Nada como Khaikhane. La localidad afgana era un hervidero en el que los talibán se movían con con violenta comodidad. La misión del contingente español era la de brindar protección a la Policía afgana en su deseo de establecer una zona de seguridad en este puesto clave. El comandante José Ignacio Valverde midió cada paso antes de entrar en el agujero. La embestida enemiga, no obstante, les alcanzó de pleno. Fue una emboscada que bien podría haber sido una masacre.
Ocurrió el 14 de junio de 2008. La presencia del Ejército español refuerza el contingente internacional -liderado por la OTAN- que tiene por objetivo la pacificación de la región. O lo que es lo mismo, extinguir un incendio desolador que ya había arrasado todo a su paso y amenazaba con ir a peor.
En esa jornada, el comandante Valverde estaba al frente de una unidad de 12 efectivos del Mando de Operaciones Especiales, la unidad de élite del Ejército español a la que se le asignan las misiones de mayor complejidad. Iban a pie, abriendo paso a tres vehículos de protección y seguridad. El terreno era complejo, de ahí la necesidad de que los militares marcasen la ruta con su caminar, tal y como cuenta el blog Silban las balas del Ejército de Tierra, escrito por el teniente coronel Norberto Ruiz e ilustrado por el dibujante José Manuel Esteban.
Sobre el mapa, parecía más sencillo llegar a Khaikhane por alguno de los dos pasos naturales que la hacen accesible. Pero lo violento de la región llevó al contingente español a buscar la aproximación a través de una vía secundaria, apenas señalizada. Buscaban el factor sorpresa. Caminaron sin amanecer, pasadas las 5.30 de la madrugada. Según lo previsto, acompañarían a la Policía afgana, procedente de la ciudad de Qades, en su intención de abrir una comisaría en Khaikhane.
Comienza el ataque
El ataque se precipitó contra la retaguardia del convoy, donde estaban los vehículos. Los insurgentes utilizaron sus lanzagranadas RPG. Casi al mismo momento, la vanguardia, donde estaban los efectivos que iban a pie, también se ve bajo el fuego de otro lanzagranadas y de ametralladoras.
La situación no podía ser más comprometedora para el convoy. Se encontraban en medio de un terreno abrupto, con vaguadas a ambos lados, sin otra posibilidad que moverse hacia atrás o hacia adelante. Misión imposible, atendiendo a los lugares desde los que les atacaban.
Los militares del Ejército español se parapetaron donde pudieron. El comandante Valverde dio una orden a sus efectivos que, a priori, podría resultar incomprensible: no abrir fuego a discreción, sólo apretar el gatillo cuando el enemigo estuviese bien distinguido. ¿El motivo? Los talibán solían usar a la población local como escudo y Valverde no quería bajas civiles.
Para actuar contra el enemigo, los militares españoles apostaron dos ametralladoras ligeras en una de las vaguadas. El sargento Fernández era el tirador de la primera, más expuesta pero fundamental para responder a los talibán. El cabo primero Calcerrada atendía la segunda, en un puesto más defensivo.
Sus disparos son certeros y pronto empezó a flojear el ataque talibán. Por lo menos, en la vaguada oeste. Valverde ordenó a los vehículos que de forma escalonada se dirigiesen hacia donde se ubicaban las ametralladoras. Desde esta posición, los vehículos también pueden abrir fuego y atacar con mayor contundencia. Era una brecha por la que poder salvarse, pero los enemigos todavía golpeaban.
El combate se prolongó durante horas. Los que sufrieron un mayor desgaste fueron los doce efectivos que iban a pie, bajo el mando del comandante Valverde. Los 15 kilos que pesaba su equipo y el calor de una región árida ya hacían mella. El enemigo, ante una resistencia tan febril, no pudo hacer más que comenzar su repliegue hacia Khaikhane.
El sonido de los dos aviones F-15 sobre sus cabezas era inconfundible. Llegaban refuerzos. Las aeronaves atacaron las últimas posiciones talibán que todavía quedaban fuera de la ciudad. Eran las tres de la tarde cuando los militares españoles dejaron de escuchar las balas silbando sobre sus cabezas. Todos estaban a salvo.
Por esta acción, el comandante José Ignacio Valverde fue condecorado con la Cruz Militar con distintivo rojo.