Durante las últimas dos semanas, se está llevando a cabo en Dubái la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP). En este contexto, los medios están enfocando más que nunca la atención en las cuestiones climáticas, realizando, entre otras cosas, un balance del progreso de las medidas adoptadas hasta la fecha, como el Acuerdo de París.
Este enfoque ha despertado mi interés personal por comprender cómo percibíamos anteriormente los problemas climáticos. Como lingüista, me ha llamado la atención especialmente las diferencias en el lenguaje utilizado por los periodistas en las primeras coberturas y cómo han evolucionado los términos y el tono de las noticias hasta el día de hoy. Esto, indudablemente, refleja nuestra evolución en relación con el medio ambiente.
Tras esta primera observación, junto con otros lingüistas de la plataforma de idiomas Babbel, me lancé a hacer un análisis más profundo sobre la transformación del discurso mediático sobre el clima, comparando noticias de hace 10 años con artículos publicados en 2023. Y lo cierto es que el cambio en el tono con el que se informa sobre el cambio climático es más que evidente.
De la reticencia a la urgencia
En 2013, aún nos planteábamos si debíamos actuar. Titulares como ¿Debería preocuparnos el calentamiento global? contrastan directamente con este otro que encontramos 10 años después: ¿Estamos todavía a tiempo de frenar el sobrecalentamiento?
El primero demuestra que veíamos las consecuencias climáticas como algo muy lejano. Se hablaba de casos más concretos, de desastres naturales y de hechos aislados, como el tifón Haiyon. Asimismo, se mencionan consecuencias a gran escala como la “subida del nivel del mar”, la “acidificación de los mares” o el “derretimiento de los glaciares”.
En el 2023 percibimos un tono de urgencia y se recurre al uso de términos como “crisis climática” o “colapso climático”. También se observa un sentimiento progresivo de desconfianza. Conocemos que los cambios son irreversibles, que ahora lo que está en nuestras manos es simplemente tratar de ralentizar el proceso.
Esto se refleja en expresiones como “callejón sin salida”, “condenados a la incertidumbre” o incluso, una expresión tan contundente como “catástrofe general”. Al mismo tiempo, el tono actual puede llegar a ser de denuncia, con manifestaciones como “inacción gubernamental”, “negación” o “dilación”. Otros utilizan una retórica dramática como “nuestro clima está implosionando”, “el planeta en ebullición” o “el planeta está condenado”.
Una de las cosas que más me sorprendió, por otro lado, es la progresiva madurez en lo que respecta a la crisis medioambiental. Así lo demuestra el enriquecimiento del lenguaje, que es a la vez fruto de una mayor demanda y comprensión del contenido por parte del público.
Hemos pasado de leer términos genéricos como “calentamiento global” o “aumento de las temperaturas” y medidas básicas como “energías renovables” o “proteger los bosques, los océanos y los recursos hídricos” a un lenguaje periodístico que incluye conceptos más específicos como “planificación ecológica”, “emisiones cero”, “huella de carbono” o “descarbonización”. Hay una mayor documentación en la materia y mucho más contraste de fuentes.
Se citan diversos informes, cumbres o expertos, lo que amplía la perspectiva en comparación con 2013, cuando el discurso se centraba en las contribuciones científicas de los climatólogos del IPCC. Por ejemplo, se mencionan informes sobre sostenibilidad corporativa, la Comisión de Medio Ambiente del Parlamento Europeo o la legislación como la Ley de Restauración de la Naturaleza. Hace años, quizás contenían un lenguaje que entendían unos pocos: hoy en día estamos cada vez más familiarizados.
Una problemática con mayor peso social
La información ya no es simplemente educativa, sino que tiene un mensaje e invita a un cambio en el comportamiento con el uso de palabras como “adaptación”, “reconversión”, “inadaptación” o “resiliencia”. Además, la problemática del clima se cuela en otros ámbitos de nuestra vida, demostrando que tiene un mayor peso social, como por ejemplo en la economía, con términos como “economía verde”.
Si buscamos las últimas noticias sobre el clima, nos encontraremos varios titulares que hacen referencia a pérdidas económicas, empresas o sectores. Algunos ejemplos son El cambio climático provoca ya cada año más de un billón de euros en pérdidas económicas, El cambio climático obliga a las empresas a transformarse o El cambio climático provocó la pérdida del 1,8% del PIB mundial en 2022. Cuando la información se complementa con cifras y datos, demuestra valor y además, una intención de cambiar.
Quizás la conclusión más clara que se puede sacar de todo esto es que el lenguaje es un reflejo de la sociedad que lo utiliza. En los 10 años que llevo diseñando contenido para el aprendizaje de idiomas en Babbel, lo observo cada día.
Las necesidades de comunicación cambian con el paso del tiempo y eso pasa por nuevas expresiones, palabras y conceptos. En el caso del lenguaje utilizado para referirse al clima, estos cambios reflejan el fuerte impacto, primordialmente negativo, de un fenómeno global que ha pasado de ser una posibilidad a un hecho contundente e irreversible.
Sin embargo, estos nuevos términos que han pasado a formar parte de nuestro vocabulario también reflejan un mayor compromiso colectivo. Un compromiso que seguramente generará nuevos conceptos, expresiones y palabras que no solo servirán para describir, sino que tendrán el poder de unirnos a todos en esta lucha conjunta.
***David Marín es lingüista y Senior Learning Content Strategist en la plataforma de aprendizaje de idiomas Babbel.