La Unión Europea se fundó sobre las bases de la energía. La primera semilla fue la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), promovida por los franceses Robert Schuman y Jean Monnet. El Tratado de París de 1951 le dio forma entre seis estados (Francia, Alemania Occidental, Italia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos).
Posteriormente, el 25 de marzo de 1957, se firmaron dos tratados: el Tratado constitutivo de la Comunidad Económica Europea (CEE) y el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea de la Energía Atómica (CEEA o Euratom). Desde entonces hasta ahora, mucho ha caminado Europa, siempre con la energía en el punto de mira. Hoy, ya bien entrado el siglo XXI, volverá a ser la energía quien refunde nuestra europea unión. Y lo haremos gracias a las energías renovables.
El Tratado de Lisboa (que entró en vigor el 1 de diciembre de 2009) cimentó la arquitectura de lo que hoy conocemos como Unión Europea (UE). Y el Parlamento Europeo, con sus 70 años de vida, se ha convertido ya en un actor clave, gracias a la potente labor legislativa de los 705 eurodiputados que lo configuran.
Hablamos, por lo tanto, de una unión que no ha parado de crecer, de fortalecerse, de superar crisis y de sufrir desengaños, como el causado por el Reino Unido cuando en 2016 decidió salirse de la bandera con 12 estrellas doradas de 5 puntas, dispuestas en círculo sobre fondo azul.
Sin embargo, lo sucedido en 2022, con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, con el gas de trasfondo, ha marcado un trágico y dramático punto de inflexión. En una economía tan globalizada como la actual, las repercusiones de la guerra iniciada por el presidente Vladimir Putin el pasado 24 de febrero de 2022 son insondables.
Por este motivo, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, entre otras muchas acciones, ha impulsado acuerdos para mejorar el mercado energético europeo, instando a los 27 líderes europeos que concentren esfuerzos económicos y políticos en acelerar las inversiones en energías renovables (incluyendo la redacción de un reglamento de emergencia para agilizar al máximo la tramitación administrativa de parques eólicos y solares en toda Europa, así como una revisión de la Directiva de Energías Renovables).
También el Parlamento Europeo quiere extender el uso de las energías renovables, motivo por el cual una abrumadora mayoría de eurodiputados votó (el pasado mes de octubre) a favor de aumentar rápidamente el porcentaje de energías renovables en el consumo final de energía de la UE, un objetivo también respaldado por la Comisión Europea dentro de su paquete RepowerEU.
Se trata de impulsar una transición verde que permita a Europa realizar un despliegue rápido y masivo de tecnologías como la solar fotovoltaica o la eólica, para no depender de recursos importados o contaminantes, como el gas, el petróleo, el carbón o el uranio. Así, la UE debería proponerse una ambiciosa (y para nada imposible) meta: que el 70 % de su mix energético proceda de energías renovables antes de 2030, logrando así más autonomía energética, una economía más competitiva y una mejor protección del medio ambiente, contribuyendo, adicionalmente, a la descarbonización y a la lucha contra el cambio climático.
Las bases para lograr ese objetivo están sentadas, ya que desde 2019 contamos con el Pacto Verde Europeo, un programa de la Comisión Europea orientado a convertir el continente en un espacio climáticamente neutro en 2050, sin perder competitividad y garantizando una transición ecológica justa para todas las regiones europeas.
El Pacto Verde Europeo es, por lo tanto, una herramienta de lucha contra el invasor ruso. Y, sobre todo, el ariete para eliminar de cuajo la dependencia europea del gas (algo que debería ser prioritario para todos los gobiernos de la UE en estos momentos).
¿Qué necesitamos para hacer realidad eso objetivos climáticos y energéticos en Europa?
Algo muy sencillo. Necesitamos hacer algo tan revolucionario como lo que hicieron los padres fundadores de la Unión Europea hace 70 años: forjar un nuevo proyecto de la UE basado en la energía, pero, en esta ocasión, en las energías renovables.
Europa ha recorrido un largo camino, siempre con la energía en el punto de mira. Hoy, será la energía, una vez más, la que refunde la Unión Europea. Y lo haremos gracias a las energías renovables.
Los objetivos del tratado original eran asegurar el suministro de energía y alcanzar la estabilidad y competitividad de los precios. Las renovables pueden alcanzar estos objetivos hoy en día, ayudando, además, a luchar contra la inflación (gracias al abaratamiento de precios que traen consigo).
Las energías renovables en general, y las plantas solares fotovoltaicas en particular, ayudarán a cohesionar a las sociedades europeas. Porque son, sin duda alguna, la piedra angular para enfrentar tres retos cruciales:
1) La lucha contra el calentamiento global.
2) La necesidad de obtener soberanía energética (que se traduce en "seguridad nacional").
3) La necesidad de conseguir precios de electricidad mucho más asequibles.
Hay varios datos, muy reveladores, sobre las enormes ventajas que trae consigo la energía solar fotovoltaica.
En primer lugar, hace 15 años construir un megavatio de energía solar fotovoltaica costaba en torno a los 6 millones de euros. Hoy en día, apenas cuesta medio millón de euros erigir un megavatio solar.
En segundo lugar, la eficiencia de los paneles solares ha mejorado drásticamente en los últimos años, pasando de un promedio de casi el 15% de conversión de la luz solar en energía utilizable a una eficiencia del 26,81% con células solares de silicio (un récord mundial certificado por el Instituto Alemán de Investigación de Energía Solar Hamelin).
