Al final, no deja de resultar paradójico. Hace ya unos cuantos años, cuando la actual ministra de Educación, Isabel Celaá (71 años), empezaba a despuntar en la política regional de País Vasco, decidió que sus hijas -Bárbara y Patricia- fueran a un colegio concertado y católico. El centro era uno de esos de falda obligatoria para las niñas y sermones casi a diario, en los que la religión no sólo puntuaba sino que era inexorable. Hoy, esa institución educativa, la de Las Irlandesas, que tiene centros repartidos por todo el país, se ha venido a convertir en uno de los principales arietes contra la Ley Celaá. Consideran que representa un ahogamiento por parte de la ministra que un día confió en su modelo educativo.
Isabel Celaá vuelve a estar (de nuevo, otra vez) en el centro de las miradas. Aunque, de alguna forma, nunca ha dejado de estarlo. Este viernes se han votado en el Congreso de los Diputados el más de millar de enmiendas a la reforma de la LOMLOE, conocida ya como Ley Celaá, para aprobarla ya de manera definitiva en el pleno del próximo jueves.
La ley ha desatado un guirigay de polémicas a su alrededor. Ya sea porque elimina el castellano como lengua vehicular en la enseñanza o porque se pueda pasar de curso sin límite de suspensos, esto último que ha llevado a la Fiscalía del Supremo a investigar a la ministra por posible prevaricación. O ya sea porque los expertos consideran que arrincona a la concertada, que permite ir vaciando de alumnos a los centros especiales o que los inspectores ya no se elijan por oposición, pudiendo así fomentar el enchufismo. Y, en definitiva, porque representa el peor vicio de los gobiernos de España: cada vez que cambia el signo del Ejecutivo, tocan la educación.
Sin embargo, los que conocen de cerca a Isabel Celaá cuentan que ella tiene herramientas personales de sobra para que toda esta polémica no le afecte. Es una persona fría, distante, que se sabe preparada e intelectualmente amueblada y que, si ella considera que tiene que ir en una dirección, no cejará en su empeño. Menos cuando cuenta con la confianza plena de Pedro Sánchez desde que se convirtió en su núcleo duro aquel 2016 en el que el PSOE -pero no los militantes- abandonaron al hoy presidente del Gobierno.
“Es una mujer difícil de conocer”, cuenta a EL ESPAÑOL alguien, de los pocos, que sí la conoce. “Es culta, educada y cortés. Pero no se fía nunca, es muy reservada y siempre va con la guardia levantada. Por eso da esa imagen que tiene. A veces muestra un poco de altivez por su superioridad intelectual. Aunque la imagen que da de cara al exterior no la mantiene tanto en su esfera personal, sí que sigue cultivando las distancias incluso dentro de su propio partido. Mantiene muy alejada su vida privada y, por ejemplo, casi nunca habla de sus hijas, aunque son brillantes”, añade.
Su mayor aliado es, sin duda, José Ignacio Aspichueta, su marido. Él, ingeniero de caminos, trabajó muchos años en la multinacional Babcock & Wilcox, amasando una fortuna que ha permitido a Celaá convertirse en la segunda ministra más pudiente del Consejo de Ministros -sólo superada por Pedro Duque, titular de Ciencia- a pesar del sueldo de funcionaria que le ha acompañado a ella toda la vida. En la actualidad, según su última delcaración de bienes, tiene tres viviendas y dos terrenos rústicos -cuyo valor ascendería a los 4 millones de euros-, más de 150.000 euros en el banco y medio millón de euros en fondos de inversión.
Y en estos días de dureza política, del sector de la educación y la oposición en el Congreso duramente contra ella, vuelve a su marido como uno de sus principales apoyos. “Ella dice mucho una frase que es que su marido la tiene en palmitas. No sé exactamente qué significa, pero ella transmite que es el marido el que la ayuda a tener toda esa seguridad en sí misma. Que él es su apoyo para marcarse y luego alcanzar los objetivos. Que le da mucha seguridad. Porque José Ignacio confía mucho en ella y le aporta esa confianza que Isabel necesita para meterse en todos los berenjenales en los que se mete”, añade la misma persona.
