Isabel estaba de vacaciones en Costa Rica cuando, poco antes de finalizar el plazo de entrega, envió por mail a sus profesores de la Universidad de Georgetown (Washington) el borrador de su tesis de fin de máster. Era miércoles, 10 de marzo de 2004. Quedaban apenas unas horas para que Madrid sufriera el zarpazo yihadista y eso era exactamente lo que ella vaticinaba en su trabajo.
Desgraciadamente ahora que se cumplen 13 años de aquella masacre, un ataque islamista se ve como una posibilidad factible. Pero en aquellos años, a pesar del 11-S en Nueva York, nadie situaba a España como el siguiente objetivo. Ni siquiera los servicios de Inteligencia españoles ni sus fuerzas de seguridad lo vieron venir. Es por ello que, irremediablemente, la vida de esta española veinteañera estaba a punto de cambiar.
Apenas unos días después se vio defendiendo su trabajo ante una sala de la universidad abarrotada de gente. Y entre los oyentes, una presencia destacada: Madeleine Albright, la primera mujer secretaria de Estado de EEUU, nombrada por el expresidente Bill Clinton. Allí estaba junto a todos los demás oyentes, pendiente de lo que tenía que decir esa joven nacida en España.
"Las consecuencias de tal impacto"
En sus conclusiones preliminares, a las que ha tenido acceso este periódico, Isabel defendía a principios de 2004 que “el islamismo radical continuará creciendo en Marruecos con la posibilidad de que cruce el estrecho de Gibraltar y la España continental. No está claro si los radicales islámicos marroquíes cometerán ataques contra el suelo de España, pero las consecuencias de tal impacto irían más allá de las bajas y los daños. La primera cuestión que este proyecto trata de contestar es la probabilidad de tal incidente”. Analizó los atentados de Casablanca, el auge de movimientos islamistas en Marruecos, su impacto en España... ingredientes todos estos que influyeron en la gestación del 11M.
¿Qué pensaste cuando te enteraste de que la ciudad de Madrid había sido atacada?
“Cuando asumí que era un atentado yihadista tuve un sentimiento de culpa, llegué a pensar que si no lo hubiese pensado tanto o si no lo hubiese escrito, no habría pasado”.
Una reacción irracional de quien entonces tenía sólo 27 años. Hoy, con 40, ocupa un puesto de responsabilidad en una compañía de seguridad dedicada a detectar la amenaza terrorista con presencia en casi todos los países del mundo. Ha pedido permiso a sus jefes antes de sentarse a contar su experiencia a EL ESPAÑOL con la única condición de no desvelar su identidad ni posar ante la cámara por motivos de seguridad. Por ello el nombre utilizado para este reportaje es un pseudónimo.
Recuerda con tristeza la mañana de los atentados de vacaciones en Costa Rica porque sintió que estaba lejos del lugar en el que debía estar. A miles de kilómetros de una España sacudida por el mayor atentado de la Historia de Europa. Muchas preguntas y pocas respuestas. “En un primer momento pensé que había sido ETA, incluso dentro de mí algo me empujaba a pensar eso, quizá movida por el convencimiento de que hubiese supuesto el final definitivo de la banda. La sociedad vasca se les habría echado encima”.
Dos años en Washington
A pesar del riesgo yihadista que ella misma había avanzado en su tesis, no fue hasta el día siguiente cuando empezó a barajar de verdad la autoría islamista. “Estaba en medio de la selva y aunque las televisiones hablaban de ello, la información que llegaba no era muy completa”, se disculpa. Para entonces, en Washington ya había empezado a correr la voz entre sus compañeros del Security Studies Programme, un prestigioso curso de seguridad de dos años ideado en el Pentágono y que con el tiempo fue acogido por la universidad de Georgetown.
Entre los alumnos de la rama Internacional que ella escogió ya era conocida por enfocar sus trabajos siempre en torno al tema islamista, algo poco habitual incluso en EEUU en ese momento. En más de una ocasión había verbalizado ante profesores y compañeros (la mayoría militares) su temor de que España pudiese sufrir un atentado como el que acaba de golpear la ciudad de Madrid. Tanto que cuando comentó en su entorno la idea de su trabajo le recomendaron que suavizase algunas partes, que no resultaría creíble, que era una chaladura. “Luego me reconocieron que había dado en el clavo”, narra al tiempo que reconoce que nunca más ha vuelto a leer su tesis. Obviamente fue aprobada with honors (con honores).
“No recuerdo nada del día que la defendí ante la sala, estaba llena de gente, para mí es como un túnel en la memoria, se me hinchó la lengua y me pitaban los oídos por los nervios. De Madeleine Albright sólo recuerdo que estaba cerca de la puerta y que era muy bajita, más que yo, que no soy alta. Me llegaría por la barbilla”, comenta. Isabel llegó a Georgetown después de haber acabado la carrera de Derecho, una profesión que nunca tuvo en sus planes ejercer. Su vocación era ser militar pese a no tener ningún antecedente en su familia. Durante 17 años llegó a vivir en ocho países distintos, lo que le ha permitido hablar cuatro idiomas con soltura.
