La ecuatoriana María Soledad Villigua —o hermana Soledad— llegó hace apenas un año a la región de Turkana, en Kenia. Una zona habitada, en su mayoría, por pueblos nómadas que lleva décadas enfrentándose a la sequía más extrema que el ser humano se pueda imaginar.
Allí, junto a Manos Unidas, su congregación trabaja para, aunque sea, 'parchear' el efecto directo de la crisis climática: el hambre. Porque sin agua, no hay pastos; sin pastos, el ganado no tiene alimentos; y sin ellos, las personas no tienen que llevarse a la boca.
La hermana Villigua visita ahora Madrid para poner en palabras lo que sus ojos ven cada día: una situación insostenible acuciada por el cambio climático. Ella, al igual que la nueva campaña de concienciación de Manos Unidas, lo llama "el efecto humano". Porque al final lo que sucede en Turkana, cuenta, no es más que el resultado de un calentamiento global que lleva siglos fraguándose a fuego lento.
Para intentar paliar la situación, su congregación, junto a otras oenegés, han creado centros nutricionales en los que alimentan a más de 2.200 niños y niñas de lunes a sábado. Para ellos, "esa es la única comida que hacen y al menos así está garantizada", asegura la misionera. Porque, lamenta, "la mayoría de las familias solo comen dos o tres veces a la semana" y eso, añade, "con suerte".
En Turkana, confiesa, "hay mucha hambre y mucha muerte". Y también, admite, hay mucha "miseria". Porque reconoce que la situación allí va más allá de la pobreza.
Y Villigua lo explica: "Al momento que tú llegas vas viendo las familias que están alrededor de este centro nutricional. Si allí hay un pozo, puedes ver que manualmente comienzan a succionar el agua y pueden llenar un balde y cubrir, más o menos, sus necesidades".
Sin embargo, no todos los centros nutricionales cuentan con un pozo en las inmediaciones. En esos casos, lamenta la misionera, "puedes ver la verdadera lucha por subsistir del ser humano". "Ellos mismos comienzan a cavar su tierra hasta que encuentran un pequeño lugar, donde puede emerger un poquito de agua y con el envase que pudieron conseguir y comienzan a tomar, a sacarla del pozo".
Pregunta: ¿Qué se siente?
Respuesta: Tú [al verlo] dices 'madre santa, qué injusticia, qué desigualdad'. Sobre todo cuando en otros lugares puedes dejar la llave abierta y el agua se desperdicia. ¡Aquí nuestros hermanos tienen que cavar y sufrir para poder tener un vaso de agua!
P.: Su congregación lleva ya más de dos décadas trabajando en Turkana. ¿Cómo se ha ido agravando la sequía en este tiempo?
R.: Yo resumiría que ese 'efecto ser humano' no ha sido para bien, sino que ha hecho mucho mal. Ahora, cuando tú ves que en los ríos solo quedan cauces de arena y de piedra, te preguntas qué pasó con el agua. Pues, se secó por la falta de lluvia.
La hermana Soledad insiste en que "los animales cada vez tienen menos que comer y la vegetación escasea". Además, reconoce que, allí, las consecuencias del cambio climático son obvias y hacen "bastante daño".
Porque, como dice, "la producción de maíz cada vez se reduce más" y ahí, "te das cuenta de que el cambio climático está afectando". Todas ellas, asegura, "son muestras de que el 'efecto ser humano', que es el efecto del cambio climático, está pegando fuerte".
P.: ¿Qué es lo que más le impresionó cuando llegó a Turkana?
R.: Recuerdo una escena que a mí me hizo llorar el resto de la tarde. Ocurrió en uno de nuestros centros nutricionales, donde van niños de 0 a 4 años. Sin embargo, también llegan niñas que ya no tienen derecho a estudiar porque ya están vendidas para que cuando les llegue su primera menstruación se las lleve un hombre, pero están todavía con sus padres. Y ellas llegan a nuestros centros justamente porque en sus casas no tienen comida.
Y ese día vi a una niña con síndrome de Down llegar ahí e irse hacia la parte posterior. Yo la seguí mirando a ver qué iba a hacer. Y cuando la veo, estaba pasando con su dedito por cada plato donde los niños habían dejado sus miguitas, tratando de lamer para llenarse.
Para mí fue un cuadro que me estremeció. El corazón dice 'pero Dios mío, en el mundo, cuánta comida se botará en este momento y esta niña está como un pequeño animalito lamiendo los platos'. Es algo muy, muy duro. Y te das cuenta de que la desigualdad es un abismo gigante.
P.: Tiene que ser muy desesperante, muy frustrante…
R.: Sí, al inicio te da esa sensación, pero a medida que vas comprendiendo, que vas haciendo lo que mejor puedes y tratas de utilizar los recursos que tienes, te das cuenta también que quizás quisiéramos hacer más, pero no podemos. Si tú caes en esa angustia de decir quiero más y no puedo, pues dejarás de ayudar hasta lo poco que puedes. Y eso no puede ser.
P.: Las mujeres y especialmente las niñas son las más afectadas por la emergencia climática y sus consecuencias, como la sequía. Ustedes ven cada día este impacto, ¿cómo lo describiría, cómo es su día a día en Turkana?
R.: En Turkana la mujer no cuenta. O sea, la mujer es simplemente considerada como un objeto para reproducir, para llevar adelante la crianza de los hijos. Ella es la que tiene la obligación de buscar qué llevar a la olla, de ir a buscar el agua y la leña. El hombre se dedica al pastoreo y la pesca. Pero la mujer tiene que hacer la parte más dura y, a la vez, criar a sus hijos y traerlos al mundo.
Un día para una mujer en Turkana, lamenta Villigua, es "un día de sufrimiento". Y concluye: "El pueblo keniano y toda África vivió la esclavitud, pero eso se terminaría en cierta parte, porque la mujer sigue siendo una esclava. Ahora, del marido de su propia etnia".