Cuando Antonio empezó a trabajar en su actual empresa su suegra le recitó una adivinanza: El que lo hace, lo hace cantando; el que lo busca, lo busca llorando; y el que lo usa no lo ve. La respuesta al acertijo es un ataúd. Y a Antonio le gusta contarlo para quitar hierro a aquellas situaciones tensas a las que se enfrenta en su día a día. Es el comercial de una de las dos fábricas de féretros de Puente Genil, Córdoba, aunque estos días -en plena pandemia por el coronavirus- trabaje a destajo poniendo puntillas como el resto de sus compañeros. “Estamos desbordados”, advierte.
El coronavirus ha vaciado las calles de Puente Genil. La escasa actividad industrial de este municipio de poco más de 30.000 habitantes se centra en torno a las dos fábricas de ataúdes, en las que trabajan casi un centenar de personas a un ritmo frenético. Las muertes por el COVID-19 han disparado la demanda de féretros, sobre todo en la comunidad de Madrid, donde el virus hace estragos desde hace semanas y a donde va a parar una parte importante de la producción de cajas mortuorias cordobesas.
Antonio es uno de los últimos empleados en incorporarse a la plantilla de Adean, una cooperativa de productos funerarios fundada en Puente Genil por siete trabajadores en 1978. Antes, Antonio había sido comercial de muebles de oficina. “Tardé un mes en acostumbrarme a entrar solo al almacén”, confiesa. “Al principio veía sombras, oía ruidos —detalla—; da mucho respeto, impresiona”.
El día que habló con su mujer sobre cual sería su nuevo cometido, ella le preguntó: “Pero ¿eso se vende?”. “Alguien lo tendrá que hacer”, le respondió él. Desde entonces, el pasado mes de julio, Antonio se mueve en su horario laboral entre ataúdes a medio hacer, en una fábrica en el que sobrecogen los recurrentes disparos de las grapadoras y el olor fuerte a madera.
“Ahora, como no se puede salir a la calle, estoy como otro más. Pongo puntillas, grapas, lijo, tapizo, barnizo y reviso para que los féretros salgan sin ningún fallo”, explica Antonio, de apellido Pérez, de 46 años y natural de Moriles, un pueblo de la Campiña Sur de Córdoba.
El coronavirus no ha tenido una incidencia especialmente reseñable en Puente Genil. Pese a sus 30.048 vecinos censados (datos de 2019), solo hay 29 casos de covid-19 diagnosticados, según ha informado el ayuntamiento de la localidad. Desde el inicio de la pandemia, solo se han contabilizado tres fallecimientos. La última, el pasado 3 de abril, un varón de 62 años. Antes de él, otros dos hombres de 67 y 85 años.
En la provincia de Córdoba, la cuarta con más contagios de Andalucía —9.510 contagios, 691 fallecidos y 1.437 curados—, el coronavirus está siguiendo un patrón similar al registrado en Puente Genil. La expansión del virus está en un proceso de ralentización, con 1.116 personas contagiadas. De las que 439 han necesitado hospitalización y 64 han ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos. 48 cordobeses han fallecido y 159 han superado la enfermedad.
La carpintería está muy arraigada en la comarca. El estallido de la burbuja inmobiliaria afectó especialmente a varios municipios dedicados a trabajar la madera, desde puertas para las viviendas a muebles del hogar. Lucena, con poco más de 42.500 habitantes, llegó a ser la capital industrial de Andalucía con una facturación que superó los 434 millones de euros, la mitad del PIB de la comunidad. Hasta que llegó la crisis.
Entonces hubo quien quiso reconvertir su actividad y empezar a fabricar ataúdes, pero los pequeños márgenes de beneficios en los que se maneja el sector desincentivaron esa adaptación. Ahora en Lucena viven del frío industrial, neveras para la hostelería, y Puente Genil sigue con sus féretros. Aunque en la provincia de Córdoba hay fábricas que surten de féretros a toda España. El sector se reparte en cuatro partes: dos cuartos de la producción nacional se elaboran en Valencia, el resto se reparte en una misma proporción entre los andaluces y los gallegos. Una parte residual está en Cataluña, que trata de autoabastecerse, aunque sin éxito.
