Poder asistir a la escuela es hoy un privilegio que 244 millones de niños y niñas no tienen, ya que estamos asistiendo al primer retroceso de los indicadores de desarrollo en décadas. En 2021, nueve de cada diez países experimentaron un descenso en sus indicadores. Cuando se producen descensos, siempre son los niños los primeros afectados, los más afectados y durante más tiempo.
Aunque la pandemia de COVID-19, la guerra en Ucrania y la crisis económica mundial han pisado el acelerador de este descenso, sería ingenuo creer que estas son las únicas causas o que estas tendencias pueden invertirse en un par de años. El cambio climático ha provocado un aumento alarmante de las muertes, mientras que la mala gobernanza, el aumento de los conflictos y el incremento de los desplazamientos de población han ido preparando el terreno para un futuro sombrío para los niños de hoy.
Los efectos sobre los niños y niñas son inmediatos, y cuando cae una ficha del dominó, le sigue una rápida cascada. Los avances para acabar con el trabajo infantil se han estancado, invirtiendo la tendencia a la baja anterior, que vio cómo 94 millones de niños abandonaban la población activa entre 2000 y 2016.
Para finales de este año, se estima que 8,9 millones de niños más se verán obligados a trabajar, sumándose a otros más de 160 millones.
La asistencia a la escuela estaba aumentando hasta hace poco, pero esta tendencia también se está invirtiendo ahora, con al menos 10 millones más de niños y niñas que no fueron a la escuela en 2020 como consecuencia de la pandemia. Sólo en Afganistán, otros 1,2 millones de niñas se han visto privadas del acceso a la educación secundaria.
Casi el 28% de los niños de 5 a 11 años que trabajan y el 35% de 12 a 14 años que también trabajan no están escolarizados. Los niños y niñas no escolarizados tienen 3,4 veces más probabilidades de estar casados que sus compañeros.
Las cifras del hambre siguen aumentando: 345 millones de personas padecen actualmente hambre aguda, y 50 millones de niñas, niños y sus familias en 45 países estaban al borde de la inanición en 2021, 1,5 veces más que en 2019.
Mientras nos esforzamos por construir la sostenibilidad, el contexto actual es que en muchos países solo estamos tratando de mantener los logros de la última década. Para naciones como Afganistán, Somalia y Yemen, ni siquiera esto es posible. En estos y muchos otros países, los niños y niñas simplemente intentan sobrevivir, y las probabilidades están ahora firmemente en su contra.
Todas estas estadísticas pueden resultar abrumadoras y, sin embargo, detrás de cada una de ellas hay un nombre.
Arthur, de 11 años, Mushegh, de 8, y Rima, de 10, saben más sobre conflictos y desplazamientos de lo que ningún niño o niña debería saber jamás. Fueron desplazados por primera vez en octubre de 2020 de su hogar en Nagorno-Karabaj, encontrando refugio en la frontera de Armenia con Azerbaiyán. Su padre, profesor, perdió su trabajo y ha estado aprendiendo a criar ovejas.
Los niños perdieron primero a sus amigos, su seguridad, su hogar y su tranquilidad. Después, en septiembre de este año, un bombardeo destruyó varias casas de su aldea. Como consecuencia, las escuelas cerraron y miles de niños y niñas tuvieron que ser evacuados, muchos de ellos traumatizados de nuevo por los combates.
Los habitantes de la aldea ya no pudieron criar a sus ovejas y sus medios de subsistencia se vieron gravemente afectados. Los niños y sus padres ya no se sienten seguros y viven con el miedo constante a otro bombardeo.
Con más niños y niñas en riesgo de violencia y hambruna que en ningún otro momento de los últimos 10 años, es difícil saber por dónde empezar.
Sin embargo, si somos capaces de romper un eslabón de esta catastrófica cadena de acontecimientos, la vida de un niño puede cambiar drásticamente para mejor. Tenemos que denunciar la carga inaceptable que soportan los niños y niñas en estas crisis mundiales.
Tenemos que llamar la atención sobre el hecho de que el gasto en prevención de la violencia contra los niños está en su nivel más bajo desde que se empezó a informar, con sólo 64 céntimos por niño gastados en ayuda al desarrollo en el extranjero.
Tenemos que volver a comprometernos a mantener y mejorar el bienestar infantil en todas partes, para evitar que niños y niñas como Arthur, Mushegh y Rima caigan en el ciclo del trabajo infantil, la pérdida de educación, el matrimonio infantil y el hambre.
*** Eleanor Monbiot es responsable regional de World Vision para Oriente Medio y Europa del Este