La última vez que Eduardo Hidalgo vio a su familia, estaban sentados en casa, horas antes de que este agente de policía marchase a trabajar. Ese día no le tocaba guardia. A un compañero del cuerpo le convenía modificar su turno y lo canjearon en el último segundo. Era tarde de partido.
En Sabadell, se jugaba un encuentro del Campeonato Nacional de Liga de Segunda División entre el Centro de Deportes Sabadell, el equipo de la ciudad, y el Málaga Club de Fútbol. Los partidos de los fines de semana eran uno de sus cometidos habituales como agente destinado en la brigada de Seguridad Ciudadana. Era 8 de diciembre de 1990. Han pasado, exactamente, treinta años de aquella tragedia.
Por eso la sobremesa del día de su muerte se desarrolló como cualquier otra tertulia normal de familia. En un momento dado, algo más tarde de las tres, Eduardo se levantó de la mesa y dijo: "Me voy a trabajar".
Al cruzar el umbral de la puerta de la calle su hijo giró la cabeza y se aproximó a la ventana. Aún hoy recuerda perfectamente ese instante, como si lo hubiera congelado con el fin de conservarlo para siempre. "Yo siempre me asomaba para ver cómo se marchaba. La última imagen que tuve de mi padre fue desde la ventana, caminando de espaldas, subiendo parque arriba, alejándose hacia el coche".
Eran las cinco de la tarde cuando el furgón en el que viajaba Eduardo Hidalgo se dirigía junto a sus compañeros a vigilar las inmediaciones del estadio. Era un partido cualquiera de una tarde cualquiera.
Un coche bomba explotó en la confluencia de las calles Josep Aparici y Ribot i Serra. El estallido se produjo al paso de un convoy de dos lecheras sin blindaje que iban repletas de miembros del Cuerpo Nacional de Policía. Apenas había recorrido cien metros desde su salida de la comisaría. El vehículo quedó convertido en un amasijo de hierros, chatarra y muerte.
La bomba acabó con la vida de seis agentes de Policía Nacional. Sus nombres eran Juan José Escudero, Eduardo Hidalgo, Juan Gómez Salat, Miguel Marcos Martínez, Francisco Pérez Pérez y Ramón Díaz. En el suceso otras once personas resultaron heridas, entre ellas otros dos agentes que iban en el vehículo policial: Enrique Fernández González y Cruz Adeva Usera.
La onda expansiva provocó cuantiosos daños materiales en las viviendas y automóviles que se encontraban en el lugar. Nueve ciudadanos que transitaban por la zona fueron heridos de diversa consideración. Especialmente grave resultó Manuel Rosillo González, a quien la metralla del explosivo se le quedó incrustada en el tórax. Se trata del ataque más mortífero perpetrado por ETA contra la Policía Nacional.
Comando Barcelona
S. es un hombre discreto que prefiere preservar su intimidad tres décadas después de la tragedia. Dice a EL ESPAÑOL que trabaja como taxista en Sabadell, y a veces, cuando pasa por el cruce en el que todo saltó por los aires, se le revuelve el estómago por dentro. "Trato de evitarlo si puedo, y siempre me acuerdo de él y de cómo era y de cómo se portaba conmigo".
Tenía 18 años el día en que ETA mató a su padre. Ya había estrenado la mayoría de edad. Su casa se encontraba ubicada a cinco minutos caminando de donde se produjo el ataque. No se enteró hasta varias horas después. Cuando se produjo la explosión, S. se encontraba pasando la tarde con su novia en el otro extremo de la ciudad. Al llegar a casa se percató de que algo no iba bien.
Eran cuatro en casa. Su hermano de 15, su madre y él. Al regresar se encontró la zona llena de sirenas, de coches de policía y de alguna ambulancia. "Había compañeros de papá por allí. Nos dijeron que nos fuéramos a comisaría con ellos. Solo nos lo contaron al llegar".
El ataque se produjo a escasos 500 metros de la comisaría de Policía Nacional de Sabadell. De algún modo, en Cataluña estaban preparados para que algo así pudiera ocurrir. Un cierto temor planeaba sobre el ambiente en aquellos años de principios de los 90, antes de las Olimpiadas de Barcelona '92. Se sabía que ETA tenía en mente un plan orquestado con el que tratar de boicotear los Juegos y perpetrar sangrientos ataques.
ETA había montado un plan de actuación antes de las Olimpiadas del 92. Para ello querían valerse del Comando Barcelona, y por eso ya a principios de los noventa la preocupación entre las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado sobre la región aumentó.
La semana anterior al ataque en Sabadell, investigadores de la lucha antiterrorista habían logrado incautar documentos a la organización en los que se detallaban estas intenciones.
El hijo de Eduardo recuerda cómo días antes del atentado escuchó a su padre lamentarse al llegar a casa del trabajo, resignado, al saber que también empezaban a estar ellos en el punto de mira.
Huida a Alemania
Al igual que su padre, a S. le llamaba la atención el mundo de la Policía Nacional. "En ese momento estaba haciendo una FP, acabando en la escuela industrial". Su plan de futuro era, en principio, acceder a las oposiciones para ser policía. "Lo veía como una posibilidad. Al igual que mi padre lo hacía, pues acabó gustándome".
Ya había comenzado a ejercitarse para ello. La muerte de su padre lo frustró todo de tal manera que abandonó aquella pretensión, puso tierra de por medio y se marchó a Alemania meses después de lo ocurrido. Permaneció dos años allí. "Supongo que fue para olvidarlo todo y salir de aquí. Allí fui padre por primera vez".
"Cuando te pasa algo así se te mezcla todo. Al final te faltan ánimos, y digamos que se te cae el mundo encima", recuerda, jornadas antes de la trágica efeméride. El comando Barcelona había sido desarticulado en septiembre de 1987, tres meses después de la masacre de Hipercor. Llevaban tres años sin actuar.
[El martes, a las nueve y media de la noche, en Sabadell, la Asociación Catalana de Víctimas de Organizaciones Terroristas celebra un homenaje en recuerdo de los fallecidos y las víctimas en aquel ataque. Será en el monolito del Parc Catalunya].