Veranos que no terminan con termómetros por encima de los 30º C bien entrado el mes de octubre, la creciente frecuencia de las DANA que han azotado con fuerza este pasado septiembre o los incendios cada vez más devastadores. Estos son algunos de los efectos del cambio climático que está poniendo contra las cuerdas a nuestro planeta.
Efectos que son innegables, y que harán que este 2023 se proclame como el año en el que se batieron los récords de 2016 y 2020, pasando a la historia como el más caluroso desde que hay registros. Por ello, que en 2022 por primera vez todos los expertos del mundo y la población general señalaran que el riesgo climático es la principal amenaza a la que se enfrenta la humanidad.
Según el informe AXA Future Risks Report 2022, esta situación no nos pilló por sorpresa; y no nos extrañará que esta conclusión se repita en informes venideros, pese al contexto global de crisis geopolíticas y puntos calientes que a diario abren nuestros informativos.
Las señales que nos manda la Tierra son incansables. Y lejos han quedado aquellas alertas científicas que eran invisibles para nuestros ojos sobre, por ejemplo, la reducción de la capa de ozono. Las señales son hoy ya muy visibles y cada vez más notables, frecuentes, extremas y con mayor impacto en nuestra vida cotidiana. Y solo ponen de relieve que el cambio climático es tan real como urgente es tomar medidas.
Pero, ¿cómo está el ciudadano de concienciado sobre el calentamiento global? ¿Qué conocimiento tiene o a quién atribuye las responsabilidades? Y, sobre todo, ¿qué medidas está dispuesto a tomar a título personal, a qué nivel de confort renunciaría y qué hábitos modificaría a favor del medio ambiente?
El compromiso institucional y empresarial, y la implementación de legislaciones y gobernanzas son aspectos fundamentales para avanzar hacia el cambio verde, pero en este punto es igual de importante sumar a la ecuación el compromiso individual para que el balance sea positivo.
Somos cerca de 8.000 millones de personas, de vidas, habitando un planeta en el que al hablar de emisiones de efecto invernadero, contaminación o cambio climático no entiende de fronteras.
¿Y si todos reciclásemos de forma correcta, apostásemos por opciones de transporte sostenible para nuestra movilidad cotidiana y por el consumo de proximidad y de temporada? ¿Y si usásemos energías renovables y todos redujésemos el consumo de agua y gas? ¿Y el alcance que tendría dar una segunda vida a nuestras cosas, reinventarnos en la cocina para reducir el desperdicio alimentario o alejarnos de la moda rápida que impera? ¿Y si al comprar un producto en la etiqueta se detallase las emisiones de CO₂ que conllevan para poder medir nuestra huella ambiental individual?
Cuesta salir de la zona de confort y más si es para reducir nuestro bienestar, pero el impacto positivo que tendría la suma de estos cambios es incalculable y difícil de imaginar. Tomemos conciencia de que la crisis climática no solo nos exige reconocerla y aceptar las medidas gubernamentales, sino que debemos dejar de resistirnos a cambiar nuestras costumbres y estilo de vida, y debemos renunciar a ciertas de nuestras comodidades a favor del medio ambiente.
Debemos dejar de hablar del valor de la economía circular y pasar a desarrollarla con la conciencia de que los ciudadanos tenemos mucho que aportar en este punto. Apostar por el uso y el alquiler frente a la posesión o aprender a transformar frente a la opción rápida y fácil de desechar son pequeños gestos con un gran impacto.
En definitiva, todos podemos y debemos vivir de una forma más responsable, y este es el compromiso que precisamente el planeta nos está pidiendo y espera de nosotros. Que estemos utilizando el equivalente a 1,6 Tierras para mantener nuestro actual modo de vida o que el 1% más rico de la población mundial emita más gases de efecto invernadero que el 50% más pobre son magnitudes de la ONU que no podemos seguir permitiendo.
Pero sí, estamos a tiempo. El compromiso a favor del clima desde la dimensión institucional, empresarial e individual existe y es creciente, pero debemos pasar a la ejecución, ya que cuanto más tardemos en actuar con contundencia, mayor será la crisis que tendremos que gestionar y más difícil de reparar el daño ambiental.
Empecemos a hablar en positivo del cambio climático, traspasemos la frontera de los discursos de cartón y esforcémonos en tener una sociedad concienciada y formada en calentamiento global y empecemos a transmitir que la resta en el confort individual da como resultado una suma en el cambio de tendencia.
La humanidad ya está en proceso de recuperar y salvar la capa de ozono. Aprendamos del pasado, que nos ha dejado valiosas lecciones sobre cómo actuar y cómo no, para que hablar de futuro no sea un riesgo. Que sí, que estamos a tiempo de actuar.
***Josep Alfonso Caro, director general de la Fundación AXA.