Ansiedad, depresión, esquizofrenia, trastorno bipolar, estrés postraumático, alteraciones de la conducta alimentaria o adicciones… Son términos referidos a la salud mental que ya casi todos conocemos pero que, sin embargo, durante mucho tiempo han permanecido en el completo anonimato. Era algo que muchos sentían, pero a lo que nadie ponía nombre ni atención.
Durante mucho tiempo, los problemas de salud mental se han mantenido como un secreto bajo llave. Nadie se atrevía a expresar su dolor. Era algo inconcebible. Llorar de dolor por la rotura de un hueso estaba bien. Llorar por estar deprimido, no tanto. Por suerte, la tendencia está cambiando.
Cada vez es más frecuente que la gente hable de la salud mental. En una conversación típica en la terraza de un bar, en una reunión entre amigos, ya no resulta extraño que alguien hable sobre su visita al psicólogo. O que simplemente haya sufrido por tener una mala semana anímicamente hablando. O que sufre ansiedad por la excesiva presión a la que se somete en el trabajo.
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Indagar, comprender y revisar nuestros problemas de salud mental es algo que cada vez busca más gente. Pero en este sinuoso camino, no siempre sabemos dónde está el límite. No sabemos cuándo debemos pedir ayuda. Dar ese sencillo paso no siempre es fácil.
Cristian Llach, médico especialista en psiquiatría, sabe algo de ello. Cofundador de la Asociación Babu, que investiga la salud mental en países en desarrollo, y exmiembro de la junta directiva de la Sociedad Española de Residentes de Psiquiatría, considera que es fundamental liberarse de los “antiguos tabúes y estigmas” y pedir ayuda cuando se intuye "que algo no va bien".
Por ello, ha escrito su primer libro, En el laberinto: Guía ilustrada de psiquiatría (Ariel, 2023), que busca que se convierta en una “herramienta útil para lograr un mayor entendimiento de la psique humana y una mirada más empática hacia todas aquellas personas por un trastorno psiquiátrico y su entorno”.
Casi mil millones de personas en el mundo sufren algún trastorno mental según la Organización Mundial de la Salud (OMS). ¿Nuestra salud mental está peor o es porque se habla más y se diagnostica más?
Como cualquier problema complejo, la respuesta no es sencilla y en ningún caso dicotómica. Hay parte de verdad en las dos afirmaciones. La segunda es evidente; el sesgo diagnóstico en salud mental ha pasado de negativo a positivo, ya que cada vez se debilitan más los tabúes y el estigma tradicional y, a la vez, hay una estructura sanitaria pública, más accesible y mejor formada para identificar problemas, diagnosticar y ofrecer soluciones. Pero hablemos de tu primera suposición.
¿Cómo podríamos argumentar que la salud mental actual es peor que la de las generaciones pasadas? La biología de las personas no ha cambiado; lo que ha cambiado son los factores socioculturales que nos rodean. En relación con esto, es clave entender que las personas viven, trabajan y, en definitiva, se motivan y movilizan según su sistema de expectativas: qué es lo que uno quiere o espera de su futuro.
Este sistema puede llegar a tener más peso en nuestra salud mental que el bienestar objetivo en el que vivamos. Es por eso por lo que nos alegramos tanto cuando alguien nos regala algo que no nos esperamos y, en cambio, relativizamos la sorpresa que nos produce viajar a un país del que nos ha llegado mucha publicidad y del que hemos generado muchas expectativas. Hay una realidad, pero el cerebro la interpreta a su manera.
Entonces, ¿en qué nos diferenciamos de las generaciones anteriores?
En general, las generaciones pasadas crecían pensando que tendrían un futuro difícil y han acabado teniendo una vida mejor de la que esperaban. Sobre todo, los abuelos, pero también los padres. Con las generaciones actuales ocurre lo inverso: crecen pensando en un futuro brillante, que después no se cumple.
Los siete puntos para entender el empeoramiento de la salud mental actual, según Llach
- A la generación actual se le ha dado acceso a unos estudios superiores que después el sistema laboral no absorbe.
- De manera relacionada, este sistema laboral está cada vez más enfocado al sector terciario y organizado en torno a las grandes metrópolis. Esto incentiva hábitos sedentarios que, según toda la evidencia científica disponible, se asocian por varias razones a una peor salud mental.
- Desde que son pequeños, a la generación actual se les hace pensar que son capaces de llegar a conseguir lo que quieran y de hecho ven, a través de las redes sociales, que es sencillo conseguirlo. El problema es que estas redes sociales están terriblemente sesgadas hacia lo que uno quiere mostrar al entorno. En consecuencia, en el inconsciente se va cultivando la idea que, si uno no llega a una meta elevada, es porque ha fracasado.
