Decía mi madre que a partir de una determinada edad las personas no eran tímidas, no dejaban de saludar por cortedad, sino por mala educación. Es una reflexión que me quedé para siempre, como tantas enseñanzas suyas. Hace unos días aprendí algo más que tiene que ver con la edad, pero con una profundidad mayor que aquella. Se la escuché a María Novo, poeta, pintora, filósofa…. en la segunda jornada del II Congreso Internacional Tiempo de Arte, celebrado los días 3 y 4 de mayo, en el Palacio de la Magdalena, en Santander.
Siempre resultan formativas sus charlas. Siempre se aprende. Pero desde aquel cuarto día del que considero el mes más lindo del año, me he corregido varias veces en el uso de una palabra para cambiarla por otra: crecimiento por desarrollo. Lo explicó bien claro: hasta una determinada edad, crecemos, con un límite, hasta ese momento en que nuestra talla se da por vencida y le cede el turno al desarrollo de esa otra talla que nos convierte en los seres humanos que determinamos ser. Touchée!
En un espacio dedicado a la escucha, a la reflexión, para la llamada a la acción, en un parón a la acelerada vida cotidiana, te expandes como ser, y descubres que el dolor, no los dolores, puede sanarse con el arte, o las artes, como reconoció el maestro de ceremonias del congreso, el periodista Quico Taronjí. Cuando te recuerdan que ante el cambio climático, que en palabras de Novo es emergencia climática, debe ponerse en marcha la bioética y que en lugar de preguntarnos si algo es eficiente, podríamos preguntarnos si es pertinente… entonces, las fichas de tu Tetris particular empiezan a encontrar un espacio diferente para habitarte de otro modo.
Confesó Merche Zubiaga, creadora y directora de Tiempo de Arte, que a ella el poder transformador del arte le había permitido perder el miedo a la vida y a pensar. Me inspiró el comentario de Carl Honoré, autor del libro Elogio de la lentitud y embajador de Tiempo de Arte sobre el espíritu de juego del arte. Y recordó Federico Mayor Zaragoza, presidente de la fundación Cultura de Paz, como ya le había escuchado en alguna otra ocasión, la necesidad de huir de la razón de la fuerza para aplicar la fuerza de la razón. “Tenemos que inventar cada uno de nosotros su futuro y eso solo es posible si cada ser humano único toma en sus manos el relevo para ejecutar el cambio”.
El sentido de la vida, la educación y la existencia cotidiana, incluso las ciudades, son susceptibles de adquirir otro significado bajo la influencia del arte, de las artes, de la cultura. Seguramente por eso enamoraron los artistas invitados este año al II Congreso Internacional Tiempo de Arte, Boa Mistura, el equipo multidisciplinar que partiendo del graffiti ha ejecutado intervenciones artísticas por todo el mundo.
Sus obras no tratan solo de embellecer los espacios con su pintura, aunque lo logren, sino transformar. Espacios. Edificios. Lugares públicos. Escuelas. Sociedades. Comunidades. Vidas. Sus explicaciones a Lorena Martínez de Corral sobre diferentes trabajos, muchos de ellos en lugares de marginalidad, de peligro explícito, por presencia narco o ausencia de referentes, incluso familiares, generaron un gran interés de los asistentes al congreso, que entendieron la dimensión de la mutación.
No cuesta entender la revolución que supone para esos lugares pasar de la grisura y el abandono, con el consiguiente estado que produce en los seres humanos que los habitan, al color, el cuidado y la belleza por la magia de la pintura de la que además muchos de ellos participan, con el consecuente amor por lo logrado y el orgullo de haber sido actores del cambio. Empoderamiento pacifista se llama eso.
Aprendimos la necesidad de escucha, especialmente cuando nos referimos a los niños, para entender el mundo que ellos quieren vivir, en palabras de Sonia Díez, presidenta de EducAcción, y que el espacio cuando hablamos de colegios es el tercer maestro, según el arquitecto y humanista José Manuel Picó.
El doctor Jesús Artal, jefe de psiquiatría del hospital Valdecilla de Santander, nos emocionó con su elogio de los coros en las terapias de salud mental, aunque en realidad nos recomendó cantar a todos -tal vez valga en la ducha- por sus bondades para el cerebro, para el alma, para las relaciones, incluso para mejorar la capacidad pulmonar y respiratoria. Y por quitar el punto emocional y añadir el funcional, si se ejemplifica el acto de cantar, se nota cómo los pulmones se expanden…, lo que hago mientras escribo.
La música fue protagonista curativa, aunque provocó más de un llanto, cuando la doctora Blanca López-Ibor, jefe de la unidad de oncología pediátrica en el Hospital Montepríncipe de Madrid, relató los efectos beneficiosos de la musicoterapia en sus niños pacientes y en sus familiares expectantes y esperanzados. Y como dijo María Magdalena Sánchez, músico y premio Nacional de Juventud en la categoría de Cultura en 2022. La música contribuye a la plasticidad del cerebro. Esa es una de las razones por las que desde su empresa Grandes Oyentes incorpora su práctica en la enseñanza, en las empresas y organizaciones.
Apunté otra frase. Me ha percutido desde hace días. No sé quién la dijo, pero es magnífica: “Las violencias son evitables. Los conflictos son inevitables”. También me dejó huella esta de José María Barreda, expresidente de la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha, unos versos de Walt Whitman: “Valora la belleza de las cosas simples”. Eso después de haber mandado el mensaje político de que “los conflictos se solucionan con el consenso y no tirándose los trastos a la cabeza”.