Isabella Tree, la sabia de la naturaleza que recuperó "el Serengueti europeo" en una antigua granja británica
La periodista y escritora lleva 20 años 'asilvestrando' una finca de 3.500 acres que su marido heredó "en las últimas" y que ahora está llena de biodiversidad.
25 junio, 2023 02:07Cuando Isabella Tree (Dorset, 1964) y su marido, Charlie Burrell, heredaron el Knepp Estate, una finca agroganadera de 3.500 acres (más de 1.416 hectáreas), en 1987, vieron cómo su mundo dio un vuelco. La granja que llevaba dos siglos en la familia Burrell se encontraba al borde del colapso, pero ellos resistieron.
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Durante casi 17 años, cuenta Tree a ENCLAVE ODS desde West Sussex, intentaron que fuese rentable. Pero se encontraba sobre un “terreno muy marginal, situado sobre un barrizal, y era inviable tener una explotación agraria rentable en esas condiciones”. Por eso, ya a finales de los 90 empezaron a plantearse dejar de labrar la tierra y buscar nuevas alternativas.
Ahora, el Knepp Estate ya no es un paraje inhóspito, resultado de décadas de agricultura y ganadería lechera intensiva. Si no, más bien, un páramo frondoso, copado por una biodiversidad que llevaba desaparecida años de Inglaterra. Todo gracias a un viaje –más metafórico que físico– que Tree retrata en Asilvestrados (Capitán Swing, 2023), el libro que recoge cómo la finca salió de la UCI y se convirtió en el Serengueti de Reino Unido.
Asilvestrar o no asilvestrar
El matrimonio, al ver que las pérdidas de la granja familiar eran ya inasumibles, empezó a buscar opciones que les permitiesen quedarse “con el terreno y sacarlo a flote, pero en harmonía y equilibrio con la naturaleza, no en batalla constante con ella”.
Así, explica Tree, se toparon con la renaturalización –ese ‘asilvestrar’ del que habla en su libro– que ya en el año 2000 proponía el ecologista neerlandés Frans Vera en su ensayo Grazing Ecology and Forest History (en español, ecología del pastoreo e historia forestal.
“Revolucionó la manera en que los ecologistas entienden la gestión de la tierra en toda Europa. Y para nosotros fue toda una revelación”, asegura Tree. La escritora y periodista de viajes explica su idea: “Si tienes unos suelos completamente mermados –no hablo de zonas con una biodiversidad rica, sino de tierras que están destrozadas, en las que se ha abusado de los químicos y no tienen ningún valor natural que recuperar–, puedes introducir unos drivers” que harán que la naturaleza renazca.
Estos, dice, consisten en “restablecer sistemas de aguas dinámicos, dejar que la vegetación se recupere, crezca, permitir que los árboles y arbustos se regeneren de manera natural…”. Entonces, cuenta con un hilillo de ilusión en la voz, cuando se permite que la naturaleza rebrote, se da un “momento mágico”: “Se introducen en la finca animales que pastan libremente, grandes herbívoros que imitan los procesos y perturbaciones que las grandes manadas de animales producen en los pastos”.
Así, se recupera un atisbo de lo que Vera ya apuntaba en el año 2000: “En el pasado, Europa se parecía más al Serengueti que al tipo de bosque frondoso que tenemos en la mente”. Porque, en nuestro continente, cuenta Tree, “lo más probable es que hubiese grandes manadas de animales rondando y pastando, desde uros hasta tarpones, jabalíes, uatipís o ciervos canadienses, venados, renos, castores… millones de animales que interactuaban con la flora para crear unos hábitats en forma de mosaico muy complejos”.
Lo más importante a la hora de asilvestrar o renaturalizar un terreno, explica Tree, es controlar el número de animales que pastan libremente: “No quieres demasiados, pero tampoco quedarte corto”. Pero, sugiere, “en la cantidad adecuada, realmente estimulan la creación de hábitats”.
Y es que, explica la escritora, una vaca puede transportar más de 200 tipos de semillas diferentes en su tripa, en sus cascos y en su pelaje. “De la que se mueve de un lado a otro de la finca, las lleva consigo y las va dejando a su paso”, dice. La manera en que la vaca pisotea el suelo, o los toros crean fosos, o cómo golpean las ramas con los cuernos, crea “perturbaciones”, “pequeños nichos en los que la vida puede entrar y colonizar la tierra”.
Los estertores de los cerdos, por ejemplo, también ayudan a que la tierra se abra para que los insectos y las plantas la colonice. ”Todos esos animales que chapotean en los márgenes de los ríos y estanques crean unas zonas caóticas en las que la vida salvaje encuentra nuevamente la interconexión con la tierra y emergen nuevos hábitats”, concluye.
Ese sistema de regeneración natural de ecosistemas es algo que, insiste Tree, no tenemos en Europa, “ni siquiera en nuestras reservas naturales, que son estáticas y caras de gestionar”. Y matiza: “Es verdad que han salvado millones de especies de la extinción, pero no evolucionan de manera natural”.
Pregunta: Un proyecto de renaturalización como el suyo, ¿es compatible con la agricultura y la ganadería? Porque habrá quien se pregunte si puede asilvestrar su granja.
Respuesta: Hay mucha polarización al respecto, especialmente entre los granjeros británicos. Existe mucho rechazo por parte de la Unión Nacional de Granjeros hacia la renaturalización porque dicen que traerá consigo inseguridad alimentaria.