Demanda de ataúdes disparada
“En este sector no hay burbujas, siempre hay clientela, por eso me gustaría jubilarme aquí”, justifica Antonio, que no echa de menos su empleo como comercial de muebles de oficina. “Sí, claro, impresiona llegar al trabajo y ver tantos féretros, pero a eso se acostumbra uno rápido. Al principio piensas en el uso que tendrá y da mucho respeto; ahora lo veo como un mueble más”, zanja el trabajador de Adean, que sigue en el tajo, tapizando con encaje blanco el interior de una de las cajas mortuorias.
Las muertes por coronavirus ya se notan en la fábrica de ataúdes en la que trabaja Antonio. De ella salen anualmente unos 24.000 féretros para toda España, aunque las elevadas cifras de fallecimientos de las últimas semanas han disparado la demanda un 40%. Para evitar el desabastecimiento los empresarios del sector han incrementado sus plantillas, que trabajan a destajo sin descansar ni siquiera en estos días festivos. En algunas factorías, para atender los pedidos han retirado de su catálogo algunos modelos que requieren más trabajo. No es el caso de Adean, que mantiene más de 30 variedades en sus folletos, aunque ya valoran esta medida para un futuro cercano si el pico de muertes no mengua en los próximos días.
Explica Fernando Fernández, el gerente de Adean, que dos motivos justifican la alta demanda. El primero es la temporalidad de los fallecimientos, que, aunque constante durante todo el año, sufre un incremento en los meses de diciembre a abril. Todo depende de lo fuerte que venga la gripe. “El segundo es el coronavirus, aunque si en España hay anualmente unas 300.000 muertes, los más de 15.000 que llevamos registrados oficialmente, aunque suene frío, no supone un gran diferencial”, explica el empresario.
“Aunque en el sector se rumorea que hay muchas muertes que se achacan a causas naturales, pero que son culpa del coronavirus. Es vox pópuli entre los funerarios”, advierte Fernández, que suma 32 años de experiencia en la fabricación de ataúdes.
Féretros chinos: malos y escasos
A su juicio, habría un tercer factor que podría explicar la urgencia de muchos tanatorios en hacer acopio de féretros: la caída de las importaciones de ataúdes hechos en China. “Hace 10 años, cuando empezaron a llegar, tuvimos que hacer un reajuste bárbaro hasta precios mínimos de veinte años antes. Ahora los chinos entran menos, y no solo por los problemas de exportación, también porque parece que hay cierta tendencia a apostar por los hechos aquí en España, que son de mejor calidad”, argumenta.
“A principio, los chinos hacían ataúdes muy malos y, aunque poco a poco los han ido mejorando, no llegan a la calidad de los españoles”, presume el gerente, también presidente de la cooperativa Adean, que facturó el año pasado dos millones de euros. Su fabrica está en el polígono industrial San Pancracio, junto a la mayor empresa de luces de navidad del mundo. Aunque las calles de la zona fabril estén desiertas, como las del pueblo o las carreteras que llevan a él. Ni un alma, solo los trabajadores que cortan madera, barnizan, lijan, tapizan y mueven ataúdes debidamente protegidos y guardando la pertinente distancia.
Antes de que llegaran los chinos, de Adean comían unas cincuenta familias. Ahora la plantilla se fluctúa entre los 17 y los 25 trabajadores. Aunque para atender el repunte de pedidos hayan hecho un 40 por ciento más de contrataciones en las últimas semanas. “No se pide experiencia. ¿Quién va a tener experiencia haciendo ataúdes? Solo algunos conocimientos de carpintería”, asegura Fernández.
Antes del aluvión de pedidos, el empresario reunió a sus trabajadores. “Les dije que teníamos una responsabilidad social que atender y que por mucho miedo que tuviésemos todos debíamos hacer nuestro trabajo. Su respuesta está siendo ejemplar. Venimos de casa al trabajo y del trabajo a casa. Cumplimos con nuestra labor. Aunque nadie nos aplauda a las ocho de la tarde. Nadie quiere el producto que hacemos, aunque todos lo acabaremos necesitando. Se aplaude a los sanitarios para evitar que las personas lleguen a demandar lo que nosotros fabricamos. No necesitamos aplausos, ya nos aplauden en nuestras casas. Tampoco nos infravaloramos”, narra el gerente.
