Aunque parezca lo contrario, la comunidad científica no vive ajena a los envites sociales, y mucho menos cuando unas elecciones generales se avecinan. Sabemos que han quedado muy atrás los tiempos en que admiraban nuestro trabajo por aquello de proporcionar soluciones a una pandemia. Hoy, las redes sociales de quienes nos dedicamos a arrancar secretos a la naturaleza han vuelto a ser los círculos cerrados de antaño, es decir, las aguas —calientes— han vuelto al cauce de siempre.
Tanto es así que mucho me temo la desaparición de la representación ministerial de la ciencia, de la misma manera que se ha ido esfumando de consejerías y direcciones generales a nivel autonómico. Un mal presagio para el futuro.
No obstante, el optimismo de vez en cuando me embarga y tiro una última bengala para quienes navegan con la proa enfilada hacia la Moncloa.
¿Qué necesita la ciencia española para estar a la altura de sus científicos? Seguramente te viene a la mente la palabra mágica: dinero. Y no te miento, también necesita dinero —por ejemplo, el 3% del PIB—, pero hoy precisa con urgencia algo más fácil de proporcionar: flexibilidad.
Sin rodeos subrayo que el verdadero lastre de nuestra ciencia tiene nombre propio, se llama “Contratos Menores”: una especie de capítulo tenebroso dentro de la Ley de Contratos del Sector Público que, cuál maldición ancestral, hace trizas cualquier intento de creatividad y progreso científico.
Debido a esta imposición, creada para evitar la corrupción en las compras y adjudicaciones con dinero público, quienes trabajamos en este sector —tan poco lucrativo— se nos evapora el cerebro cada vez que necesitamos hacer un simple experimento que, dicho sea de paso, ya ha sido planificado, presupuestado y aprobado por comisiones de evaluación de proyectos.
Las limitaciones son ingentes: demoras de más de un año en comprar un ordenador, imposibilidad de acceder a un reactivo necesario para un ensayo y planificación exhaustiva de cada paso que se va a dar en un proyecto de investigación. Esto provoca: retrasos, pérdida de competitividad y caminos infinitos, por no hablar de la desmoralización de quienes deben abandonar el laboratorio para devenir burócratas conocedores de pliegos y contratos.
Todo es tan simple como que yo, investigador, solo quiero poder comprar un reactivo para terminar un experimento, planificado hace tres meses, que me cuesta 100 euros y lo comercializa una empresa extranjera. El reactivo lo pagaré con un proyecto que escribí hace tres años, presenté a una convocatoria pública y lo gané. En la memoria aclaré que compraría este tipo de reactivo e incluso recuerdo que especifiqué su valor en el presupuesto.
Pero nada es simple, como ese reactivo estará entre otros muchos que deberé comprar, tengo que hacer un pliego, sacarlo a concurso y esperar el resultado. Mientras tanto, otro laboratorio del mundo hará el mismo experimento, lo publicará, con suerte lo patentará y nosotros seguiremos disfrutando del sol y las terrazas.
¿Es tan difícil exceptuar a la ciencia de este mecanismo de control? Existen otras excepciones que no merece la pena nombrar, por lo que imposible no lo es. La cuestión parece lindar con una dificultad de orden cuántico, esta medida surgió durante el gobierno de Mariano Rajoy, y se ha perpetuado con Pedro Sánchez. ¿Cabe la posibilidad, por pequeña que sea, de que se elimine con el próximo ejecutivo?
Una vez arreglado este escollo, otras cosillas se pueden hacer para que la ciencia florezca en nuestros suelos.
Conversando con José Castillo, eminente neurólogo gallego y director de un Instituto de Investigaciones Sanitarias por más de una década, me resume las necesidades en diez 'C': Coherencia, Continuidad, Competencia, Competitividad, Consolidación, Coordinación, Cooperación, Cobertura, Cobijamiento y Conocimiento. Sencillo, pero parece que muy difícil de ejecutar.
Para lograrlo, quizá lo primero es, luego de no hacer desaparecer la ciencia del consejo de ministros, poner al frente del ministerio a una persona que haya vivido en sus carnes el día a día de la ciencia y su gestión. Nunca se nos ha ocurrido para las carteras de Economía y Justicia a un desconocedor de estas materias, lo mismo se debe aplicar a la ciencia, también para Sanidad o Cultura, he de confesar.