"Asco" por la politización
Isabel dice sentir “asco" por la politización que se hizo del atentado en España, y en ese rechazo señala a todos. “Incluso españoles que vivían en Washington defendían la idea de que nos lo habíamos buscado por intervenir en Irak, como si eso hubiese tenido algo que ver”. Compara la reacción de sus compatriotas españoles con la de los estadounidenses: “esa semana se guardó un minuto de silencio al principio de cada clase. Yo iba a un supermercado donde sabían que era española y la primera vez que fui tras los atentados pararon las cajas y por megafonía anunciaron un minuto de silencio”.
La historia de esta experta en terrorismo guarda una extraña relación entre las fechas de sus exámenes y las de atentados clave. Hizo su última prueba de la universidad un 12 de septiembre de 2001, horas después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York. “No estudié nada, me pasé el día delante de la televisión”. Tenía claro que quería viajar y ver mundo por lo que nada más terminar sus estudios de Derecho se fue a París a trabajar en la UNESCO, una experiencia que no le llenaba demasiado.
Su siguiente destino fue la Unión Europea Occidental, una organización hoy desaparecida que tuvo sentido durante la guerra fría. La integraban países de la Unión Europea y la OTAN. Su función dentro de la Comisión de Defensa era hacer informes, entre otras cosas sobre la amenaza que ya suponía Al Qaeda y los talibán en Afganistán. Ese fue su primer contacto profesional con el terrorismo internacional.
El consejo de Javier Solana
Estando allí le llegaron referencias sobre el máster de seguridad que ofrecía la Universidad de Georgetown. Preguntó entre sus superiores y compañeros y le dijeron que ese era el mejor lugar sin duda para una persona con sus inquietudes. El empujón definitivo vino de la mano de Javier Solana con quien tenía personas en común. El entonces secretario general de la OTAN no dudó tampoco: el Security Studies Programme era el mejor lugar para formarse en asuntos de Defensa.
Pero no fue hasta el segundo curso del máster cuando centró sus investigaciones en la yihad. Fue tras sus vacaciones de verano en su ciudad de origen. “Entré en una tienda, no recuerdo ni qué iba a comprar. La regentaba un hombre musulmán. Dijo que no me atendía por no llevar velo”. Aunque luego a lo largo de su vida ha tenido que ocultar su pelo en numerosos países por motivo de su trabajo, aquel gesto de intolerancia supuso el antes y el después definitivo en su vida. En España no era normal que sucediese eso, quizá en otros puntos de Europa sí, pero en España no lo era. “Me agarré tal cabreo que me empecé a interesar por el Islam y por la yihad”. A su vuelta a Georgetown, escogió todas las asignaturas relacionadas con esta temática.
En esos años, con una ETA todavía latente, todos los expertos en terrorismo de España centraban sus estudios en la banda vasca. Había pocos referentes en el análisis del yihadismo. Ella empezó a contactar con algunos pioneros como Javier Jordán y a leer libros como ‘Justicia social e Islam’, de Said Qutb. Este autor era un líder de los Hermanos Musulmanes condenado y ejecutado por su participación en el asesinato del presidente egipcio Nasser. Fue de los primeros que reinventó, para mal, el concepto de yihad (el término, originalmente, alude al esfuerzo por ser mejor musulmán).
Las causas del 11M
“Yo me centraba siempre en España y puse el foco en Marruecos y Argelia. Sabía que a España no iban a venir de Afganistán a poner una bomba”. Cuando se le pregunta por las causas del 11M, sus análisis van mucho más allá de los planteamientos habituales. Se remonta incluso a los combatientes argelinos que acudían a casas de curación en La Alpujarra y algunos se quedaron. “Irak no fue la causa, si acaso un detonante más, pero el origen del 11M es mucho antes”, sostiene. Teniendo en cuenta su trayectoria resulta inevitable interesarse por cómo ve en estos momentos el nivel de amenaza yihadista al que se enfrenta España. No duda un instante: “es cuestión de tiempo (otro atentado)”. No obvia que España tiene los engranajes suficientes para combatir el terrorismo de ETA, pero alerta de que el yihadismo es muy distinto, no atiende a jerarquías.
Por razones obvias, Isabel tuvo que actualizar el enfoque de su trabajo pues sus hipótesis sobre el riesgo de atentado yihadista en España se había tornado en realidad. Por ello en el texto definitivo pasaba directamente a afirmar que “las trece explosiones simultáneas en tres trenes de cercanías de Madrid recordaron a España y a Europa que la amenaza del islamismo radical era real”. Y añadía algo más: “Los terroristas no necesitan ser provocados para actuar y nadie más es culpable de un acto terrorista, sino los terroristas mismos y quienes los apoyan y justifican. La participación española en Irak puede haber sido un ingrediente fuerte para actuar contra España, pero esto solo es una suposición parcial y simplista”.