En la Grecia clásica, “la filosofía surgía en las ciudades grandes y ricas […]. No obstante, la escuela de Aristóteles no se encontraba en la corte macedonia, ni en las prestigiosas zonas residenciales de Atenas, ni tampoco en el ágora. El filósofo prefería dar sus famosas charlas en un parque”. Así lo explica el filósofo australiano Damon Young (Melbourne, 1975) en su libro Filosofía en el jardín (Ariel, 2023).
Porque la naturaleza siempre ha sido una pieza clave en el pensamiento humano, y también en la escritura. Por eso, el filósofo, que atiende a ENCLAVE ODS por Zoom, en pleno invierno austral, desde su casa en su país de origen, vive fascinado por las diferentes respuestas que pensadores y escritores han tenido a lo largo de la historia ante la visión de la naturaleza. Ya fuera esta, matiza, en su “forma más salvaje” u “ordenada y delimitada” por el ser humano, como es el caso de los jardines.
Para Young, la “naturaleza controlada” tiene algo que hace que nuestra creatividad florezca. Dice, además, que es algo sencillo de entender: “Un jardín no es más que la manera en que la humanidad se inserta en la naturaleza, la humaniza”. Y es que, asegura, “la esencia humana está reflejada en los jardines como no lo está en otras cosas creadas por humanos”.
El filósofo lo explica: “¿Dónde está la humanidad en este micrófono que hace que me escuches? La mano que lo ha creado no está, es invisible. Y así es como funcionan los productos: los materiales que se utilizan y la mano de obra que los crean desaparecen, el sistema capitalista los borra”.
Ese es uno de los motivos, dice, por el que “damos por sentado” la naturaleza; es algo que “simplemente está ahí”. Sin embargo, “en los jardines, tenemos unas piedras, hierba, árboles que son manifiestamente parte de la naturaleza, pero que obviamente han sido humanizados. Y podemos ver nuestros propios patrones en la forma en que se agrupan, en sus pequeñas colinas o arroyos”.
Por eso, zanja, “los jardines expresan nuestras relaciones con nosotros mismos y con la naturaleza, y eso es una invitación muy poderosa al pensamiento y al arte”. En ellos, los “mensajes filosóficos que viven a nuestro alrededor” se convierten en “sensuales, brillantes y hermosos”. A veces, asegura, “incluso en peligrosos de una manera que es muy atractiva”.
La cuna de la existencia
Young reivindica que “cuando vas a un jardín se produce una especie de transformación, porque de repente te enfrentas a esta visión de lo que es existir”. Algo que, dice, cree “muy poderoso”. Y es que no hay dos jardines iguales y no todos representan lo mismo: “El jardín de piedra en Japón, el Karesansui, es tan jardín como el que tenemos en una casa, pero son dos visiones radicalmente diferentes de lo que significa la existencia”, concluye.
En las sociedades occidentales, la forma de entender los jardines –o, lo que es lo mismo, “el existir”– tiene mucho que ver con Platón y con los filósofos clásicos. Pero también, insiste Young, en la tradición europea, muy marcada por la Biblia, nos encontramos con el Edén con “esa noción del paraíso de que en un jardín encuentras toda la vida, el dinamismo y la dulzura de la naturaleza, sin ninguna de las espinas, sin el parto, sin el dolor, sin el hambre”.
Algo que, asegura, en realidad bebe de la cultura persa y que dibuja el jardín ideal como un “mar verde” cuya “belleza no entraña ningún peligro”. Es un lugar “seguro”, “controlado”, “amurallado”. En definitiva, la noción primigenia europea de los jardines es el Edén. Y así se traslada hasta nuestros tiempos, donde, explica, “el jardín es una hermosa fantasía de cómo podría ser la vida, pero, por supuesto, no lo es”.
Fuente de inspiración y de horror
Jane Austen, Marcel Proust, Leonard Woold, Friedrich Nietzsche, Jean-Jaques Rousseau, George Orwell, Emily Dickinson, Nikos Kazantzakis, Jean-Paul Sartre y Voltaire utilizaron los jardines como fuente de inspiración. Su manera de respirarlos, entenderlos y usarlos en provecho propio son notables –y Filosofía en el jardín ahonda en ello–. Algunas de las mejores ideas o textos producidos por el ser humano nacieron y florecieron en estos espacios delimitados de naturaleza controlada.
Para Young, una de los mejores cultivos manados de un jardín son los poemas de la estadounidense Louise Glück, quien, por cierto, es jardinera. Ese detalle, dice el filósofo, es lo que hace que sus poemas no solo sean hermosos “por derecho propio”, sino también “ciertos”. “Solo una jardinera podría retratar la muerte y el renacimiento de una dietes –o wild iris, en inglés, como se titula el texto– con tanta belleza. Es una imagen poderosa, creas o no en el sentido literal del renacimiento después de la muerte”.
Para Voltaire, continúa el australiano, Francia era el jardín que tenía que cuidar. Por eso escribió aquello de "cuida tus viñas y aplasta el horror". “El horror era la iglesia, el Estado, y cuidar las viñas significaba que tenías que cuidar el país que te dan y dejarlo mejor de como lo encontraste”, explica.
Y matiza: “Suena revolucionario, pero es una visión muy humilde y hermosa de cómo cuidar el lugar en el que vives, hacerlo fructífero”. Esta idea de “cuidar tu jardín”, que nace de una Ilustración “supuestamente austera e hiperracionalista”, es “una noción bastante humilde de lo que significa vivir una buena vida”.
Mas los jardines no solo acogen rosas; en ellos también habitan sus espinas. Y, para Young, la mayor espina es la historia del Edén. “Fue Paul Ricoeur, el filósofo, quien habló del mal en el Jardín del Edén y de la naturaleza dual del mal, que entra en nuestras vidas a través de una elección, pero ya está en el jardín antes que nosotros”.
