Envueltos en humo blanco y rojo, avanzan cientos de taxis por el Paseo del Prado hacia el Congreso de los Diputados. Un Seat 1.500 encabeza la marcha, continuo reclamo de selfis y manifestantes que quieren catarlo. Lo conduce un hombre con gafas de sol y boina de capitán Haddock.
Con la ventanilla bajada, escucha las órdenes de la organización. "Tira, tira (...) Espera, frena, paramos cinco minutos". El punto de partida ha sido Atocha. El de llegada, el cordón policial que aleja de la Cámara a los taxistas.
Entre tracas de petardos, carteles con calaveras, música rock e insultos a Uber y Cabify, Emilio Toledano se reivindica con una sola mano al volante, liberando la otra para acompañar el relato de su recuerdo: "Nunca imaginé que esto ocurriría". Se refiere al nacimiento de las grandes empresas VTC, que "roban" clientes al taxi. Él se jubiló en 2001. Cuando estuvo en activo, se enfrentó a los "grandes turismos", esos vehículos que contrataban las estrellas para navegar por Madrid. "Pero estaban en una nave concreta, eran mucho más caros, sus licencias estaban más restringidas y, al final, apenas suponían competencia", apostilla otro manifestante.
El taxi más antiguo de la marcha
El taxi de Emilio lleva un "1" serigrafiado en la puerta, como si fuera el más antiguo de la ciudad. "Ya no está en activo, pero en su día sí, nada de esto -señala el contador y la cartelería- es de pega". Aunque Emilio trabajó más de cuarenta años como taxista, nunca lo hizo a bordo de este coche. Lo compró ya jubilado. "Suelo ir a las manifestaciones, una vez me vieron y me pidieron que encabezara la marcha, me pareció bien".
Por eso capitanea esta protesta, la séptima de este año. Emilio y los cerca de 20.000 taxistas que inundan el Paseo del Prado acusan a Rajoy de "no tener palabra" y se sienten avasallados por las licencias VTC que acaba de permitir el Tribunal Supremo.
El motín de las gorras
Han pasado más de cincuenta años desde el motín de las gorras. En 1966, los conductores del taxi se despojaron de su uniforme en contra de la ley. El régimen franquista no hizo caso de su protesta y siguió multando a todo aquel que incumplía la norma: gorra, corbata, camisa... Así hasta 1979, cuando una nueva ordenanza dejó sin efecto la anterior.
Los conductores de Uber y Cabify, por lo menos en la superficie, tienen más del antiguo taxista que los propios taxistas de hoy. Trabajan de uniforme. Además, se bajan a abrir la puerta y ofrecen a sus clientes, incluido en el precio de la carrera, una botella de agua y algo de prensa. "¡Intentan seducirnos con el lujo!", advierte Emilio. "Yo no apuesto por volver al uniforme. A mí me multaron varias veces por olvidarme la corbata. Pero sí que deberíamos cuidar más nuestra vestimenta para competir mejor".
Lejos de mostrarse dogmático, Emilio reconoce que si un día tiene la necesidad y no hay un taxi a mano, contrataría un VTC: "Hasta ahora, no lo he probado, pero no soy un fanático. Si tengo que desplazarme y no tengo otro remedio, me montaría, por supuesto".
Un transeúnte asoma la cabeza al interior del coche e interrumpe la conversación. Quizá algo más mayor que Emilio, celebra: "¡Yo también lleve uno de estos!". Creyendo que el taxi todavía funciona, intenta bajar la bandera y el conductor logra frenarle justo a tiempo: "¡Para! ¡Lo vas a romper!".
A punta de navaja
El 1.500 de Emilio es rojo y negro. Por dentro, tapicería marrón piel. Cuatro puertas. Sobre la bandeja del maletero, casi una decena de trofeos. La mayoría relacionada con el taxi o con certámenes de coleccionismo.
Cuarenta años de servicio le han dado para sabérselas todas. Con Emilio no cuela la del "uy, no tengo dinero" al final del viaje. Sabe lo que es un atraco a punta de navaja. También conoce las agresiones por la espalda. "Rápido, la recaudación". ¿Y lo más excéntrico que le ha ocurrido? "¿Así a bote pronto?", recibe la manida pregunta. "Una vez, una señora se ofreció a pagarme en carnes al llegar a su destino".
Quedan pocos metros para llegar a Neptuno. Emilio se despide con una cortesía vetusta, estirando el brazo para quitar manualmente el seguro a la puerta. Confía en que el sector del taxi salga de esta, como tantas otras veces.