- Las redes sociales, las pantallas, los juegos que ofrecen premios inmediatos, la comida rápida, la pornografía, las sustancias adictivas como el tabaco, el alcohol o el cannabis, entre otros elementos, cada vez más disponibles a edades más tempranas, destruye, sabotea, o hackea, nuestro sistema cerebral de recompensa. Esto quiere decir que los neurotransmisores del placer se recalibran y pierden la capacidad para sustentar nuestra felicidad a largo plazo, en pro de descargas de placer rápidas e intensas.
- Los vínculos humanos, globalmente, se han debilitado, y el sistema social avanza hacia una mayor autonomía individual. El documental La teoría sueca del amor (Erik Gandini, 2015) da un magnífico ejemplo de ello. Esto repercute en un menor apego al presente y una mayor atención al futuro y al ámbito laboral.
- El estilo de crianza es más irregular e inconsistente, ya que los padres están más enfocados al ámbito laboral y externalizan muchas de sus responsabilidades. Esto significa que estas generaciones no disponen de ningún ejemplo firme a seguir y, por tanto, caen más fácilmente en los puntos anteriormente descritos.
- Finalmente, hay determinantes de tipo socioeconómico que también son importantes; por ejemplo, un menor acceso a vivienda respecto al que tenían los padres. Esto se descubre o experimenta una vez se llega a la adultez y a veces significa tener que seguir viviendo con unos padres, algo que puede truncar los proyectos personales de vida.
Psiquiatría y psicología, ¿lo mismo?
Aunque parezca obvio, muchos no lo tenemos tan claro. ¿Cuál es la diferencia entre psiquiatría y psicología?
La psicología es una rama de la ciencia que se encarga del estudio de la mente desde todos los puntos de vista posibles: su esencia, estructura, la relación con el cuerpo, la sociedad, etc. La psiquiatría, por otro lado, es una rama de la medicina que estudia los trastornos mentales: causas, diagnóstico, prevención y tratamiento. Una manera de decirlo sería que la psicología estudia el funcionamiento de la mente saludable, y la psiquiatría, el de la mente enferma.
Obviamente, esto implica que los psiquiatras son graduados en medicina, mientras que los psicólogos son graduados en psicología. Es cierto, sin embargo, que hay una parte de ellos, los psicólogos clínicos, que atienden pacientes con trastornos mentales. Hoy en día son los especialistas de la psicoterapia. Los psiquiatras, aunque también hacen psicoterapia, se encargan del resto de los tratamientos (prescripción farmacológica, cuidado médico, terapias físicas, etc.).
De salud mental se habla mucho, pero no tanto de psiquiatría, que es una palabra a la que seguimos teniendo mucho miedo. De hecho, se asocia con las enfermedades más graves, ¿por qué deberíamos hablar de ella?
En efecto, la psiquiatría se ocupa tradicionalmente de las enfermedades mentales más graves, en las que está indicado usar fármacos, en este caso, los psicofármacos, entre otras terapias. La cuestión es que, a causa de varios factores, el consumo de psicofármacos se ha disparado en los últimos años.
Según los datos de un informe del 2020 del Sistema Nacional de Salud, el 34,3% de las mujeres y el 17,8% de los hombres de más de 40 años ha retirado al menos un envase de antidepresivo, ansiolítico o hipnótico/sedante durante el año 2017.
¿Y en los menores de 40 años?
También está habiendo un incremento en el consumo de dichos fármacos. El empoderamiento en los conceptos básicos de la salud mental y, también, de la psiquiatría, es clave para tomar decisiones conjuntas con un profesional de la disciplina, y será importante si queremos reducir esta tasa de consumo de psicofármacos.
Más allá de eso, profundizar en la psiquiatría es una oportunidad para entender mejor el funcionamiento del cerebro y la psique humana. De nosotros mismos. Es terriblemente interesante desde un punto de vista científico, filosófico, histórico…
Precisamente, en tan sólo 20 años el consumo de antidepresivos ha crecido un 249%, ¿considera que hay una sobremedicación entre los pacientes?
Efectivamente, lo creo. Para evitarlo, tendríamos que abordar los puntos de los que te hablaba en la primera pregunta que me hiciste. Como encarar estos temas desde los ámbitos político y social es increíblemente complejo y caro, tiramos de psicofármacos. Algunas personas, sin lugar a duda, los necesitan para solucionar alteraciones cerebrales determinadas. Pero, para la mayoría de la población, funcionan como unos parches, que son muy útiles, pero al fin y al cabo son parches. Y algunos de ellos con ciertos efectos secundarios.