Siempre privado y católico
Isabel Celaá nació en Bilbao, el 23 de mayo de 1949, y pronto tuvo su primera experiencia en la escuela privada y, para más inri, católica. De hecho, ella siempre ha acudido a estudiar a centros privados y a la vez católicos. En las décadas de los 50 y 60 fue alumna del Colegio Sagrado Corazón en Bilbao, según ya adelantó EL ESPAÑOL. Ella no acudió al que actualmente se ubica en el municipio de Rekalde, fundado en 1966, sino en el que había entonces en Neguri, en Getxo, donde ahora reside la ministra junto a su marido en un auténtico palacete.
A pesar de que tampoco se prodiga demasiado hablando de esta faceta, algunas de sus compañeras de aquella época confirman que se trataba de un centro privado y que Celaá, que no venía de una familia excesivamente pudiente, estudió ahí bajo la figura de alumna becada. Ya destacaba en las notas y en su inteligencia, algo que le acompañaría también siempre. El colegio era, por supuesto, segregado y era habitual que se impartieran clases “para mujeres”, que consistían en talleres de cocina, por ejemplo, y demás tareas entonces establecidas bajo los roles de género.
Después, ya de mayor, estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Deusto, en Bilbao. También se trata de un centro privado y regido por la Compañía de Jesús. De hecho, los directores fundadores encargaron a los jesuitas que usaran Deusto para “librar a los jóvenes bachilleres de los peligros que les acechan en la universidad”. La universidad es conocida por parir a los grandes líderes de la élite vasca. Es el Harvard euskaldún.
Por las aulas de Deusto han pasado personajes como Santiago Abascal -líder de Vox-, Pedro Morenés -ministro de Defensa en la época de Mariano Rajoy-, José Manuel García-Margallo -titular de Exteriores con Rajoy-, el empresario Mario Conde, y otros políticos como Agustín Rodríguez Sahagún -ministro con la UCD-; y los socialistas Eduardo Madina, Fernando Buesa -asesinado por ETA- y Joaquín Almunia. También estudió ahí Emilio Botín, fundador del Banco Santander, entidad regida ahora por su hija. Isabel Celaá es ahora una de esas personalidades, no ya como ministra, sino por la carrera que tiene a sus espaldas como consejera de Educación del Gobierno vasco bajo el ala de Patxi López o como vicepresidenta primera del Parlamento Vasco.
Y ya como madre, decidió que sus hijas, Bárbara y Patricia, siguieran un modelo educativo muy similar al suyo y las alistó a Las Irlandesas, concertado y católico, de Leioa, a unos kilómetros de Bilbao. Después, Bárbara siguió los pasos de su madre Isabel y estudió Derecho Económico también en la Universidad de Deusto. En la actualidad trabaja como directora de Recursos Humanos en una importante multinacional. Patricia, por su parte, fue a estudiar a la Universidad del País Vasco, se licenció en Farmacia y se hizo doctora en 2003.
Patricia ahora ejerce como profesora en la universidad en la que estudió. Ahí trabajaba también, aunque ahora ya está jubilada, una hermana de Isabel Celaá. Su otro hermano, un varón, es actualmente Ertzaintza en País Vasco. Aunque ella prácticamente nunca habla de su familia, porque se reserva siempre la esfera privada, los que la conocen cuentan a este diario que tienen una magnífica relación entre todos. De hecho, la propia Isabel Celaá, ya con cargos en la política regional vasca, cuidaba asiduamente a su madre, que padecía alzhéimer, según han comentado conocidos a EL ESPAÑOL. Ella misma, el pasado mes de septiembre, dijo en una entrevista en Radio Nacional que su progenitora había fallecido durante la pandemia y que, como muchos otros españoles, no había podido ir a verla.
