Cristina Linares (Madrid, 1977) es científica titular y codirectora de la Unidad de Referencia en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III. La Unidad se creó en 2011. Antes formaba parte del Centro Nacional de Epidemiología.
Asesora a la OMS en impacto de temperaturas extremas –lo que son las olas de calor y frío– y forma de parte del grupo de trabajo de evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).
Ella, como tantos científicos, se sentía como Casandra, que tenía el don de la profecía y el castigo de no ser creída. Lleva muchos años alertando sobre las consecuencias del cambio climático en la salud de las personas, pero, como dice, “hasta que no ocurren, como este verano, no te prestan atención”.
[La contaminación nos empuja a un planeta inhóspito. El verano que se nos cayó la venda (V)]
¿Cuál ha sido el balance de este verano tan tórrido?
Al menos ha servido para demostrar que el cambio climático es real y tiene unos efectos demoledores. No solo las olas de calor, sino las inundaciones y los incendios. En España se han quemado 93.000 ha. El primer país de la Unión Europea.
¿Cuántos muertos ha habido este año por olas de calor en España?
Atribuibles a las olas de calor, en torno a 4000 personas. La mitad de ellas en el mes de julio que es cuando más intenso ha sido.
¿Otros años es menor?
Sí, mucho menos. Mil y pico al año.
¿Las olas de calor van a aumentar tanto en frecuencia como en intensidad?
Sí. No quiero decir que el año que viene sea igual o más extremo que este, pero sí que, en conjunto, estos fenómenos van a ir aumentando en intensidad y frecuencia.
¿Cómo afecta el cambio climático a la salud de las personas?
El cambio climático no crea nuevas enfermedades. Lo que hace es amplificar y redistribuir las que ya existen. Por redistribución nos referimos a cómo se establecen en otras latitudes nuevos vectores de transmisión de enfermedades tropicales que antes no había, como mosquitos –el mosquito tigre en el sur de Europa– y garrapatas.
De hecho, en España ya se están notificando brotes de enfermedades que antes eran importadas: dengue, chicungunya, el zika, la enfermedad de Lyme e incluso la malaria.
¿El cambio climático supone una amenaza para la salud pública?
Efectivamente. Aparte de la mortalidad y morbilidad que se ve incrementada con las olas de calor, de frío y el aumento de contaminación atmosférica, el cambio climático aumenta las tasas de enfermedades que ya tenemos, sobre todo de causas circulatorias y respiratorias. Aumenta también la presión sobre el sistema sanitario
¿Cuáles son los retos para la salud pública?
Primero, tener un sistema de vigilancia y de monitorización que nos permita cuantificar qué presión se ejerce sobre el sistema sanitario y, por otra parte, poder hacer frente a esos impactos.
Por ejemplo, todo el mundo sabe que las olas de calor aumentan el golpe de calor, pero este no es lo que más contribuye a la mortalidad. Aumentan y se agravan las enfermedades nefrológicas.
¿Las temperaturas altas también influyen en la salud mental?
Sí. Las personas ya diagnosticadas de una enfermedad mental pueden tener más brotes por una desestabilización debido a una ola de calor. Se descansa mal porque las temperaturas mínimas son también muy altas y se exacerban los estados de irritabilidad.
También influye la posición socioeconómica de las personas. Ser pobre mata. Eso lo saben todos los médicos. Cuanto menos acceso tienes al sistema sanitario, menos educación y menos posibilidades económicas, menos puedes tratarte. Además, peores son las condiciones de tu vivienda.
¿Las zonas verdes son importantes?
Ofrecen lo que se denomina un refugio climático. Aparte de influir en el bienestar psicológico –que sea un entorno más agradable, que te apetezca salir a pasear, etc.–, también bajan la temperatura. El asfalto se recalienta y por la noche emite muchísimo calor. Es el efecto 'isla de calor urbana'. Se mitiga con las zonas verdes y azules.
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¿Por qué nos estamos adaptando mejor a las olas de calor que a las de frío?
Principalmente porque, a partir del año 2004, se pusieron en marcha los planes de prevención en salud pública frente a las altas temperaturas. Se hicieron unas campañas de prevención importantes; principalmente, sobre la población de riesgo.
También, los países del sur de Europa estamos mejor aclimatados al calor que los del norte. Tenemos estrategias sociales y culturales para combatir el calor. Los del norte no saben combatir de forma tradicional ese incremento.
¿Y las olas de frío?
Que nos habituemos al calor no quiere decir que nos vayamos a deshabituar al frío. Uno de los problemas del frío es que cuando hay bajas temperaturas se complica con infecciones respiratorias. Es un periodo de transmisión importante de virus. Estos dos años ha sido por covid, pero antes era la gripe, la neumonía, la bronquiolitis…
El efecto del calor se nota más a corto plazo, uno, dos o tres días después. Pero las bajas temperaturas pueden alargar sus efectos hasta diez días después.
¿Es la contaminación atmosférica un asesino silencioso?
Sí. Además, no somos conscientes de lo que significa estar respirando niveles altos de contaminación atmosférica. Especialmente para los niños que tienen una frecuencia respiratoria mayor, sus vías de detoxificación de sustancias no están totalmente desarrolladas y su sistema inmune está en pleno crecimiento.
