Pedir pizzas un sábado por la noche no es un detalle insignificante si resulta ser el colofón de un "golpe de estado" para tumbar a Pedro Sánchez, líder del PSOE. Entre bromas y cánticos —"Susana, choriza, paga al Telepizza"— de los militantes y curiosos que se arremolinaban ante la puerta de la sede del partido, en Ferraz, Javier y Pablo, dos repartidores de Telepizza, llegaban al Comité Federal con 16 pizzas: de jalapeños, de cuatro quesos, de barbacoa... Incluso una sin gluten. También las especialidades pizzalada, hot dog, calzzone, japonesa, suprema y primavera. Y extra de carbonara.
El coche con el pedido, cuyo interior olía a una jauría de adolescentes hambrientos de resaca, salía de Gaztambide, 49 (Madrid), donde me acerqué para conocer a quienes entrarían en la sede del PSOE después de que Pedro Sánchez dimitiera. Supuse que esa era la tienda de Telepizza a la que habrían encargado el pedido porque, por código postal, era la más cercana al local socialista. La idea era entrevistar a los repartidores y preguntarles por los pequeños detalles: si habían visto a alguien relevante allí dentro, qué opinaban de la situación política que se vive en España y, ya de paso, si el extra de queso es real.
Resultó que el mayor pedido estaba aún por entregar y estaba a punto de salir. Si hubiese llegado dos minutos más tarde (por una vez: gracias, metro de Madrid), no habría coincidido con ellos. La oferta de llegar a Ferraz en un coche de Telepizza me sedujo: era el backstage de la historia. La guinda casi lógica de una jornada circense en la que hubo abucheos, lágrimas e insultos. Lo de entrar a la sede del PSOE cargada de pizzas no fue premeditado: les ofrecí mis músculos primero; pensé en colarme después.
En el camino, entre piti y piti, me contaban que durante toda la tarde habían recibido diferentes pedidos para ese mismo sitio: Ferraz 70. Al parecer, ninguno era realmente de los socialistas. Tampoco este. Los asientos traseros del automóvil eran el backstage de la historia política del día. Mi mirilla particular de una parte que, aunque resultaba poco relevante para el relato, era curiosa.
"Es la tercera vez que vamos hoy", me cuenta Javier, de 33 años. "Nos gastan muchas bromas con pedidos falsos, pero no así, tan seguidas, en un mismo día y en el mismo sitio".
La comanda, a nombre de Javi López, ascendía a 117 euros. "Mira, voy a llamar para asegurarme de que quiere el pedido", me dice. Minutos más tarde, añade: "Parece que sí. A ver si esta vez nos dejan entrar y se quedan con las pizzas".
Javier lleva desde 2009 repartiendo pizzas, ahora es encargado, y la situación vivida hoy en el PSOE le es "indiferente". "Yo voto a otro partido, así que bueno, es todo una vergüenza". Su compañero, Pablo, de 24 años, apenas lleva un año trabajando en Telepizza: "Estudié un módulo... pero no sé, esto es lo único que me sale de curro ahora mismo". "¿Si me habría gustado ver a Susana Díaz ahí dentro...? Bueno, si paga las pizzas... La verdad es que trabajando no tengo ideario político", apunta.
Sin uniforme, pero con 6 pizzas
Al llegar a la zona, la policía nos para: "Vamos a la sede del PSOE, que nos han pedido unas pizzas", dice Javier. Nos dejan pasar. Quiero entrar: el secreto hoy no está en la masa, sino en Ferraz. Les ofrezco mi ayuda para llevar el cargamento calórico, trabajo que ya desempeñé años antes en un Pizza Hut para pagarme la carrera. Será que la experiencia se nota en mi cara o que voy de blanco y negro como una camarera, pero el guardia de seguridad de Ferraz solo me dice al llegar a la puerta: "¿Cuántas pizzas llevas?". "Seis", le contesto. "Adelante".
Dentro observo abrazos y sonrisas. Hay unas 40 personas, entre ellos los llamados "críticos". Dejamos las pizzas en las escaleras de la entrada bajo la supervisión de otro de los guardias de seguridad. Uno de los allí reunidos, David, se acerca al tumulto y comenta: "Qué hambre". Le pregunto por su postura en este asunto: "Mira, yo soy imparcial. No tengo ningún interés ni beneficio en todo esto. Ha pasado lo que tenía que pasar". Los demás me miran con sospecha y no quieren hablar. Otro de los críticos me dice: "Yo también le estoy sacando fotos a las pizzas".
Tras una jornada de doce horas, las ansias de los críticos no son solo de poder. Sin embargo, en el interior de la sede nadie reconoce haber realizado el pedido. Nadie atiende al nombre de Javi López y, por supuesto, nadie quiere pagar. "Se me ha acercado una mujer y me ha dicho: 'Bueno, te pago una pizza'. Ni cinco céntimos, me los estaba pidiendo la tía guarra. No sé cuánto cobrará por estar en el PSOE, pero joder, ya le vale racanearme 5 céntimos", se queja Javier.
Por allí rondan los socialistas Ciprià Císcar y Javier Lambán, ni rastro de Susana Díaz. Desde el exterior reclaman la autoría: "¿Quién ha pedido las pizzas? ¿Susana o Pedro?".
Vuelven a negarse a pagar las pizzas y nos piden que nos vayamos de la sede. "Mira, nadie ha pedido esta comida", dice un hombre que se saca un bocadillo del maletín. Un tipo precavido. Fuera, Javier y Pablo llaman a una de las encargadas para recibir instrucciones. "Me dice la supervisora que reparta las pizzas entre los periodistas, que se lo ha dicho el cliente, que no las vamos a tirar. Y los pobres llevan ahí todo el día. Total, ya están pagadas con PayPal. A los policías también les voy a dar una, que se han portado muy bien". A la salida, una de las periodistas a las que le doy una pizza me dice: "Perdona, ¿me la puedes cortar?".
La broma ha sido obra de la cuenta La Retaguardia, que se define como independentista, y que contactada por DM ha confirmado a este periódico que ellos habían realizado el pedido. El teléfono de contacto de la comanda coincide con el de uno de los ideólogos de semejante plan para dominar la política española. "Y lo hemos pagado, por supuesto", añaden. "De hecho, queríamos que el pedido fuese más grande, pero la página web no me lo permitía".
Hace tan solo unas semanas, el consejero delegado de Telepizza, Pablo Juantegui, vinculaba el freno en el consumo de pizzas a "la falta de Gobierno". Según Juantegui, el stand by político habría provocado una "incertidumbre y pérdida de confianza del consumidor". Parece que España hubiese perdido no solo la fe en Pedro Sánchez, sino en las pizzas.