José Mota es aquel chaval que se disfrazó de Santiago Carrillo para bailar break dance, el tipo que quiso arreglar la crisis vestido de Rubalcaba “rebuscando” dinero en las rendijas de los sillones. Pero también es el hombre de a pie que se pone a cuatro patas en el urólogo y espera un tacto rectal. Eso sí, con una diferencia: mientras tanto, le piden que repita sus mejores imitaciones. “Ahí me di cuenta de que ese ejercicio no supone nada para el médico”, sonríe.
Es día de gabardina. Ha caído la primera tormenta de octubre. El verano saluda tímido tras la esquina, pero Mota ya se ha comido las uvas unas cuantas veces. Vive enfrascado en el especial de Nochevieja. Viste jersey, vaqueros y gesto serio, su lado oculto del rostro: “La gente está harta”. Pero se le escapan algunas risas, chistes que persiguen sus reflexiones, porque la parodia “tiene mucho de arrebato, de click”. “Aparece una idea que te pone y empiezas a trabajar”. Y esas ideas llegan incluso en medio de “un absurdo generalizado”.
Al igual que el periodista, Mota vive notario de la urgencia y su parodia es crónica de lo ocurrido. Cuando muera diciembre se enfrentará al reto de seguir gustando. Ya son casi veinte programas de fin de año.
¿La gracia se tiene o se adquiere?
-Hablar sobre la gracia de uno mismo da pudor. Dicho esto, creo que el humor tiene mucho de orgánico, de tripa. Es un parapeto, un burladero en el que me refugio para reírme de lo establecido. La parodia es arma necesaria.
Mota ha hecho un hueco entre grabaciones para sentarse en el sofá sin disfraz alguno, dispuesto a abrirse en canal y bucear en su fórmula de la risa. Lo hace con la vista puesta en el “descontento”: “Incluso la comedia es tragedia más tiempo. Lo peor de todo es la desilusión, los ciudadanos han dejado de creer. La convulsión es brutal”.
Su plató es variedad, una selva de personajes en la que los políticos se llevan la palma: “Están en el centro de atención porque ellos han aceptado coger las llaves de nuestra casa. A partir de ahí, las actuaciones de quienes se sitúan en primera línea se sobredimensionan”.
¿La gente quiere reírse más de los políticos en tiempo de desgobierno?
-Se demandan más risas… El humor es tabla de salvación, la boya hacia la que nadamos en el mar de la incertidumbre. Da sentido al absurdo en el que vivimos. Ya que nos están fastidiando, por lo menos que nos dejen reírnos. La parodia tiene mucho que ver con la salud pública.
¿Sigue alguna pauta para retratar al político?
-No especialmente, pero sí marco un límite: no entro en el terreno personal. No me creo con ningún derecho. Parodiar la vida privada de los cargos públicos sería mendigar una risa. Me importa más el contenido que el continente, aunque lógicamente siempre hay personas detrás de los hechos que quedan retratadas por lo ocurrido.
¿No transmite más el imitador que extrema el parecido físico?
-Me mueve más el qué, y no tanto el cómo, que también ayuda. Hay cientos y cientos de imitadores que clavan voces y gestos. Me quedo con el mensaje. Mi voz no se parecía a la de Rubalcaba, pero aquello de salvar la economía hurgando en los sillones divirtió a la gente.
Mota apuesta por “una parodia imperfecta”, aquella que permita estampar “un sello personal”. Insiste en acercarse a los personajes “desde sí mismo”. “Cuando nos envolvemos en látex, el alma muere”.
Lo dice mirando al frente del salón que acoge la entrevista, una sala amplia techada por cristales verdosos, cuyos reflejos juegan con el sol de la mañana. El cómico ha llegado corriendo. Ha dejado un ensayo, ha aparcado el coche donde ha podido y luego tiene una reunión. Entre septiembre y diciembre vive a ritmo de campanadas.
¿Hay alguna figura política que se le resista?
-No me ha ocurrido todavía. ¡Y no quiero decir con esto que pueda imitar a todo el mundo! Pero como digo, me importa más el contenido que el recipiente. Por ejemplo: si quisiera parodiar a Romay, tendría que rodearme de personas muy pequeñitas. Y si hago de Juan y Medio, quizá tendría que llamarme Medio Juan.
En España nos reímos de los políticos, pero ¿por qué es tan difícil reírse con ellos?
-La política española ha mirado de espaldas al humor. Ha mejorado algo, ahora ya lo hace de refilón. Es un error… En otros países, los políticos han abrazado la comedia. Los altares en los que aquí se han colocado son absurdos. Al final, la verdadero protagonista es la calle.
En este punto, Mota no hace chistes, ni siquiera asoma una sonrisa. Dice “hablar con el corazón en la mano”. “De verdad, quienes le dan sentido a esto no viven en el escaparate”. Pide que la política “aterrice y tome tierra” y se muestra optimista: “Lo hará. El tiempo va a arrollar todo lo que se sitúe artificialmente por encima. Me gusta que el ciudadano tenga la oportunidad de decir”.
¿Se escandaliza si ve el telediario sin las gafas del humorista?
-No. Intento pensar a la larga. Creo que todo lo que está ocurriendo es una especie de reajuste. Al igual que tuvimos burbuja inmobiliaria, a esto lo llamaría burbuja política. En un futuro, los políticos no tendrán más remedio que gobernar sin perder la cercanía con la calle. Que recuerden a quién prestan su servicio.
¿La corrupción admite bromas?
-Hombre, debería… ¡Pero desde fuera, eh! Si no, imagínate… Si la gente no revienta humorísticamente, reventará de otra manera.
Hace muchos años Mota inventó el ‘pa la saca’. Y esa coletilla sigue viva, se agarra a la sartén de la rutina y no hay quien la friegue. “El pa la saca estaba y está. Lo triste es ver que hay gente que lo ha tomado como modus vivendi”.
La corrupción cabrea incluso al que se ríe de ella, que contrariado lamenta: “No lo entiendo, de verdad que no lo entiendo. ¿De qué vale tener tanto dinero? Lo que da grandeza a un país es su clase media, cuanto más amplia mejor. La corrupción la destruye”.
¿Qué le dicen los políticos con los que se cruza? ¿Se toman bien sus bromas?
-En general, sí. Las experiencias que he tenido son buenas. Me sonríen y me dan su opinión, otra cosa son los silencios o lo que dicen cuando no estoy delante… No me caracterizo por poner cuestiones personales sobre la mesa y eso ayuda.
¿España es más de Caín o de Abel?
-En un primer navajazo somos cainitas, luego ponemos el paño y curamos. Una mezcla singular. Se nos da muy bien enterrar. Cuidamos poco a nuestros ídolos. Alimentamos el árbol, pero cuando crece lo talamos. Nos gusta que caiga, que pegue un buen porrascazo y que suene. Pero también somos uno de los países más solidarios del mundo, mira la donación de órganos, los primeros en la lista. En líneas generales, vivimos en un gran lugar. De eso estoy seguro.
Mota afronta la Nochevieja con otro programa bajo manga. Todavía no puede revelar detalles, pero será crítico: “Somos grandes productores de humor, pero nos falta reírnos de nosotros mismos. Ponemos el espejito, pero siempre apuntando hacia otro lado. Reírse de uno mismo es medicina que todo lo sana. El humor es curativo, resta importancia a la rutina, al hierro de lo cotidiano”.
Mota ya se rió en su propia cara. Convirtió en sketch su episodio con el urólogo. Se bebió el zumo de limón de la comedia: “Viene genial, limpia las cañerías y desengrasa. Alguien dijo que la parodia nos salva del suicidio. Es verdad”.