Una de las vías para cambiar ese paradigma sería aumentar el acceso a psicología clínica, por ejemplo, contratando más psicólogos en el sistema público. Es algo que hace años que se reclama desde todos los sectores de la salud mental.
Y otra manera de abordar los puntos que te comentaba sería aumentar la health literacy o alfabetización en salud de la población, sobre todo en salud mental. De nuevo, empoderar a los ciudadanos en este campo mediante estrategias de divulgación y comunicación. Y con este objetivo aterriza mi libro, para aumentar esa alfabetización en salud mental, en cómo se diagnostica hoy en día, qué tipo de trastornos existen, cómo se tratan, entre otros asuntos.
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¿Cómo colaboran entre psiquiatra y psicólogo? ¿Hace falta una mayor cooperación?
La colaboración es continua, al menos en el entorno donde me formé, en la sanidad pública y, específicamente, en el Hospital Clínic de Barcelona. Siempre comentamos los casos que compartimos con la idea de coordinarnos mejor y aportar un mayor beneficio al paciente. Sin embargo, siempre hay campos de potencial mejora. Por ejemplo, en muchas unidades de hospitalización, donde se ingresan pacientes con trastornos agudos, hay muchos psiquiatras y, a veces, ningún psicólogo. De nuevo, hacen falta más psicólogos en el sistema, no dejaré de insistir en ello.
Ansiedad y depresión
La ansiedad y la depresión son los dos trastornos mentales con mayor prevalencia en nuestro país. Según un informe del Ministerio de Sanidad de diciembre de 2020, el trastorno de ansiedad es el problema de salud mental más frecuentemente registrado en las historias clínicas de atención primaria, afectando al 6,7% de la población con tarjeta sanitaria —unos 2,4 millones de personas—. “Es un problema con frecuencia relativamente estable entre los 35 y 84 años”, indica el documento.
Por su parte, el trastorno depresivo aparece en el 4,1% de la población y la cifra se va incrementando con la edad. El síntoma más frecuente en este aspecto es el trastorno del sueño, un problema que afecta al 5,4% de la población española, especialmente entre las mujeres (un 15,8% de las mujeres frente al 5,1% de los hombres).
Mucha gente sufre ansiedad y depresión en España, ¿cómo se ve desde el punto de vista psiquiátrico?
Parte de esa ansiedad y tristeza pueden constituir síntomas aislados, leves y pasajeros. Pero otra parte de ellos formará parte de un síndrome más amplio y es posible que afecte al funcionamiento de la persona en los ámbitos personal (por ejemplo, a la hora de acudir a la clase de baile que siempre me ha gustado), social (a la hora de cuidar mis relaciones interpersonales) o laboral (a la hora de cumplir con mis objetivos en el trabajo). En este punto, especialmente si el problema se arrastra durante varias semanas, es cuando hablamos de trastorno psiquiátrico.
Desde el punto de vista psiquiátrico, ¿cómo es posible calmar la ansiedad?
Si la ansiedad alcanza el rango de trastorno de ansiedad, hay varios tipos de tratamientos para abordarlo. La psicoterapia es una herramienta eficaz; debe estar individualizada para cada caso, pero en general la de tipo cognitivo-conductual es la que tiene más evidencia científica. Al mismo nivel de eficacia, pero con diferentes características, encontramos el abordaje psicofarmacológico: moléculas como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina o las benzodiacepinas pueden resultar de utilidad.
Todo va a depender del patrón de ansiedad y de las características de cada persona; de su análisis se encarga el profesional de la salud mental. Pero, de nuevo, habría que incidir más en la promoción de salud y en la prevención de los trastornos.
Habla en el libro de empoderar en salud mental, ¿cómo se llega a ello? ¿Cómo podemos mejorar nuestra salud mental?
Lo más recomendable es actuar a nivel de promoción de salud mental y prevención de trastornos. ¿Cómo? Tomando consciencia de los puntos que te he comentado en la primera pregunta y, de nuevo, aumentando la alfabetización en salud mental, una de las partes esenciales del empoderamiento en el mismo campo.
Esta alfabetización, por sí misma, puede calmar parte de la ansiedad, esa que surge de la desorientación. Pero, a la vez, conlleva la adopción de estrategias sencillas para mejorar la salud mental, como una alimentación adecuada, ejercicio físico regular, el cuidado de las relaciones sociales, evitar sustancias adictivas, un exceso de pantallas y todo aquello que nos aporte una recompensa inmediata, etc. Hay muchísimas maneras de conseguirlo y, en definitiva, es un camino que vale la pena recorrer.