Tan solo seis metros separaban a Germán González López de las pistolas que blandían sus asesinos la tarde en la que le mataron. Eran las cuatro menos diez de un sábado 27 de octubre de 1979. El joven, aficionado a la música electrónica, acababa de aparcar su Seat 127 de color rojo cerca de la plaza del ayuntamiento de Urretxu (Guipúzcoa) y se dirigía a un comercio cercano a arreglar una minicadena que se le había estropeado. Nunca pudo regresar a su casa.
Dos hombres igualmente jóvenes aguardaban su llegada en un bar cercano. No parecían tener miedo a ser vistos por la multitud que aquella tarde transitaba el centro de la localidad, así que esperaron tranquilamente sin camuflarse excesivamente entre el gentío del lugar. En cuanto le vieron aparcar se levantaron y caminaron hacia él; a cara descubierta sacaron entonces sus pistolas y abrieron fuego.
Le dispararon nueve veces, le alcanzaron siete. En el coche, posteriormente, se detectaron los agujeros provocados por varios proyectiles. Varias de las balas, alojadas en órganos vitales, acabaron con su vida casi de manera instantánea. Tras perpetrar el ataque, los verdugos huyeron rápidamente de allí.
Varias personas se acercaron alertadas por el estruendo de los disparos hasta el lugar en el que habían ocurrido los hechos. Hallaron el cuerpo inerte del joven en medio de un gran charco de sangre. Germán había muerto prácticamente en el acto, antes de que nadie pudiera socorrerle.
La de González es la historia del primer miembro del PSOE asesinado por la banda terrorista ETA. Relatos de plomo como el suyo o el de los otros 12 socialistas asesinados entre 1979 y 2008 vuelven a aflorar ahora, 41 años después de aquel crimen, cuando el Gobierno de coalición formado por PSOE y Unidas Podemos pacta los Presupuestos Generales del Estado con EH Bildu y cuando el acercamiento al País Vasco de etarras que cumplían condena en prisiones del resto de España es más patente que nunca.
Hasta 99 miembros de la organización han sido aproximados a territorio vasco en apenas dos años y medio de estancia de Pedro Sánchez en el Palacio de la Moncloa. El constante goteo de célebres y sanguinarios villanos de la banda ha sublevado en gran medida tanto a partidos políticos de todo signo como a asociaciones de víctimas.
Estatuto de Guernica
En el momento de su muerte, Germán estaba soltero. Aunque era natural de La Horcajada, en la provincia de Ávila, su lugar de residencia en aquellos días era la localidad de Zumaia, un pueblo costero de la provincia de Guipúzcoa donde vivía junto a su hermano. Estaba ubicado a 40 minutos del lugar del asesinato.
De clase obrera, afiliado a la Unión General de Trabajadores (UGT), el joven desempeñaba la profesión de soldador. Cuentan las crónicas de la época que en su tiempo libre se dedicaba a reparar los equipos de múltiples grupos de música de la provincia, y que no les solía cobrar nada. También era fotógrafo. Le encantaba realizar fotografías. Era su otra gran pasión.
Dos años antes de su muerte, en noviembre de 1977, en los primeros compases de la democracia, González se afilió a la UGT, y al mes siguiente pasó a ser miembro del PSOE. Era un tipo voluntarioso. Se entregó desde el primer momento a una labor muy concreta, la del reparto y difusión de la propaganda electoral del partido en Zumaia y sus alrededores.
De ese modo, subido a su automóvil, provisto de un gran megáfono, recorría las calles de esa y otras localidades anunciando las celebraciones y las convocatorias de distintos actos políticos.
Dos días antes de su asesinato se había aprobado en referéndum el Estatuto de Autonomía, también conocido como Estatuto de Guernica. Era 25 de octubre de 1979. El 53 % del censo electoral voto de manera afirmativa, y tuvo en contra solo un 3 por ciento del total.
El País Vasco, afirmaba el PSOE por aquel entonces, decía sí a una región de paz y libertad. La historiadora Sara Hidalgo García de Orellán explica en su ensayo El socialismo guipuzcoano y el terrorismo de ETA en los inicios de la democracia. Historia y Memoria. 1977-1984 cómo a la aprobación del texto, que había gozado de un respaldo mayoritario, se opusieron tanto ETA como la extrema derecha de Unión Nacional y Falange Española Auténtica.
Días antes de la votación el histórico dirigente del socialismo vasco Txiki Benegas afirmó que el voto favorable de una gran masa social al Estatuto iba a suponer el debilitamiento de ETA: "El próximo día 25, hay que quitarle toda la razón a las metralletas por medio del voto masivo al Estatuto de Guernica".
Los hechos demostraron lo contrario. Tan solo dos días después los Comandos Autónomos Anticapitalistas (CCA), una escisión de ETA colocaron en su punto de mira a un joven miembro del partido, Germán González, para acabar de inmediato con su vida.
"Son unos fascistas"
No bien acababa de encajarse el golpe cuando el PSE-PSOE emitía un duro y valeroso comunicado de respuesta ante el sangriento ataque.
"Los asesinos de nuestro compañero deben ser conscientes de que, al asesinar a aun trabajador de manera tan vil y cobarde, han atentado contra la clase obrera de nuestor país, harta ya de tanta violencia y tantas muertes.
Todos aquellos apóstoles de la violencia, esos alucinados que dicen defender a la patria vasca y a su clase trabajadora asuman, al menos, que la calificación de fascistas que nosotros les demos es justa porque, si defender a los trabajadores es asesinarlos, ningún otro adjetivo les cuadra mejor".
No fueron los únicos en responder. También habló la UGT -"no nos quedemos callados ante la barbarie, el terror y la locura de que hacen gala estos asesinos-, y la militancia obrera en el País Vasco.
Dice la historiadora Sara Hidalgo que aquel suceso provocó un auténtico revulsivo en la militancia socialista, y su entonces secretario general, Txiki Benegas lo recordaba como "la primera vez que el terrorismo nos golpeaba directamente". Provocó una reacción real, "un revulsivo, reforzando nuestra convicción de una acción permanente y militante contra la violencia en el País Vasco".
Días después del crimen, tanto el PSOE como la UGT secundaron una huelga general en la región en apoyo del triste suceso. Herri Batasuna sólo se atrevió a desaprobar el atentado "por considerarlo un grave error político". A la vez tildó de "sucio oportunismo" del PSOE y PCE por sus "insinuaciones" en torno a la afiliación de los autores del atentado.
Días después, el 28 de octubre, domingo, las crónicas de la época hablan de las miles de personas que se presentaron en las calles de Zumaia para congregarse en el entierro. Le enterraron con una bandera roja en la que se labraron las siglas del PSOE. Txiki Benegas, Enrique Múgica y otros transportaron el ataúd.
Después de asesinar a Germán, los dos terroristas huyeron del centro del pueblo. Otro compañero de comando les esperaba escondido en un vehículo, con el motor en marcha. Con gran rapidez se subieron al coche y desaparecieron del lugar.
Horas después del robo se encontró a un hombre amordazado y atado a un árbol cerca e un caserío de la zona. Era el propietario del automóvil que los etarras sustrajeron esa misma mañana para perpetrar la huida tras el crimen. No les sirvió de mucho. Fueron detenidos pocas jornadas después.
En 1981 la Audiencia Nacional condenó a Jesús María Larzabal Bastarrika a 26 años de prisión por el crimen. En 1990, a Juan Carlos Arruti Azpitarte, 'Paterra', le cayó la misma condena por aquel asesinato del primer socialista.