El mismo día, mejor dicho, la misma tarde en la que de forma generalizada se estaba dando buena cuenta de los tal vez últimos roscones de la temporada, los de Reyes, se entiende, tuve ganas de arrojar las sorpresas, las habas o el roscón mismo a algunas cabezas que estaban más dispersas que centradas en asimilar el final de las Navidades.

Eran las cinco o las seis de la tarde. Y en las casas se merendaba con chocolate o se reía con algún juego de mesa. O al bingo. Y había quien, quienes, jugaban ansiosos con la primera ganga de la temporada.

Porque esa misma tarde las rebajas online de muchas grandes marcas habían dado el pistoletazo de salida y no podía perderse una prenda más —por decir un número— para llenar el armario. Es más, no podía esperarse un segundo, porque las prendas se agotaban ipso facto.

Generaciones varias tenían el estómago en la masa y en la nata, la cabeza en su futuro vestidor y el dedo en su dispositivo móvil. Desde este consumían las primeras prendas del año en una ceremonia cercana a la de las ansias por poseer, casi lo que fuera, movidas por el FOMO, el miedo a perderse algo, por sus siglas en inglés.

Unas horas después, el Parlamento británico interrogaría a dos empresas de moda rápida, las chinas Shein y Temu. Con sus sesiones de investigación intentaría devolver cordura o remover conciencias y, desde luego, generar una serie de recomendaciones destinadas a generar un cambio en el modelo de consumo.

Dudaba, duda sobre las posibles prácticas abusivas de ambas marcas. Y no solo el Parlamento británico, sino en general la sociedad, como mínimo la concienciada sobre un consumo responsable.

Se ha puesto el acento en las actuaciones de estas marcas en lo que tiene que ver con los derechos de sus trabajadores, precisamente ahí donde existen mayores dudas. Por supuesto, también sobre sus prácticas sostenibles —o no—.

La realidad es que, para cambiar el rumbo, bastaría con que se lograra que las normas que se están implementando en los países europeos se aplicaran también a estas u otras marcas que vienen de fuera en tanto en cuanto se vendan en el continente. Así las cosas, quedarían ecualizadas posibles sospechas.

Bastaría, por ejemplo, que se exigiera, como en Europa desde el primer día de este año nuevo, que los materiales usados en la fabricación de textil o calzado no provengan de zonas deforestadas. O que se impusiera el pasaporte digital que empieza también sus pruebas y que va a suponer un seguro de transparencia y trazabilidad de las prendas.

Este pasaporte digital deberá incluir datos sobre los productos, sus fabricantes, composición, sobre la huella de carbono, reparabilidad y reciclabilidad, fundamentales especialmente para acometer el proceso de reciclaje.

Bastaría también con que se aplicara el reglamento europeo sobre el trabajo forzoso, para abordar la explotación laboral y proteger los derechos humanos en la cadena de suministro. Bien es cierto que la ratificación de dicho reglamento por el Parlamento y la Comisión se espera para finales de este año. Pero, vaya, que necesario es.

Como, sobre todo, sería necesario un cambio de actitud, ese esperable y deseable. De todos. Como dice María Novo, filósofa, pionera en el estudio, difusión y formación de las Ciencias Ambientales y visionaria basada en la evidencia científica, debemos aspirar a una vida más lenta.

En su libro La sociedad de las prisas (Ediciones Obelisco, 2023) habla sobre como la urgencia del tiempo está contribuyendo a destruir relaciones personales, sociales y desde luego la relación con nosotros mismos. Esta aceleración es muy responsable de problemas de salud mental que rodean nuestro universo, miremos hacia donde miremos.

Conectar para reconectar es una frase mítica que deberíamos aplicarnos en este comienzo de año con el propósito de no abandonarla. Porque de esa conexión con uno mismo va a surgir la buena conexión también con el resto. Y va a generarse con consciencia, con pausa, sin ese vértigo que nos conduce a no se sabe muy bien dónde, pero gracias al que perdemos muchas cosas (a veces personas) en el camino.

Como experta medioambiental que es, Novo pone además el acento en el viaje, los viajes, los desplazamientos. E invita no solo al sosiego del alma, sino al del cuerpo. Parad, parad, malditos, parafraseando la mítica película danzad, danzad, malditos. Quietos porque en la quietud estamos evitando un porcentaje importante de emisiones de CO₂.

Difícil no viajar en esta que realmente es la sociedad del movimiento. Pero de hacerlo pone ella también el acento en cambiar las fórmulas, sustituyendo transportes contaminantes por otros que lo son mucho menos. Demasiados coches, podría decirse. Y es cierto. Transportes colectivos son la clave.

Busca así Novo la sostenibilidad de la vida cotidiana, del día a día. Busca esa que construimos todos y cada uno de nosotros. Sin tirar la pelota al tejado de políticos, de instituciones, de empresas. Todos somos responsables de un modelo de existencia que claramente pone el cartel de obsoleto, que se ha demostrado inútil y que desequilibra la atmósfera, la biodiversidad y nuestra propia salud, la física y la mental.

Y no nos olvidemos de Valencia. Porque sigue en trance. Y porque, también como María Novo dice, tenemos que estar atentos a los posibles hechos que puedan acaecer y que ya no van a ser solo como esperamos que sean, como estábamos acostumbrados a que fueran. Habrá que poner, por tanto, las bases para hacer frente a lo que hoy nos parece imposible.