También, los contaminantes más pesados, los más nocivos, llegan a los niños antes por su menor altura. Cada vez hay más casos de asma, alergia, bronquiolitis… En población infantil y adulta.
¿Desde las instituciones se toman las medidas necesarias?
[Se ríe] No. Debería haber una política importante contra la contaminación atmosférica. No solo avisar cuando se vayan a superar los niveles de contaminación –hay por ley unos protocolos establecidos–, sino tratar de bajar el nivel de base de la contaminación.
Al final, registramos concentraciones muy altas de contaminación a diario. La exposición continuada a esos niveles hace que puedas desarrollar una enfermedad principalmente de tipo respiratorio. Se sabe que las partículas FC5 que vienen, sobre todo, de los motores diésel son responsables de gran parte del cáncer de pulmón.
¿Más que el tabaco?
No más que el tabaco, pero sí contribuye al cáncer. Sobre todo, de pulmón y de órganos que filtran, como la vejiga, el tracto digestivo superior… Las partículas son tan pequeñas que alcanzan el torrente circulatorio y ahí empiezan los problemas porque están cargadas de metales pesados.
¿Cuándo hay mucha contaminación, en un parque se respira mejor?
Bajan los niveles, pero no de todos los contaminantes. Por ejemplo, el del ozono que se da en las horas centrales del día, suele ser mayor en los parques porque en su formación influye mucho la radiación solar. Por eso se recomienda no correr o hacer ejercicio en un parque durante las horas centrales del día.
También ha estudiado el efecto de la contaminación acústica en la salud. España es un país muy ruidoso, ¿padecemos horror vacui acústico?
Parece que el entorno ruidoso está aceptado socialmente, que si no hay bullicio no se disfruta. Las consecuencias para la salud son enormes.
Por nuestro sistema genético, desde la prehistoria, ante las agresiones externas sufrimos una descarga en nuestro cuerpo de diferentes sustancias como el cortisol o la glucosa. Eso nos preparaba para una reacción inmediata: huir o confrontar. Entonces, nuestro cuerpo sigue asimilando muchas amenazas que tenemos hoy en día, como el ruido, como una respuesta primitiva. No salimos corriendo, pero nuestro cuerpo sigue generando cortisol, glucosa…
Esto influye muchísimo en el empeoramiento de enfermedades como la obesidad, la hipertensión… A corto plazo, estamos generando sustancias que empeoran nuestra calidad de vida y disminuyen nuestro sistema inmunitario.
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¿Qué efectos tiene el ruido?
Por ejemplo, los niños de entornos escolares muy ruidosos aprenden peor… No se trata de una exposición puntual, sino de estar constantemente expuestos.
El ruido aumenta la tensión arterial. Hay un estudio de hermanos gemelos que dormían en habitaciones distintas; una daba a una calle transitada con ruidos y otra a un patio interior. Por la mañana se medía el cortisol en la saliva: la diferencia era inmensa. El niño expuesto al ruido enferma más que el otro.
¿Cree que la legislación en cuestión de ruidos es suficiente?
Creo que sí, pero no se cumple. Denuncias se ponen, pero no se persigue adecuadamente, ni hay un control adecuado por parte de la administración de los niveles acústicos en la calle, sobre todo de lo que es ruido de exposición constante, principalmente de tráfico.
En las ciudades, son los vehículos motorizados los que generan la mayor parte de los problemas ambientales: altos niveles de contaminación atmosférica y acústica. Estamos acostumbrados a sufrirlo cuando no deberíamos.
Para terminar, vuelvo al cambio climático. ¿Es reversible?
No. Lo que nos queda es mitigar las emisiones, sobre todo las que provienen de la energía, y adaptarnos.
¿Somos conscientes de la dimensión del problema?
Creo que la sociedad todavía no es consciente y que, además, quienes menos han contribuido a generar el problema son los que más duramente sufren las consecuencias. De ahí el problema de los desplazados o refugiados climáticos.
¿Hay capacidad de reacción?
Sí hay, pero cada vez tenemos menos tiempo. Nos queda adaptarnos. Desde el punto de vista de la salud, adaptar nuestros sistemas de salud para tratar de hacer frente a esos problemas que van a ir aumentando.
El modelo de consumo es lo más difícil de cambiar. Ahí lo que haga el ciudadano no influye tanto. Compete a las administraciones; tienen que explicar que el cambio se hace, en gran parte, por la salud de la población.
El mensaje llega más cuando se trata de tu salud, la de tus hijos, la de tus padres, que cuando te hablan de osos polares… Por ello creo que es importante incorporar el argumento de la salud cuando se habla de cambio climático. Eso nos hace reaccionar.
El equipo que codirige Linares está desperdigado por los pabellones del antiguo Hospital del Rey. Se construyó a principios de siglo XX para enfermedades infecciosas. Las obras de la nueva sede han sufrido retraso. El presupuesto se ha sobrepasado debido al encarecimiento del material.
Los pabellones antiguos se alinean en torno a un amplio jardín rectangular. El ambiente es muy agradable. Un inconveniente, el césped, que requiere demasiada agua y sombra para un país seco y soleado.