Del núcleo de Sánchez
A pesar de que Isabel Celaá ha estado ocupando numerosos cargos de relevancia en País Vasco, la mayoría de los españoles no sabían quién era hasta que fue nombrada ministra de Educación y, también durante el primer Gobierno de Pedro Sánchez, portavoz del Ejecutivo. Ahí ya empezó a ser el rostro de aparición semanal que defendía al Gobierno desde la Moncloa y la que despachaba, con su seriedad, temas tan relevantes como el juicio del procés o la exhumación de Franco, pocas filias y muchas fobias.
Uno de los hechos más controvertidos a los que ha tenido que hacer frente como ministra Portavoz, ahora sustituida por María Jesús Montero, es la amonestación que recibió por parte de la Junta Electoral por usar el altavoz de la Moncloa para hacer campaña en favor del PSOE. Fue en la campaña previa a las generales de noviembre de 2019. Ahora sigue enfrascada en situaciones judiciales ya que la Fiscalía del Supremo está investigando si ha cometido prevaricación en algunos puntos de su nueva Ley Celaá.
Con la llegada, este año, del Gobierno de coalición y con la obligatoriedad de encajar a los ministros de Unidas Podemos, muchos pensaban que se iba a quedar fuera del Ejecutivo. Sin embargo, Celaá guarda en su haber múltiples episodios de lealtad a Sánchez y pertenece en la actualidad a su núcleo duro. Por eso no la iba a dejar escapar. Aunque el presidente sí que tuvo que prescindir de Magdalena Valerio, también fiel a él, pero que ocupaba una cartera de Trabajo muy cotizada para Unidas Podemos.
La historia de lealtad entre Isabel Celaá y Pedro Sánchez llegó a su punto álgido en aquel Comité Federal de 2016 en el que la dirección del PSOE hizo lo que pudo para sacar a Sánchez de la secretaría general e imponer la visión de Susana Díaz. Celaá, en aquel momento, era la presidenta de la Comisión de Ética y Garantías del partido y era la encargada de certificar la disolución de la Ejecutiva que obligaría a Sánchez a dimitir y dar el paso a una gestora. Desde su puesto torpedeó todo lo que pudo ese complejo movimiento de las leyes internas del partido para beneficiar a Sánchez que quería aferrarse al poder. Su esfuerzo fue en vano, de todas formas, pero el ahora presidente se acordó de ella esos días en los que decidió a quién darle qué ministerio.
Pero su labor al frente de la Portavocía del Gobierno, desde entonces, no ha sido tan brillante y por eso Sánchez decidió finalmente entregársela a María Jesús Montero, quién, curiosamente, en aquellos días del Comité Federal se enfrentó a Celaá como partidaria de Susana Díaz. Desde Moncloa, de todas formas, argumentaron ese movimiento como una apuesta para que Isabel Celaá se pudiera centrar en sacar adelante su Ley Celaá. Y ha llegado.
Al margen de la ley también ha protagonizado numerosas polémicas. Por ejemplo, cuando el pasado verano boqueaba y aún no se sabía cómo iba a ser la vuelta a clase. Celaá no terminaba de aclarar la situación y tardó más de dos meses en concretar un plan de actuación estatal, lo que le valió las críticas del propio Pablo Iglesias. Después, durante el confinamiento de Madrid fue pillada viajando a Bilbao el pasado puente por el 12 de Octubre. No en vano, el último barómetro del CIS de octubre la situaba en una valoración del 3,7 de nota, adelantada por la mayoría de ministros del PSOE, incluido el propio Sánchez, y superando al grueso de los ministros de Unidas Podemos, excepto Yolanda Díaz.
Muchas voces le critican que, con su trayectoria de centros privados y católicos, ahora Isabel Celaá esté intentando lo que consideran arrinconar a la concertada y católica. Eso, entre otras cosas. “A mí no me resulta chocante lo que dice y plantea desde que está en el ministerio porque siempre fue muy dócil en el sentido de intentar buscar el entendimiento educativo con los nacionalistas”, explica una fuente que trabajó con ella en la época de Patxi López como lehendakari. “Sin embargo, sí que choca, teniendo en cuenta de dónde viene, su perfil beligerante contra las escuelas católicas”, añade.