Puente Genil, membrillo y ataúdes
De momento, en su fábrica mantienen el destocaje y el almacén bien aprovisionado de la materia prima que adquirieron en previsión de la alta demanda. No valoran un desabastecimiento, por mucho que las funerarias reclamen con urgencia y en un número elevado. Esperan a que el número de fallecimientos decaiga para descansar. Fruto del confinamiento o de las altas temperaturas, —para algunos— inhibidoras del contagio, que se esperan en los próximos meses.
Puente Genil es un pueblo conocido internacionalmente por la fabricación y venta de la carne de mebrillo, con varias fábricas en la localidad, y sobre todo, últimamente, por el sector de la iluminación artística, al contar con la primera empresa del sector a nivel mundial. “No podemos obviar el sector de la fabricación de ataúdes, que tiene una gran relevancia para la economía local, ya que supone el medio de vida para centenares de familias en la localidad, además de exportar el nombre de esta localidad por toda Andalucía, y otros muchos rincones de España y otros países del mundo”, explica Esteban Morales, alcalde del municipio.
A la cooperativa Adean se le suma Fedelsur, Féretros del Sur SL, la otra empresa del municipio, que no ha querido atender a EL ESPAÑOL. Fuentes municipales explican que esta es una empresa familiar, surgida en el año 1996, con una gran capacidad exportadora y más de medio centenar de trabajadores en nómina. En su página web confirman que llevan sus productos a Sudáfrica, también a Chile, México o Costa Rica. Fuera de su fábrica, a puerta cerrada, se oye la actividad fabril. El sonido de las grapadoras y clavadoras.
El alcalde de Puente Genil coincide con los trabajadores de este sector clave en la economía municipal en su opinión de la escasa valoración por parte del resto de vecinos. “Probablemente lleven razón, y la sociedad no sé esté acordando de ellos tal y como merezcan”, explica Morales. “Quizá no estén siendo tan reconocidos como otros sectores como sanitarios o fuerzas y cuerpos de seguridad. Porque se podría pensar que en un principio no están tan expuestas a contagiarse, o en primera línea frente al virus, pero es cierto que al final de la vida es un trabajo tristemente necesario”, añade.
Francisco Javier ha pagado su hipoteca fabricando ataúdes. Lleva 26 años en el sector. Es de Moriles, aunque se desplaza todos los días a Puente Genil, a unos 15 kilómetros de distancia. También ahora con el coronavirus. Está divorciado y tiene tres hijos, los tres viven con él, por eso ha pedido ayuda a sus padres para que le ayuden a cuidarlos. “Ellos entienden la situación, saben que tengo que venir a trabajar, que lo que hago es importante y necesario en estos momentos para la sociedad”, explica el empleado.
De su trabajo le gusta el compañerismo. Todos a una están cuidándose de contagiarse para que la actividad en la fábrica no decaiga. “Nos cuidamos, vigilamos de ir de casa al trabajo”, insiste Francisco Javier Moreno, de 41 años. “Muchos venimos día a día a trabajar con la sensación de que la sociedad no nos valora todo lo que nos merecemos. Aunque nosotros estemos muy orgullosos de lo que hacemos, de nuestra función en esta crisis”, añade.
Reconoce que los primeros meses en su puesto sí llegó a pensar que acabaría ocupando uno de los ataúdes que hacía. Es una idea que le ronda a todos, con la que se aprende a convivir. “A todos nos va a llegar la hora, pero ojalá que nos llegue lo más tarde posible. Es ley de vida”, comenta entre risas. Se pone más serio cuando habla de la parte más dura de su trabajo. “Hacer féretros infantiles es algo que impresiona. Duele hacerlos, porque tenemos hijos”, confiesa.
Sospecha que el día que él falte no podrá elegir su propio ataúd. “Solo espero que sea uno fabricado en España —zanja—, y no en China. Son muy malos, se rompen y los muertos se caen al suelo. No cumplen con las garantías. Pero, sea el que sea, que sea cuanto más tarde, mejor”.