Pedro Sánchez coloca el horizonte de su presidencia en, al menos, 2026, dando por descontado así que revalidará su triunfo en las urnas las próximas elecciones generales, que de no adelantarse tendrían lugar en 2023. El líder del PSOE pronuncia este sábado un discurso desde la sede central de los socialistas en la calle Ferraz, bajo el título "La España que nos merecemos 2021-2026".
Una intervención en clave de partido pero con proyección en la acción de gobierno cuya convocatoria se daba a conocer a última hora del viernes y en la que se prevé que el jefe del Ejecutivo describa su hoja de ruta política para los próximos años. Los años en los que nuestro país deberá afrontar la difícil salida de una doble crisis sin precedentes, sanitaria y económica, derivada de la pandemia.
Para manterse todo ese tiempo en La Moncloa tendrá que volver a ganar, pero también articular mayorías de gobierno. El discurso de Sánchez llega justo después de una semana en la que el camino y la compañía de la legislatura han quedado claramente definidos tras la negociación de las enmiendas a los Presupuestos Generales del Estado.
Los socios de la investidura, con ERC y Bildu llevando la voz cantante, se convierten en socios parlamentarios preferentes, tal y como pretendía Pablo Iglesias, mientras que Ciudadanos se baja definitivamente del barco de la gobernabilidad.
Los de Inés Arrimadas, que llegaron a sentarse a negociar con el Ejecutivo los Presupuestos y que votaron a favor de que superasen su primer trámite parlamentario, los rechazan finalmente. El partido naranja subraya para explicar el rechazo su incompatibilidad con los independentistas catalanes y vascos, estos últimos herederos de Bastasuna, el brazo político de ETA.
Recuperar terreno a Iglesias
Un doble triunfo -la convergencia con los independentistas y el alejamiento de Ciudadanos- del vicepresidente segundo, empeñado en marcar los tiempos del Ejecutivo en todas clase de asuntos.
Desde los que se acercarían más a su competencia, como el prometido decreto antidesahucios, hasta los que le pillan más a desmano, como su apuesta por un referéndum de autodeterminación para el Sáhara que compromete la posición española en la escena internacional en general y enturbia las relaciones con Marruecos. Con todas las implicaciones que ello puede acarrerar, tratándose del problemático vecino del sur.
Sánchez, por tanto, trata de recuperar iniciativa política ante su correoso socio de coalición. Pero también ante quienes dentro de sus propias filas han discutido su estrategia, como han hecho en las últimas semanas los tres barones territoriales más significados del partido: el aragonés Javier Lambán, el extremeño Guillermo Fernández Vara y el castellanomanchego Emiliano García-Page. En público llegaron a decir que los de Bildu no tenía "un pase" y que ERC era un socio "inquietante" mientras que Ciudadanos hubiera sido más "fiable".
Desde el entorno de los barones se asume resignadamente que hay "dos PSOE" y que el suyo es "minoritario". Un PSOE, el de los críticos, que casi tiene más efectivos entre los miembros de la llamada vieja guardia que en los equipos de dirección actuales de la formación.
Esa vieja guardia que se reunía esta semana en Madrid durante el acto de presentación de un libro sobre Alfredo Pérez Rubalcaba, en el que el ex presidente del Gobierno, Felipe González, volvía a mostrar su discrepancia con la estrategia de Sánchez y con el acuerdo presupuestario con ERC y Bildu.
Pero también importantes dirigentes socialistas en activo, al margen de los barones, muestran desde hace tiempo su preocupación porque el viraje a la izquierda, de la mano de Iglesias, haga perder al PSOE votantes por el centro, justo cuando Pablo Casado más apunta a ese caladero tras su discurso en la moción de censura de Vox.