“Siendo consejera permitió el arrinconamiento de la religión en la escuela pública vasca y trataba de rebajar los conciertos educativos con la concertada. Por eso, siempre hubo discusión con el Partido Popular. Pero dependían de los votos de los populares, que se encargaron de hacer enmiendas que ayudaran a las concertadas. Por ejemplo, para el apoyo a los presupuestos se puso como condición que mandaran una carta a todas las familias explicando cuáles eran sus derechos en relación a la matriculación de sus hijos y sí que rebajó el euskera, pero también fue una condición del Partido Popular”, comenta.
Las Irlandesas, al frente
Muchas de esas pistas que había ido dejando como consejera en País Vasco ahora se están convirtiendo en la Ley Celaá que, ya antes de que se apruebe el próximo jueves, está levantando mucha polémica desde distintos sectores. La primera es que si ahora, con la pandemia en la situación que está, es el verdadero momento de sacarla adelante. La última es aquella de que siempre que cambia un Gobierno tiene que meter mano en la educación.
Y por el medio… se elimina el castellano como lengua vehicular en la enseñanza y oficial, algo que está intentando ser atajado por Ciudadanos pero que el PSOE cree que no cambia nada porque está recogido en la Constitución. Los inspectores ya no se elegirán por oposición, lo que podría promover el enchufismo. Se podrá pasar de curso sin un límite de suspensos concreto, que recaerá en las autonomías y que está siendo investigado por prevaricación. Se aplicarán restricciones a las concertadas al no contemplar que este tipo de centros soliciten el pago de cuotas a través de las fundaciones -algo que ataca directamente al privilegio económico de este modelo- y se cree que la redacción ambigua del texto podría acabar permitiendo que los centros de educación especial se vacíen de alumnos para redirigirlos a centros ordinarios; esto, creen los expertos, puede generar que los alumnos sean marginados y que los centros especiales acaben cerrando.
Parte de ese clamor público contra la ley está siendo capitaneado ahora por los colegios Bienaventurada Virgen María, Las Irlandesas, al que fueron las hijas de Isabel Celaá y que tienen varios centros repartidos por España. Los más activos en el rechazo frontal contra el modelo han sido los dos ubicados en Sevilla. Desde Las Irlandesas Bami, la AMPA considera que esta ley ataca a la supervivencia de la concertada y denuncian que “la ministra Celaá ha expulsado a la comunidad educativa de la tramitación de la nueva LOMLOE”.
Desde Las Irlandesas en Loreto creen que “vulnera los derechos reconocidos en la Constitución y reduce progresivamente el modelo de la enseñanza concertada, atentando contra la pluralidad educativa”. Según sus propias palabras, se trata de “un desastre que desarma a nuestros hijos para el futuro”. Aunque el Instituto Bienaventurada Virgen María, que engloba a todos los colegios de Las Irlandesas, no se ha querido pronunciar al respecto, estos comunicados que los colegios de Sevilla están colgando en sus redes sociales y en sus páginas web están firmados por el Equipo Directivo y Equipo de Titularidad de los Colegios Las Irlandesas en España.
A fin de cuentas, quién se lo iba a decir… no deja de resultar llamativo que Isabel Celaá considere el modelo concertado y religioso apto para sus hijas pero no para el resto de los españoles. Quedan unos días para que la ley se apruebe -previsiblemente el próximo jueves- y aún puede sufrir cambios en el camino. Pero el Gobierno se ha preocupado de que la norma se apruebe con carácter de urgencia, con el debate puesto en los Presupuestos, sin buscar consenso político y, sobre todo, sin consultar a la comunidad educativa. Quedan unos días, pero las Morias ya han tejido.