Buscando otras opiniones interactúo con Nieves Iglesias, gestora de proyectos del CSIC. “La atracción y retención de talento podría restaurar el prestigio de la investigación. Hay que programar a largo plazo, no anualmente y con cambios drásticos”. En otro orden, me menciona dos aspectos en que todos estamos de acuerdo: la necesidad de una financiación basal para poder desarrollar ideas dejando atrás un sistema demasiado resultadista y, por supuesto, la disminución de la burocracia.
En el tema de 'papeleo', rozando el absurdo, está la ingente cantidad de documentos justificativos que se deben presentar para cubrir parte de los gastos que se generan al asistir a una reunión o congreso. En este sentido, las anécdotas son variopintas, sólo te digo que ya es famoso a nivel internacional el 'Spanish certificate' que solicitamos.
Por su parte, Pedro David García, físico e investigador titular del CSIC, insiste en la necesidad de una financiación basal con revisiones de resultados en períodos de cinco años. García también llama la atención sobre los procesos de homologación de títulos y propone la creación de un listado de universidades cuyas titulaciones no necesiten pasar por dicho trámite. “Esto facilitaría la contratación de científicos de excelencia”, afirma.
Una preocupación constante es la escasa e inefectiva atracción de talento mencionada por científicos y gestores, como es el caso de Julio Ríos de la Rosa, Gerente del Instituto de Investigación e Innovación Biomédica de Cádiz, quien también señala el poco valor añadido que tiene la posesión de un doctorado en posiciones de gestión.
Un aspecto poco divulgado, por aquello del pudor, es el escaso poder adquisitivo de las personas que nos dedicamos a la ciencia en España. Este hecho nos lleva a estar por debajo de otras muchas profesiones y, en consecuencia, que la nuestra sea infravalorada socialmente.
En este sentido, ya es palmaria la escasez de personal postdoctoral que quiera continuar su carrera científica en la academia. Un ejemplo es Karla Montalbán, recién doctorada en ciencias biológicas con un excelente trabajo de tesis publicado en revistas de alto impacto. Montalbán me dice: “A pesar de amar lo que hacía, decidí irme a una farmacéutica por cuestiones económicas. La estabilidad y estatus que aporta una farmacéutica es difícil de encontrarlo en la academia”.
Otra de las taras de nuestro sistema se puede resumir en una frase de cosecha personal: en la ciencia española eres estrella o te estrellas.
Tal y como está diseñada la carrera científica, sólo se promociona quien, luego del vía crucis de la tesis y estancias postdoctorales —fundamentalmente en laboratorios extranjeros—, se postule para dirigir un grupo de investigación. En otras palabras, no hay lugar para figuras intermedias. Aquellos que en su ánimo está seguir haciendo ciencia de calidad sin asumir la responsabilidad de conducir un equipo no tiene un hueco en España.
Es cierto que muchas han sido las ideas 'rompedoras' que se han propuesto desde la administración para dinamizar la ciencia. Un elemento común en todas es el ya mantra de la aplicación, traslación inmediata e innovación continuada.
A colación podemos decir que cuando la ciencia es buena, tarde o temprano tendrá aplicación. Cientos, podría decir miles, son los ejemplos de avances singulares cuyo origen ha estado en ciencia aparentemente alejada de cualquier aplicación: la Tomografía Axial Computarizada surge de estudiar la antimateria, las vacunas contra el SARS-CoV-2 germina de estudios básicos sobre el ARN, los sensores de movilidad se sustentan en el efecto fotoeléctrico descrito por Einstein y el etcétera es largo.
Aplicando el sentido común y teniendo claro la importancia que tiene el desarrollo científico para seguir ocupando lugares cimeros en el mundo, será relativamente sencillo impulsar la investigación científica española. Mas, es necesario tener, por parte de la administración, la sensibilidad con el tema y, por parte de los científicos, la disposición para educar sobre la relevancia de nuestro trabajo.
Quiero ser optimista y pensar que con el esfuerzo de todos logremos dejar atrás estos tiempos de locura, entender que un país desarrollado es aquel que promociona la ciencia y, de paso, no pedir el Currículum Vitae a un Premio Nobel para poder invitarlo a impartir una conferencia en la que sólo pagaríamos convidarlo a comer.
Por cierto, la respuesta a la pregunta del título se la dejo a los partidos políticos.