Un homenaje al despiste en la vitrina. Bajos los focos y a ojos del curioso, brillan los hijos del olvido que tendrán una segunda oportunidad. Su valor les ha librado del reciclaje. Lujuriosos, presumen a punto de ser vendidos al mejor postor. Son los objetos perdidos recogidos por el Ayuntamiento de Madrid, que no han sido reclamados en los últimos dos años. Donada la ropa y desechado lo inaprovechable, el oro y la plata del descuido se subastan esta noche en Casa Durán.
El lote que se juega ha quedado dividido en dos partes. Los dispositivos de Apple y los instrumentos musicales se rifaron por internet a mediados de este mes. El cofre, cerca de 40.000 euros. Los Rolex, las sortijas de oro y los colgantes de plata esperan ahora su turno. Los importes de salida rondan entre los 100 y los 600.
Su primera vez
Los objetos perdidos dibujan una subasta inusual, una bocanada de aire que ‘democratiza’ el toma y daca del mundo del arte. Ignacio, Ricardo y compañía tienen veintitantos. Son la foto de la novedad. Pasean curiosos. Hoy pierden la virginidad del pujante. “Un amigo lo vio en el periódico y me lo propuso. Me he animado. Además es buena idea de cara a los contribuyentes”, relata uno. “He salido del curro hace nada, les he llamado a ver dónde estaban y me he venido. No tenemos la intención de gastar mucha pasta, aunque claro, nunca se sabe qué va a salir”, completa otro.
A unos metros, la baronesa Thyssen ojea un catálogo. Esta noche libra. Sólo ha venido a saludar. Sonríe a las preguntas y los chavales que debutan la escuchan en busca de una fórmula mágica. Con tono didáctico, se refiere a la importancia “de saber manejar los tiempos”, “urdir estrategias” y “aguantar el tipo”. Porque pujar es eso, mirar con valentía, levantar el brazo, susurrar, hacer creer al de enfrente que siempre podrás llegar más lejos.
Los consejos de la baronesa
“Claro que la experiencia ayuda. Es fundamental echar un vistazo al catálogo antes de venir. Si estás en la misma ciudad, conviene acercarse a comprobar el estado de los objetos, que se exponen unos días antes”, explica.
¿Qué ha sido lo más curioso que le ha pasado? “Una vez pujaba por teléfono en una subasta de Nueva York. Vi un cuadro de Ignacio Zuloaga que me encantó y que estaba en buen estado. Pensé que saldría por no mucho y así fue, pero empezó a subir de manera escandalosa. Conseguí hacerme con él. A los días, en otra casa en España, un mexicano que entró en comitiva me vio y me dijo: ‘¡Fue usted quién me quitó el cuadro!’. Sí, fui yo…”, recuerda entre risas.
El olvido entra en juego
Los objetos perdidos acaban de entrar en juego. El salón es largo y lo decoran varios cuadros. Hay una litografía dedicada por Rafael Alberti y un original de Joan Miró. La sortija en liza desfila por una pantalla. David Durán, de la Casa, narra la puja: “Por ahí al fondo tengo 600. 650 aquí delante. ¿Alguien más?”. “Es como en las películas”, piensan Ignacio y Ricardo, que han tomado asiento en las sillas negras que abarrotan el espacio.
David está encumbrado en un escalón de madera. Cuando se cierra el precio de un objeto, se da un golpe seco y de martillo. Visto para sentencia. A sus lados, dos mujeres con el teléfono en la oreja y dos tipos con el ordenador encendido. Hay quien llama y quien se conecta para no perderse la puja, igual que hizo la baronesa para conseguir su cuadro de Zuloaga.
Esta noche, mucho principiante
“Los asistentes son menos especialistas, muchos vienen por primera vez, aunque también hay catálogo para esta ocasión”, empieza Consuelo Durán, regente de esta Casa abierta en la década de los sesenta. Su argumento lo cristaliza un tipo sentado a la izquierda del salón, que sostiene un papel entre las manos, donde ha apuntado a boli las referencias de los objetos que le interesan.
“Estamos más atentos para solventar las dudas porque muchos no conocen la dinámica”, sonríe.
Se están subastando pulseras y colgantes que llevan nombres grabados… “Sí, es verdad. Fíjate qué curioso. Todo lo que está aquí esta noche entró en la oficina hace más de dos años. Pues bien, nos han llamado varias personas al ver el catálogo diciendo que uno de los objetos es suyo. Ha venido gente a pujar para recuperar lo que, en teoría, un día poseyeron y perdieron”, resalta.
Las subastas no son para ricos
Se dice que las subastan son para ricos, ¿la de hoy rompe este prejuicio? “En esto tiene algo de culpa la prensa. Sólo se habla de las pujas cuando un objeto se termina vendiendo por una millonada… Y no es así. Hay muchos importes asequibles y cosas interesantísimas que muchos se pueden permitir. He de decir que, en esta ocasión, los medios han ayudado muchísimo anunciando este acontecimiento”, dice la directora de esta Casa, que ha sido elegida en concurso público para acoger el evento.
A estas alturas del año, la oficina de objetos perdidos aloja cerca de 93.000 olvidos. La pensión máxima son dos años. En ese momento, quien entregó el enser al Ayuntamiento podrá convertirse en propietario si así lo requirió. Cualquiera que allí deposite un bien, podrá reclamarlo cuando el plazo de recuperación caduque. En caso negativo, todo aquello que tenga valor formará parte de una subasta como ésta. El resto se dedicará al reciclaje y a fines sociales.
Son casi las nueve y media de la noche. Ya no quedan más objetos por rifar. La palma se la lleva un Rolex, que salió por 600 euros y se terminó vendiendo por 2.500. El total de lo recaudado, confirma Casa Durán, supera los 24.000.