Hay una vieja discusión –un tanto cansina, por cierto– sobre las bondades de la artesanía y su diferenciación con el arte. Estamos tan necesitados de buscarle las cajitas (y las cosquillas) a todo, que si no adjetivamos no dormimos a gusto.
Habrá arte que a unos no se lo parezca y artesanía que tampoco lo sea o lo parezca (arte, digo) y auténticas maravillas de esta, sin necesidad de ponerle siquiera el apellido popular (arte popular, digo) como suele categorizarse cuando algunos pretenden elevarla de nivel. Pseudofilosofía dirán…, incluso verborrea.
Y no es fruto de un cerebro achicharrado por temperaturas infernales. No. Ni tiene que ver con que sea la época estival esa en la que el turista llena sus bolsos y maletas de figuras provenientes de diversos lugares planetarios, muchas veces sin saber qué hacer con ellas después. Tampoco. Aunque ocurra.
El asunto del arte versus la artesanía se suscitó en unas jornadas organizadas por la Embajada de la India en Madrid, en el hotel Intercontinental. Durante dos días 7 y 8 de agosto (parece que no es un mes tan estéril, fuera de las vacaciones) pudo verse la exposición The Land of Woven Dreams, que mostraba tejidos hechos a mano en telares ancestrales, dentro de las celebraciones del HandLoom Day, en las que hubo demostraciones de tejedores en vivo y conferencias organizadas por la empresaria y diseñadora india afincada en España Kavita Parmar.
Cada año, se conmemora este día como homenaje a los miles de tejedores que contribuyen con su ancestral actividad a dignificar y mantener el legado de la cultura hindú. Además, conmemora el Movimiento Swadeshi, que se alzó el 7 de agosto de 1905 y que fue una llamada reivindicativa, entre otros, a los artesanos y campesinos, promoviendo el autoabastecimiento para reclamar la independencia del país.
Paseé un buen rato entre aquellas telas expuestas, y no exagero si confieso que sentí ganas de arrodillarme y no digo rezar, pero sí meditar en actitud, no sé si más de agradecimiento ante tanta belleza o de admiración por su estética y variedad. Nunca he estado en India, mi conocimiento del país procede del cine, la literatura o el arte.
Pero esa gran cantidad de tejidos dejaban de serlo para convertirse, por un lado, en arte y por otro en la manifestación de las diferencias entre las zonas del país en las que estaban realizados. Y me sentí incluso un poco intrusa en una especie de sacrosanto espacio que reflejaba mucho más que una tela; reverberaban cultura, costumbres, la tradición de cada uno de los lugares en los que se había realizado, no para mostrar, sino para ser mostrado en los cuerpos de sus hombres y mujeres portadores.
Sentí que el término diversidad, tan usado hoy en día y tan ligado a la sostenibilidad, obtenía su máximo significado ahí, porque precisamente de cada Estado hindú emerge un estilo, un tipo diferente de bordado, de dibujo, de tejido, y cada uno compone un auténtico tesoro. O así me lo parecía.
Justamente esa diversidad estaba en la base de las imágenes con las que se presentaban las piezas tejidas. Y se puso de manifiesto en la charla que mantuvieron la propia Kavita Parmar, el embajador de India en España, Dinesh Patnaik, así como Sudha Dhingra, profesora y directora de diseño textil en el National Institute of Fashion Technology y Dimple Bahl, diseñadora gráfica y estudiosa del arte popular hindú.
De sus intervenciones en torno al valor de los trabajos artesanales y de la necesidad de mantenerlos y cuidarlos como quien de verdad atesora un gran legado, me resonó durante días frases muy gráficas. Se dijo algo entendible por todos sin necesidad de ser duchos o estar interesados en el terreno de la sostenibilidad.
El embajador recordó que cuando la nombramos estamos hablando de futuro, pero es en sí misma una mirada al pasado, donde todo era sostenible. Mantener las tradiciones lo es. Recuperarlas también y trabajar socialmente para ello, más aún.
Por eso soy una forofa de la CPHFW, la Semana de la Moda de Copenhague, que ha encontrado su diferenciación precisamente en la sostenibilidad como una mirada al futuro y desde luego al presente. Y es indiferente que se celebre en pleno mes de agosto (del 9 al 12 para ser exactos) porque, despierta gran interés internacional.
Saben que la influencia de la moda es enorme, que a través de la moda puede impulsarse un cambio de sistema. Y utilizan muy bien ese altavoz. Aplaudí yo sola asistiendo vía Instagram a su inauguración y escuchando el discurso de su CEO, Cecilie Thorsmark, especialmente cuando dijo que hay que saber estar en el lado correcto de la Historia.
Ellos decidieron dónde posicionarse y, bien situados, anunciaron una alianza con Ucrania, con su moda, con sus diseñadores, hecha realidad con una unión con Ucrania Fashion Week, prestando el espacio de su pasarela para dar cobertura a la creación ucrania.
“Queremos que sepan que tienen un lugar desde el que mostrarse y crecer”, aseguro Thorsmark. Supongo a la embajadora de Ucrania en Dinamarca aún más emocionada que yo con esa declaración de principios que se concretaba además en que dos de sus marcas pudieran presentar propuestas como parte del calendario oficial, The Coat, con un fashion film, y TG Botanical, con un desfile presencial.
En la semana de la moda de Copenhague no faltaron noticias. Entre otras, que se prohíbe el uso de pieles, como una manera de demostrar la relación entre sostenibilidad y los derechos de los animales. Y una importantísima que fue el Zalando Sustainability Award otorgado a Ranra, una marca establecida entre Londres y Reykjavik.
Es muy importante el apoyo de la plataforma de venta online, uno de sus patrocinadores oficiales, que está apostando por dar un giro sostenible a la moda y lo demuestra con este galardón que lleva entregando, con esta, cuatro temporadas dentro del plan estratégico de la marca de unión con CPHFW. Acelerar la sostenibilidad y generar cambios positivos en la industria forman parte de su propósito y este premio es una muestra clave.