La manzana, la serpiente y Eva son, dice el filósofo australiano, una simbología muy potente. Pero, “¿por qué Eva tiene que ser quien, supuestamente, causa el mal” si este ya estaba presente, antes, en el jardín. Algo así de sencillo, como introducir a Eva de esa manera, es lo que “provoca que literalmente durante miles de años se atribuyan ciertos tipos de males a las mujeres”.
Y así, dice, se destruye la belleza del Edén, porque queda relegado a “tan solo una historia horrible y misógina”. Y explica la sensación que le produce y lo que le lleva a catalogarla como el “por germen” de un jardín: “Hace que Eva sea ladina y retorcida, y encima la convierte en secundaria, porque sale de la costilla de Adán, no la creó Dios. Es la idea más asquerosa que ha salido de un jardín, la verdad.
La vida no es un jardín
Young creció cerca del mar, en una casa rodeada de “naturaleza salvaje y peligrosa”, pero también de un “jardín que se encontraba entre lo salvaje y lo doméstico”. Eso, cuenta, le hizo entender que “hay cierto dinamismo en esa naturaleza enfrascada; suceden cosas: hay pájaros, animales, cosas que crecen, pero estás a salvo, no estás amenazado, aunque está sucediendo lo suficiente como para que sea estimulante”.
Así, confiesa, comenzó su obsesión por estos espacios tan comunes y, a la vez, tan lejanos. “Vivo de alquiler, así que nunca en mi vida adulta he podido cultivar realmente un jardín correctamente. Hemos cultivado verduras en macetas. En algunas casas hemos tenido suerte de tener jardín, y poder cultivar, en otras no. Pero nunca he podido tener un jardín como es debido, porque alquilar en Australia significa esperar constantemente la carta del correo que diga que te vas”, explica.
Pregunta: En países como España, donde lo común es vivir en bloques de edificios, hay quien nunca ha tenido tan siquiera un jardín de pequeño. ¿Qué nos estamos perdiendo?
Respuesta: Nos lo estamos perdiendo literalmente todo, porque muchas personas no pueden tener jardines, incluso aquí en Australia. Pero también en sentido figurado perdemos cosas, porque la naturaleza precaria del trabajo y la vivienda nos impide cuidar de nuestras enredaderas, de las plantas, en todos los sentidos. Y no queremos llegar a un punto en el que, una vez más, los jardines sean solo un lujo para ricos, ¿no?
Young insiste en que, “dejando a un lado la necesidad de tener una vivienda estable y segura, lo cual es muy importante, a menudo depende del Estado proporcionar espacios verdes, jardines comunitarios, etc. donde cultivar y cultivarnos”.
P.: ¿Qué podemos hacer como individuos?
R.: Hay toda una generación de personas a las que les encantan las plantas en macetas, quienes, como Proust, observan su planta crecer. Él tenía un bonsái, ellos igual tienen una monstera. Realmente hay una apreciación maravillosa de las plantas en macetas. Y eso está bien, es saludable, es un remedio para nosotros. Y nos ayuda, pero, en general, nos enferma estar en constante en movimiento sin una perspectiva, preguntándote si el casero te echará, o si tu empresa se irá al extranjero.
El mundo, nuestro jardín
Los jardines, asegura Young, “son un camino hacia la riqueza filosófica y las profundidades estéticas, pero no son el único”. Y prueba de ello, indica, es el caso de Jean-Paul Sartre, a quien la simple visión de un árbol “le daba náuseas”.
Pero eso no quiere decir, explica, que los jardines no sean vitales para explorar la creatividad humana. “Más gente, con más frecuencia, debería poder disfrutar de los jardines, porque es bueno para nuestro estado de ánimo y nuestra creatividad”, asegura el filósofo.
Aunque lo que él reivindica es que la gente “tenga tantas opciones como sea posible en todo: debería poder leer los libros que quiera sin tener que gastar todo su dinero, o salir a correr sin preocuparse por su seguridad o por ser atropellados por un automóvil, o pasear por un jardín y oler los naranjos sin tener que ser dueños de grandes propiedades”.
P.: Se puede decir que el planeta es un jardín al que hemos descuidado durante años.
R.: Creo que mucha gente sabe cómo cuidar el planeta, es solo que están luchando contra personas a las que no les importa. Y no me refiero a la gente común. Me refiero a las empresas que ganan mucho dinero de, de forma muy deliberada, destruir la capacidad de nuestro planeta para sostenernos a nosotros o a otros tipos de vida. Es ecocidio con fines de lucro.
P.: ¿Nos puede ayudar la filosofía a cambiar la situación, a cuidar del planeta?
R.: Ayuda tener buenas ideas y a valorar la naturaleza de forma intrínseca en lugar de simplemente cómo puede servirnos; es un buen comienzo. Pero creo que necesitamos volver a los inicios, a crear nuevos sistemas de valor que no puedan reducirse al valor de cambio y, por lo tanto, al beneficio. Y hay grandes obras sobre filosofía ambiental que lo recogen. Como también las hay sobre el comunitarismo y sobre cómo tratar de superar este sistema en el que un grupo muy pequeño de personas se beneficia de la miseria de todos los demás.
Por desgracia, asegura Young, todo lo que ya se ha dicho y pensado no es suficiente. Y confiesa: “Ojalá tuviera una respuesta, pero cuando hablamos de ecosistemas me siento profundamente impotente: a veces quiero ideas afiladas y otras solo quiero una guillotina afilada”. La filosofía, tal vez, nos guíe en el camino hacia ese mundo más humano que la Tierra necesita.