P.: ¿Más que las prácticas intensivas?
R.: Es que la que no es segura es la agricultura y ganadería convencional. Tenemos que transformar el sector para que sea regenerativo si queremos preservar nuestros estilos de vida, recuperar nuestros suelos y procurar una producción de alimentos para las generaciones futuras.
P.: ¿Cómo definiría la renaturalización para quienes no la ven compatible con el mundo agrícola?
R.: La renaturalización es el sistema de soporte vital de la producción agroalimentaria, porque ayuda a restaurar los niveles freáticos, a limpiar las aguas que circulan por la granja, o a contener el agua en momentos de inundación. Porque la naturaleza funciona como una esponja. Además, puede producir todos los insectos necesarios para controlar las plagas sin necesidad de usar pesticidas.
Se sabe que las áreas renaturalizadas en las granjas, aunque solo sea en franjas alrededor de los campos de cultivo, aumentan el tamaño de las cosechas. Pero es que las zonas renaturalizadas también funcionan como microclimas que protegen la producción de alimentos de las tormentas, los fenómenos meteorológicos extremos, las sequías y todas esas cosas que el cambio climático nos lanza.
El ‘experimento Knepp’
La finca Knepp ha pasado, en dos décadas escasas, de ser un terreno al borde del colapso a convertirse en las tierras más fértiles y más ricas en biodiversidad de Reino Unido. El viaje ha sido duro y laborioso, según Tree. De ser un lugar sofocado por una ganadería intensiva y un uso del suelo devastador, Knepp se ha transformado en un remanso de paz donde ver la fauna y flora salvaje o pasar unos días de desconexión en una de sus cabañas.
El primer paso de este trayecto no está del todo claro. “Llevamos a cabo varias fases de renaturalización”, explica la periodista británica. Empezaron, poco a poco, devolviendo la biodiversidad a pequeñas franjas de terreno, “de 300 acres en 300 acres” —1 acre es, aproximadamente, 4047 m²— y frenaron su explotación agraria por completo. En su momento, plantaron flores y plantas salvajes, aunque ahora Tree reconoce que no lo volverían a hacer: "Si la dejas en paz, la naturaleza renace".
Eso sí, confiesa, lo que realmente les llamó la atención es que, en “relativamente poco tiempo”, la finca se llenó de insectos. “Como granjeros, es raro ver tantos saltamontes o mariposas; fue un alivio ver que venían solos”. Poco a poco, fueron incorporando animales como ciervos para pastar libremente. “La vegetación colonizó la finca rápidamente y le devolvió la vida”.
El tamaño no importa
Este sistema de dejar que la naturaleza “colonice” las tierras, explica Tree, funciona también en otros tipos de áreas. “Cualquier puede hacerlo”, insiste. Eso sí, si el tamaño del lugar es muy pequeño, “tendrás que ser más creativa al hacerlo”. Pues, matiza, habrá que controlar mucho mejor a los animales que pastan libres, y tal vez considerar no tenerlos durante todo el año removiendo el terreno.
En terrenos verdaderamente pequeños, “en 40 acres de tierra, por ejemplo, no podrás tener herbívoros merodeando, y ahí tendrás que intervenir un poco más, removiendo la tierra de vez en cuando como si fueras un animal salvaje”.
Es algo, asegura Tree, que se puede hacer incluso en las ciudades. “Tanto en parques y jardines como en callejones y aceras”, añade. Y explica: “No es tan complicado crear un corredor natural que conecte diferentes parques de una ciudad como Londres, por ejemplo”.
La escritora hace hincapié en los esfuerzos que tanto la capital británica como París están realizando para reverdecerse y recuperar la fauna y flora. “¡Hemos recuperado los ruiseñores en algunos parques!”, exclama.
¿Cuestión de dinero?
Tree asegura que, además, estos procesos de asilvestramiento o renaturalización no son costosos. Y que, incluso, “podría ayudar a las ciudades a ahorrar dinero”. A las granjas, además, les ayudaría a capear los temporales y las vacas flacas.
Para ella y su marido la renaturalización de la finca supuso un gran alivio económico. “Estábamos contra la espada y la pared, estábamos a punto de perderlo todo”, se sincera. Y desde hace 20 años, asegura, han tenido siempre ingresos. “Y eso que cuando empezamos la granja estaba a pérdidas”.
Eso sí, confiesa que a veces los beneficios económicos han sido mayores que otras. “También recibimos una financiación estatal por todos los servicios ecosistémicos gratuitos que nuestra finca proporciona a la zona”. El camping, el glampling, su pequeña tienda y los safaris que llevan a cabo en la antigua granja durante seis meses al año, explica, les revierten con unos ingresos de un millón de libras anuales, con un margen del 20%.
Además, cuenta, le sacan partido a las infraestructuras ganaderas y agrícola que antes les “costaba una fortuna mantener y no daban nada en retorno”. Y es que las han transformado en espacios de coworking y oficinas, almacenes y trasteros en alquiler. “Las empresas que nos alquilen dan trabajo a cerca de 200 personas”, indica. Algo que también hace que las zonas rurales aledañas se llenen de vida.
Ellos mismos, en la finca, son 50 personas, mientras que cuando funcionaban como granja solo contaban con 23 trabajadores.