En un año particularmente desafiante, caracterizado por precios del aceite de oliva en origen que han alcanzado niveles sin precedentes, la resiliencia de la categoría ha quedado demostrada. Según un estudio sobre la relación entre los precios y la demanda llevado a cabo por la Asociación Española de Municipios del Olivo (AEMO), a pesar de las alzas de precio, se observa una clara resistencia en la demanda.
Tal como reflejan los datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA), la producción de aceite de oliva ha pasado de 1.493.008 toneladas en la campaña 2021/22 a 665.709 toneladas en la del 2022/23 y a 850.000 en la de este año, lo que ha provocado una subida de precios de un 171% en los últimos dos años. A pesar de ello, la categoría ha demostrado una solidez ejemplar ante la adversidad. Ha logrado mantener una alta fidelidad por parte de sus consumidores, que no quieren renunciar al consumo de un producto milenario, saludable y fuertemente arraigado a la dieta mediterránea.
El complejo contexto descrito ha sido fiel reflejo de la destacada influencia de las condiciones climáticas en el sector oleícola. Debemos tener en cuenta los ciclos y efectos del cambio climático en los olivares. Los episodios de sequía y altas temperaturas influyen directamente en la calidad y la cantidad del aceite de oliva.
Por el bien del consumidor, de la producción y del planeta, tenemos que contrarrestar estos efectos. Para ello, es fundamental identificar las principales amenazas para el sector oleícola en clave ambiental. Una excesiva volatilidad climática, manifestada en variaciones de los patrones de temperaturas y de precipitación, puede alterar la capacidad de desarrollo de los olivos, floración, “cuajado” de fruto, dañar a los olivares y afectar notablemente a la producción del aceite.
Ante esta cambiante situación, los agentes del sector debemos buscar soluciones efectivas para garantizar un nivel adecuado de producción. A continuación van cinco medidas para vertebrar la estrategia de adaptación de nuestra industria ante este panorama climático.
En primer lugar, es crucial recurrir a una gestión eficiente del agua. Como ya sabemos, el cambio climático puede alterar aún más los ciclos de precipitación, por lo que las estrategias de gestión del agua son fundamentales. Aquí destacan diferentes soluciones que ayudan a usar el agua de manera eficiente, uso de cubiertas vegetales para aumentar la infiltración y capacidad de retención de agua, sistemas de riego optimizado y sin pérdidas, riego 4.0 con dosificación selectiva según necesidad y zonas, almacenamiento en balsas pluviales y/o uso de aguas regeneradas.
En segundo, debemos incentivar las tecnologías de monitoreo y predicción. Utilizar digitalización, sensores, drones y satélites puede ayudar a monitorizar el estado de los olivares, evaluar el estrés hídrico y predecir las condiciones climáticas. Esto permite a los agricultores tomar decisiones informadas y anticiparse a las necesidades de riego y cuidado del olivar. En un mundo cada vez más innovador, herramientas como la digitalización, la IA pueden ayudar a optimizar la producción del sector, predecir la demanda y prever potenciales riesgos climáticos, permitiendo una gestión más eficiente y adaptativa.
En tercer lugar, tenemos que apostar por la diversificación de variedades. Cultivar diferentes variedades de olivos que sean resistentes a las tendencias climáticas y temperaturas extremas puede reducir el riesgo de pérdida de producción del aceite. A través de la selección genética y la mejora de variedades, es posible desarrollar olivos más resistentes a enfermedades y condiciones climáticas adversas. En definitiva, incluir otras variedades podría mejorar la resiliencia de nuestro sistema agrícola.
Como cuarta medida, deberíamos promover prácticas de agricultura sostenible, implementando técnicas que promuevan la sostenibilidad, evitando el sobreuso de fertilizantes, fitosanitarios y herbicidas de amplio espectro, proliferación de cubiertas vegetales naturales y biodiversidad favorable para el cultivo, uso eficiente del agua, etc. Todo esto puede contribuir a mantener el suelo y cultivo saludable, valorizar aún más el producto final, y al mismo tiempo, conseguir una producción idónea con un impacto positivo en el medio ambiente por aumento de fijación de CO2 y Nitrógeno atmosférico, conservación de suelo, etc.
Como quinta baza para adaptarse y luchar contra el cambio climático, es clave la colaboración institucional y la concienciación social. Es fundamental que empresas, centros de investigación, universidades y organizaciones agrícolas colaboren conjuntamente para compartir conocimiento y desarrollar soluciones innovadoras en este ámbito. A su vez, es necesario que divulguemos la información científica a los agricultores sobre los desafíos reales del cambio climático, colaborando con ellos para ejecutar estas medidas de adaptación con los recursos de los que disponen.
Dicha labor pedagógica, basada en la enseñanza individualizada y directa, es la que acabará dando mayor fruto y logrará mayores cambios en el sector. Es necesario mitigar los efectos del cambio climático y lograr una mayor autonomía ante la incertidumbre climática. Este cambio sólo será posible si trabajamos juntos como miembros de este sector, colaborando con los agricultores para valorizar su labor y producto, mediante la aplicación de las mejores prácticas sostenibles en sus explotaciones, entendiendo la sostenibilidad desde el punto de vista económico, social, medioambiental y de calidad del producto final.
***Rafael Pérez de Toro es Director de Calidad y Medio Ambiente de Deoleo