquellos polvos, nuestros actuales lodos.
Ganar
Es quizá este el episodio en el que nos sacan los colores, en el que nos avergonzamos de no haber tenido una clase dirigente a la altura, ni en el poder ni en la oposición.
Si es un error el empecinamiento de unos por señalar a un responsable -cosa lógica en un primer momento, pero no tanto cuando empiezan a aparecer evidencias de lo contrario-, no lo es menos el de otros por señalar más lo que hacían mal los anteriores que estar a lo que había que estar. Y más si cabe, ver la persistencia en sus testimonios tanto tiempo después.
El documental muestra cómo unos y otros pecaron en su afán por rentabilizar un suceso brutal cuando no era momento de pensar en términos de réditos propios. Se echó de menos, se echa al verlo ahora, algo más de unidad y desinterés electoral, de responsabilidad de Estado.
Resulta bochornoso contemplar ahora las comparecencias en la jornada de reflexión tanto de Mariano Rajoy como de Alfredo Pérez Rubalcaba, o recordar lo ocurrido en RTVE esos días (del desprecio a la entrevista a Bush, al ninguneo de las multitudinarias concentraciones en las puertas de Génova o la emisión de determinadas películas).
Sorprende también la franqueza con la que José Bono manifiesta, no sé si le traiciona el subconsciente, que la victoria en las elecciones habría sido del PP ("si Aznar hubiese admitido la realidad, hubiese llamado a los partidos, hubiese administrado el dolor de España como hacen las personas sensatas y con corazón, podrían haber ganado las elecciones") cuando sus compañeros de partido Elena Valenciano y Pepiño Blanco insisten una y otra vez en que los atentados no influyeron la victoria del PSOE.
Baltasar Garzón apuntala también esa tesis con su "el vuelco electoral lo produce la mentira", lo que atribuiría esa victoria a lo ocurrido y no a la ventaja previa que, de todos modos, entraría dentro de las elucubraciones y casi lo esotérico, pues esas elecciones ocurrieron como ocurrieron, y no de otra forma, y nunca podremos saber a ciencia cierta lo que habría sucedido de no desarrollarse así, aunque lo podamos intuir.
Neutralizar
El tercer episodio de la serie se centra en los días posteriores a las elecciones, cuando los esfuerzos de las Fuerzas de Seguridad del Estado estaban centradas en identificar y encontrar a los culpables y neutralizarles.
A raíz de las tarjetas es como se llega a Jamal Zougam, y quizá aquí esté uno de los peros que podría ponerse al documental: el testimonio de alguien al que se identifica simplemente como "comisario Lucha Antiterrorista Policía Nacional" afirmando que "Jamal Zougam era una persona que no era desconocida para los servicios de investigación, concretamente era conocido en otras investigaciones anteriores por haberse relacionado con investigados en el ámbito de corte yihadista".
Así se nos presenta al único condenado como autor material de los atentados pese a que nunca se probó su participación en actividades yihadistas. Y más adelante veremos que contra él no existe más prueba que el testimonio de dos personas que obtuvieron grandes ventajas por su declaración.
A día de hoy, Zougam sigue sosteniendo su inocencia y su abogado, Eduardo García Peña, del que no tenemos ninguna razón para presuponer mala fe, sostiene: "Tengo, primero, la convicción profesional de que no hay pruebas para sostener su culpabilidad y, además, tengo la certeza personal de que es inocente".
Al margen de este punto, la reconstrucción de las investigaciones es muy interesante. Y uno no puede evitar el estremecimiento al pensar en lo que podría haber pasado de explotar el artefacto encontrado sin activar en la línea de Renfe Madrid-Sevilla el día 2 de abril. Será este atentado frustrado el que confirme las sospechas de que la célula terrorista continúa activa y acelera las investigaciones, llegando a la operación de Leganés, donde se localizó el piso de la calle Carmen Martín Gaite, en el que acabarían suicidándose siete yihadistas, que mataron el GEO Francisco Javier Torronteras.
"Cuando tu victimario se suicida", dirá el expresidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, Javier Gómez Bermúdez, "a ti la sensación que te queda es de que no se ha hecho justicia (…), la sensación que te queda es de frustración".
Condenar
Es en este último episodio quizá en el que más evidente es el sesgo ideológico. Asistimos estupefactos a lo que podríamos llamar "requeteconspiración", y que sería la teoría de una conspiración para acusar a otros de propagar teorías de la conspiración. Es complicado, pero intenten no perderse ahora.
"Delirio conspiranoico" lo llama José Antonio Zarzalejos, exdirector de ABC. Jesús Ceberio, exdirector de El País, acusa a El Mundo de jugar "un papel determinante" en la expansión de esas teorías. Olvida Ceberio, lo vimos en el primer episodio, que mientras el diario de Pedro J. cumplió desde el primer momento con el deber periodístico de poner en cuestión toda información antes de darla por buena, y que fue él quien divulgó, primero, la versión de un PP en el poder señalando a ETA y, más tarde, la del PSOE.
El mismo ejercicio de rigor periodístico -perciban la ironía- lo lleva a cabo de nuevo Zarzalejos al afirmar sin rubor que "había algunas fuerzas detrás de esos medios de comunicación muy interesadas en desestabilizar la situación democrática española". La acusación, sin ninguna prueba, es lo suficientemente grave como para dejarla pasar. ¿No es esta una viga de "delirio conspiranoico" en quien se esfuerza en ver pajas en ojos ajenos?
Ante actitudes así, puedo uno remontar a esos días el germen de lo que será la fractura ideológica actual, este emponzoñamiento en el debate público. Y resulta desoladora la irresponsabilidad.
El relato de hechos que hace José María Aznar es consistente, y deja una de lado frases esculpida en el documental cuando se le pregunta por si cree en las conspiraciones: "No creo mucho en las teorías de las conspiraciones, pero tampoco soy un ingenuo, ¿sabe usted? Entonces tampoco creo en las casualidades".
Acabar el documental con las palabras de Pilar Manjón en la comisión de investigación del 11M el día 15 de diciembre de 2004 es un buen colofón, pues son ciertamente emocionantes. ¿Quién no recuerda ese "¿De qué se reían, señorías?", entre lágrimas, tras el no menos estremecedor "venimos a reprocharles como diputados, pero sobre todo como representantes del pueblo, sus actitudes de aclamación, jaleos y vítores, durante el desarrollo de algunas comparecencias en esta comisión, como si de un partido de fútbol se tratara. De lo que se estaba hablando, señorías, es de la muerte y las heridas de por vida padecidas por seres humanos, de pérdidas que nos han llenado de desolación y amargura".
Lo que sería un error de bulto sería interpretarlas como la merecida reprimenda a solo una parte de los diputados por afinidad política. Todos nos fallaron en esto.
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