ETA se sostiene sobre sus siglas y sus 50 años de existencia, en un rastro marcado por la extorsión, los secuestros y el asesinato de más de 800 personas. Su trayectoria, no obstante, ha conducido a un punto en el que no le queda más que asumir su cierre definitivo. Lo hace acosada por varios frentes: desde el policial hasta el social. Pero también por los suyos, por las facciones más radicales que todavía apuestan por la violencia para alcanzar sus objetivos. La dirección de la banda, con el navarro David Urdin Pérez como principal responsable, no quiere que estos sectores internos se adueñen de su nombre en un intento de volver a las andadas. Ante esta circunstancia, la banda opta por declarar su fin.
¿Qué le queda a ETA? Los miembros de la banda están casi todos entre rejas, coordinados por el colectivo de presos EPPK. Apenas una decena siguen en libertad, acosados por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que aún siguen el rastro de los terroristas. También le quedan un puñado de zulos en los que esconde su armamento, pero ni los propios etarras saben su localización exacta, distorsionada en su memoria por el paso del tiempo. Y les queda la lucha por el relato, la versión de la Historia que quieren dejar en herencia.
Este último frente es el que encuentran más amenazado. El último documento interno de la banda apunta a un fin definitivo, haciendo un repaso a su trayectoria. En él se atribuyen una "función histórica" en el "proceso independentista" y llaman a "mantener la cohesión interna en la izquierda abertzale". En definitiva, se saben derrotados sin haber logrado sus objetivos, pero tratan de justificar su existencia durante más de medio siglo.
IBIL y ATA
Una de las principales amenazas que apuntan a este relato surge desde las propias entrañas de la organización. Cuando el 20 de octubre de 2011 anunciaron su "cese definitivo de la actividad armada", no todas las facciones de la banda manifestaron su agrado: algunos sectores abogaban -y aún lo siguen haciendo- por mantener la violencia para alcanzar sus objetivos.
Los últimos jefes significativos de ETA, David Pla e Iratxe Sorzabal, fueron detenidos por la Guardia Civil en septiembre de 2015 en el sur de Francia. Desde entonces, varios miembros de la banda sin delitos de sangre y procedentes de la kale borroka han asumido la dirección de la organización. No faltan los terroristas duros que critican su gestión y el discurso encaminado hacia dejar los atentados en el pasado.
Las organizaciones IBIL [Iraultzaileen Bilguneak; Núcleos Revolucionarios, en euskera] y ATA [Askatasuna Ta Amnistia; Libertad y Amnistía] representan las facciones más radicales dentro de ETA, los terroristas descontentos que acusan a su dirección de ser demasiado blanda ante sus últimos estertores de existencia.
No han faltado las ocasiones en las que la cúpula terrorista ha tenido que llamar al orden a sus miembros más duros, dispuestos a retomar las armas y recuperar los tiempos de extorsión y presión terrorista. Es el caso, entre otros, de Fermín Sánchez Agurruza, profesor en la localidad navarra de Urdax que de la noche a la mañana, en febrero de 2014, se marchó al sur de Francia para intentar reconstruir un comando bajo las siglas de IBIL.
Los casos son los menos, pero la dirección de la banda ha detectado algunos episodios que amenazaban su único valor en activo: el relato que tratan de imponer. La cúpula terrorista entiende que un solo episodio violento hoy en día en nombre de ETA no encontraría encaje y que echaría por tierra sus esfuerzos por tratar de justificar su recorrido.
"Hace mucho ya que el proyecto de la organización no es sólo de ETA. Además, el movimiento político que denominamos izquierda abertzale ha demostrado suficiente madurez y capacidad de lucha. Resulta mucho más eficaz".
Por eso, en el documento interno que se ha conocido este jueves, ETA llama a los suyos a mantener la férrea disciplina a la que están acostumbrados: "Tendrán que actuar también en el futuro con la responsabilidad que corresponde a tal condición, manteniendo la honestidad, coherencia y responsabilidad necesarias para el proceso de liberación".
El acoso policial y social
Cuando ETA anunció su "cese definitivo de la actividad armada" lo hizo acosada por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Durante toda su trayectoria, ETA ha basado su existencia en sumar muertos encima de la mesa para forzar al Estado a negociar de igual a igual.
El principal hito en la lucha antiterrorista se alcanzó en la localidad francesa de Bidart, en marzo de 1992. En aquel golpe, la Guardia Civil -junto a la Policía francesa- detuvo a los principales jefes de la banda: Francisco Múgica Garmendia, Pakito, José Luis Álvarez Santacristina, Txelis, y Joseba Arregi Erostarbe, Fitipaldi. Además, se obtuvo información clave para desentrañar los misterios de la banda terrorista.
Desde entonces, el acoso policial a ETA fue clave. Un proceso al que se unió la ilegalización de las diferentes ramas de la organización -desde el partido político Herri Batasuna hasta la organización juvenil Jarrai-, que fue asfixiando a la organización.
Rechazo a los homenajes a etarras
La publicación del documento interno de ETA coincidió este jueves con la medida adoptada en el Parlamento Vasco. Todos los partidos políticos, salvo EH Bildu, expresaron "su rechazo a los homenajes públicos que se realicen a personas por su condición de pertenecientes a ETA".
En 2017, el Colectivo de Víctimas del Terrorismo (COVITE) contabilizó 77 actos de bienvenida a etarras en sus localidades natales al salir de prisión. En lo que va de 2018 se han registrado seis actos similares. El último de ellos tuvo lugar en Andoain, donde una multitud recibió a los terroristas Iñaki Igerategi e Ignacio Otaño, condenados por dar la información para asesinar a Joxeba Pagazaurtundua. Este ongi etorri [bienvenida, en euskera] tuvo lugar 10 días después de la conmemoración del 15º aniversario del crimen.
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