Hace ya más de un año desde que Naciones Unidas (ONU) celebró un acuerdo histórico: la aprobación del Tratado Global de los Océanos tras décadas de negociaciones. Su objetivo es, entre otros, hacer que el 1% de las aguas internacionales que hoy se encuentran protegidas pase a ser un 30% para 2030. Un objetivo ambicioso que, sin embargo, está paralizado: a día de hoy, solo han ratificado el tratado 6 de los 60 países que deben hacerlo para que entre en vigor.
Olivia Mandle (Barcelona, 2007) es la voz de una de las generaciones que ya no crecerán sin oír hablar de cambio climático. Si las proyecciones se cumplen, cuando tenga 43 años, en 2050, la joven podría ver cómo la renta mundial se reduce en un 19%, el calor extremo será hace un 370% más mortal o, bajo el agua, cómo los plásticos del océano se multiplican por cuatro, exacerbando aún más los impactos para estos ecosistemas ya expuestos a problemas como la sobrepesca, la eutrofización o el transporte marítimo.
La catalana es consciente de estos peligros desde bien pequeña. Su agenda incluye tareas nada propias para alguien a quien aún le falta un curso para terminar el instituto: conversaciones con sus científicos de referencia, reuniones con organizaciones ecologistas… Una de las más recientes fue precisamente con Greenpeace, a quienes se unió para insistir al Gobierno en la necesidad de ratificar el documento impulsado desde la ONU.
"España está constantemente diciendo que quiere liderar la transición ecológica, ser pionera en tener ciudades sostenibles, pero, ¿cómo lo va a hacer si no firma para proteger los océanos?, ¿a qué espera?", pregunta a ENCLAVE ODS. La estudiante asegura que, para proteger los ecosistemas, la clave está en "ir a la raíz del problema, a la legislación". Pone como ejemplo la lucha contra los plásticos, una de las grandes prioridades de los grupos ecologistas que avanza al ritmo de las negociaciones para que crear otro tratado global vinculante que regule su producción.
Mandle fue reconocida en 2020 como Mini Heroína por el Instituto Jane Goodall y un año más tarde embajadora del pacto climático por la Unión Europea. Se dio a conocer cuando los medios empezaron a referirse a ella como la Greta Thunberg española. No le molesta la comparación: "Tenemos muchas cosas en común, somos chicas que luchan por el planeta. Yo me centro más en los derechos animales y ella en el cambio climático, pero al final todo está conectado. [Greta] movilizó a miles de jóvenes y es una fuente de inspiración, pero, sí, sí, somos dos personas diferentes", reflexiona.
No es "un capricho de niña"
Esta activista de la generación Z también es conocida por su infatigable lucha contra los delfinarios, que materializa en la campaña #NoEsPaísParaDelfines. Aboga por el cierre programado de estos espacios en España, que, recuerda, "es la mayor cárcel de cetáceos de Europa". En efecto, nuestro país lidera el ranking con 93 delfines en cautividad, y, según World Animal Protection, es el que tiene mayor número de centros que los usan con fines de entretenimiento.
Al principio, cuenta Mandle, hubo quien creyó que lo suyo no era más que "un capricho de niña". Pero en abril de 2023, se presentó en el Congreso con 150.000 firmas de personas que, como ella, pedían la prohibición de los delfinarios. "Son lugares donde [estos animales] están confinados haciendo estupideces por diez minutos de nuestro ocio, que para ellos suponen toda una vida de maltrato", apunta. Y añade que el hecho de que sigan existiendo hoy en día "se basa en tres excusas que pueden desmontarse fácilmente".
Una de ellas es la educación. "Si llevas a un niño a ver a un animal que se comporta de manera distinta a como lo haría en su hábitat natural, le estarás educando mal". Además de que, dice, "no hace falta ver al animal en cautividad" para saber sobre él. Ejemplo de ello es que su hermano, con 10 años, es un apasionado de los dinosaurios. Aunque nunca los ha visto, "lo sabe todo sobre ellos" gracias a que "tenemos documentales, enciclopedias y muchos recursos para informarnos".
La activista también rechaza que los delfinarios puedan excusarse en la ciencia. "Estudiar a animales encerrados es como estudiar a la humanidad encarcelada; los delfines están grupos de hasta 100 individuos, se comunican en un lenguaje de hasta 300 sonidos que llega a kilómetros de distancia". En los espacios cerrados, sin embargo, "estos sonidos rebotan contra las paredes, crean un eco que les puede volver locos y muchos entran en depresión", advierte.
Más santuarios marinos
Y continúa: "Algunos delfines se autolesionan, dañan a los demás o pueden llegar a suicidarse" denuncia, y rechaza también los trabajos de conservación que puedan hacerse en los delfinarios, ante lo que aboga por crear santuarios marinos. "En España no existe ni uno actualmente", pero "si queremos proteger especies tenemos que crear reservas naturales" y "proteger parcelas de océano". Porque "así no solo se rehabilita esa área, sino también todo su alrededor".
Es más, argumenta, "se ha visto que cuando creas reservas marinas, atraes a fauna de otras partes y la naturaleza revive, porque es así de increíble". Olivia Mandle tiene muchos planes en mente, pero, como recuerda, "yo soy muy joven", por lo que se apoya en "un equipo de científicos que me ayudan muchísimo" para que sus preocupaciones "tengan más credibilidad" y, también, para "no estar sola, porque estas cosas hay que discutirlas con los gobiernos".
Pero estos no son los únicos que deben tomar partido en la carrera contra la emergencia climática. Las acciones individuales importan, tanto que han llevado a la adolescente a publicar un libro en torno a ellas. Sí es cosa tuya (Ediciones B, 2023) invita especialmente a las nuevas generaciones a que tomen conciencia a través de acciones tan cotidianas como pueden ser "no dejar las luces encendidas, aprovechar el agua de la ducha o reciclar".
Con 12 años, creó un artilugio que nos enseña durante la entrevista. Son dos botellas de agua recicladas —"que pedimos a los vecinos, porque en casa no usamos plástico", recalca— unidas a unas medias viejas de ballet que actúan como colador de plásticos que limpia el mar. Su jelly cleaner [medusa limpiadora en castellano] "no es una obra de ingeniería", bromea, pero cuando la lleva a la playa "hay gente que me pregunta y lo que les digo les ayuda a reflexionar". Así, dice, "se acaba generando una cadena de conciencia que realmente puede cambiar el mundo", celebra.