Cuando el 5 de diciembre vi en Instagram la campaña We wear Oil (vestimos petróleo) me alegré de que una vez más la moda estuviera tan alineada con el problema más debatido en la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático, la COP28: las energías fósiles.
La activista iraní-americana Sophia Kianni (@sophiakianni) era literalmente regada por petróleo mientras explicaba la composición de nuestras prendas. Una tarea conjunta orquestada por ella misma y por Fossil Fuel Fashion Campaign y Vogue Arabia para llamar la atención sobre el uso de los derivados del petróleo para vestirnos.
Así es la moda. Capaz de despertar conciencias (o de dormirlas), siendo como es compañera de nuestras vidas y de nuestras pieles, nuestro órgano más grande, al que acompaña de la mañana a la noche, salvo que duermas como Marilyn, solo con unas gotas de perfume. Puede que así veamos más claro que darle petróleo a la piel no es precisamente lo que mejor le viene al organismo. ¿O no?
Así que sí, es de agradecer el hecho de que, entre los acuerdos firmados en la Cumbre de Dubái, el más aclamado o como poco destacado sea el del principio del fin del uso de las energías fósiles. Tiene, ni más ni menos, el objetivo de acelerar la transición energética hacia ese objetivo ansiado —y sellado— de conseguir las emisiones cero en 2050, lo que no para de decirse, pero a lo que siempre tengo la sensación de que la realidad se resiste.
No obstante, siendo optimista, lo que se deduce de determinadas noticias y de hechos probados es que realmente el cambio está ahí. Y que en ese cambio se refleja la sintonía entre lo que la ley exige, lo que las compañías están dispuestas a ofrecer, para lo que se están armando económica, tecnológica y filosóficamente hablando, y desde luego lo que los ciudadanos cada vez más formados y con mayor y mejor información son capaces de valorar y demandar.
En los días de celebración de la COP supimos, por ejemplo, que la diseñadora Stella McCartney está trabajando con la piel de la uva para crear sus bolsos. Habrá que verlos y sobre todo comprobar el resto de materiales que soportan su finura. En las mismas fechas, me decía la diseñadora hindú afincada en España Kavita Parmar, que estaba bien inventar nuevos materiales, pero también recurrir a materias primas ya existentes y no apreciadas, como la ortiga.
Ella misma está utilizando, pero también lana para rellenar edredones, fantásticos, una lana que si no los pastores desechan y pagan para que la recojan con destino 'nisu' (ni su padre sabe cuál).
Si hablamos de energías alternativas que van a sustituir al petróleo, por ejemplo, Bestseller y H&M Group se han comprometido a la financiación de un proyecto eólico marino en Bangladesh, junto con Global Fashion Agenda (GFA) y el desarrollador Copenhagen Infrastructure Partners (CIP). El destino no es capricho ni casualidad. Porque es ahí donde se fabrican tantas de las prendas que usamos. Una miradita a la etiqueta de lo que lleva, de lo que llevas puesto, por favor.
Luego, si eso, hablamos del transporte de esas prendas hacia los lugares de distribución. O nos fijamos en las materias primas desde su origen… Pero, uno, nadie dijo que fuera la sostenibilidad una realidad alcanzable al cien por cien y menos a corto plazo. Por otro lado, dos, es un juramento que lo que hace es reforzar el compromiso de que el país use un 40 por ciento de energías renovables en 2041. Y, además, tres, apuntala ese ODS número 17, el de las alianzas, tan fundamental siempre.
Hay muchos ejemplos de estas últimas semanas y que dan luz a ese final del túnel sostenible. Por ejemplo, que la marca que popularizó el tejido PET, Ecoalf, esté virando hacia tejidos realizados con residuos posconsumo y procedentes de agricultura regenerativa.
Eso significa que ya no solo vamos a presumir de llevar 60 botellas PET convertidas en abrigo. Sino que lo haremos de vestir con prendas realizadas a base de otras fibras extraídas de otras prendas que recicladas se convierten en fibra nueva. Aunque también han emprendido el camino hacia el algodón procedente de cultivo regenerativo, es decir de aquellos que no solo no dañan el terreno, sino que contribuyen a su mantenimiento, mejora y desde luego también del ecosistema.
Es loable la iniciativa francesa de crear un fondo de 154 millones de euros para bonificación de arreglos, sí, de remiendos. Es decir, que se ofrecen descuentos si reparas —de entre 6 y 25 euros para los ciudadanos según los productos— tanto textiles como calzado. Y la medida ha caído bien si tenemos en cuenta que se han ido adhiriendo empresas desde que se dio a conocer, tanto como 600 compañías que aparecen en una plataforma para facilitar la búsqueda.
Lo comenté en la sobremesa de una cena en la que cierto es que la media de edad estaba cercana a la jubilación. Hubo risas. No las entendí. Nunca entiendo la mofa en torno a la realidad. Sobre todo porque apuesto sin temor a equivocarme que precisamente por las edades habían llevado la ropa de sus primos o hermanos mayores, arreglada, o la habrían pasado a ellos para otros pequeños. Es mi experiencia. Afortunadamente, a los pocos días, una amiga me contaba que su hija solo usaba ropa de segunda mano al tiempo que otra afirmaba lo mismo sobre uno de sus hijos.
La segunda mano, que mi madre decía que le olía a polilla, no es que sea cool, sino que es una necesidad social y económica si pretendemos pasar de la economía lineal a la circular. Y no, no es solo una moda. Aunque las compañías de moda lo hayan tomado como bandera de su trabajo por la sostenibilidad. Como es el caso de Inditex que ya ha puesto en marcha en España la plataforma Pre-Owned. Probada ya en el Reino Unido desde noviembre de 2022, permite solicitar la reparación de las prendas, la donación y también comprar y vender ropa usada y de cualquier marca. Pues sí, la vida está cambiando