Además, la potencia nominal de un panel solar de tamaño estándar también ha aumentado de 250W a más de 500W. En consecuencia, cada año es factible producir más energía solar en menos espacio.
En tercer lugar, hoy es posible construir una planta solar fotovoltaica de 100 megavatios en menos de 9 meses. Plantas que generan energía durante más de 30 años. Muy pocas tecnologías energéticas pueden proporcionar estos niveles de eficacia y de eficiencia, simplemente usando la radiación solar (un elemento de la naturaleza infinito y a nuestra completa disposición).
¿Dónde encontramos los principales escollos para lograr desplegar las energías renovables en Europa? En dos frentes, fundamentalmente: en la obtención de permisos administrativos y en la consecución de las llamadas licencias sociales.
Los permisos administrativos se han convertido en una pesadilla para los promotores de energías renovables. En algunas ocasiones, las empresas deben esperar más de cuatro años antes de obtener la correspondiente autorización medioambiental, por ejemplo. Esta lentitud es un gran problema. Porque no es razonable esperar más de 6 meses para obtener permisos y evaluaciones de unas instalaciones que, en gran medida, son respetuosas con el entorno en el que se despliegan.
No hay forma de que podamos alcanzar la cantidad necesaria de megavatios solares que necesitamos en nuestras redes de transporte y de distribución antes de 2030 si tenemos que esperar años para obtener licencias administrativas que autoricen la construcción de parques de energías renovables.
De ahí la importancia de contar con una regulación específica y obligatoria que, sin menoscabar ni un ápice las exigencias de protección ambiental, permita tramitar aceleradamente proyectos de plantas solares fotovoltaicas. No es tiempo de recomendaciones vagas y no vinculantes. Es tiempo de tomar decisiones. Europa vive una situación dramática y, por lo tanto, necesita respuestas dramáticas.
Por su parte, las licencias sociales son también muy relevantes. Las plantas solares fotovoltaicas ocupan, inevitablemente, grandes superficies de suelo. Y tienen algunos impactos ambientales y paisajísticos. Nadie lo niega. Esa es la razón por la que algunas organizaciones de la sociedad civil tienen una visión negativa sobre esta industria. Sin embargo, no debemos olvidar que no existe ninguna planta de energía con nulas externalidades.
Todas ellas tienen costes de oportunidad y, de entre todas, la fotovoltaica es la que menos. Hay que elegir. Sin lugar a duda, los costes de oportunidad de los parques de energías renovables son muy pequeños en comparación con los beneficios que traen consigo. Beneficios que, lo comprobamos todos los días, se transforman en oportunidades sociales y económicas para aquellas áreas en las que se ubican.
Es obvio que los promotores de parques solares fotovoltaicos deben tener en cuenta que solo serán aceptables aquellas plantas determinadas por la sostenibilidad y con un impacto ambiental limitado. Además, también es necesario establecer un diálogo fluido con las comunidades donde se asientan las plantas solares.
Porque existe la obligación de construir legitimidad social en nuestro sector. Por una sencilla razón: porque la generación de beneficios tendrá que ser tanto para la sociedad como para las empresas que arriesgan su capital desarrollando energías renovables.
La fotovoltaica puede ser un motor de desarrollo rural, ayudando a establecer población en zonas afectadas por el reto demográfico, mediante la creación de empleos locales (directos e indirectos) en las diferentes etapas del ciclo de vida de cada proyecto (desarrollo, construcción, operación y mantenimiento).
A la vez, porque genera riqueza en los municipios cercanos a las plantas (tanto a través del pago de impuestos derivados de su actividad como a través de la reactivación de economías cercanas). Y, finalmente, porque puede proporcionar electricidad muy barata a los entornos poblacionales (mediante la creación de comunidades energéticas, por ejemplo).
Además, la generación de energía solar fotovoltaica encaja perfectamente con la economía circular, basada en un modelo económico que pivota en reducir al mínimo los residuos y promover entornos que sean lo más autosuficientes posible (a través del autoconsumo eléctrico).
Por otra parte, la implementación de este tipo de instalaciones es compatible con otras actividades vinculadas a la economía local preexistente. Es lo que ya se conoce como "agrovoltaica", que permite integrar los parques solares con el desarrollo de actividades agrícolas paralelas, ya que la superficie vegetal del emplazamiento no solo no se ve alterada, sino que, incluso, queda más protegida de las inclemencias meteorológicas, como están demostrando proyectos desarrollados por el Instituto Fraunhofer en Alemania o la empresa Powerful Tree en España, una starup vasca especializada en implantar energía agrovoltaica.
Del mismo modo, las instalaciones fotovoltaicas pueden ser herramientas muy poderosas para preservar los cultivos locales (que, en algunos casos, están seriamente amenazados por la degradación del medio ambiente debido al uso intensivo de fertilizantes y pesticidas), para proveer de "áreas de refugio" orientadas a regenerar la biodiversidad autóctona y salvaguardar las especies polinizadoras (esenciales para la sostenibilidad de la actividad agrícola), alojar cultivos protegidos o desplegar acciones de conservación de la tierra, la fauna y la flora.
Las ventajas son enormes.
Debemos reconstruir la Unión Europea sobre un nuevo acuerdo social, político e industrial que ponga las energías renovables en el centro del tablero.
Está en nuestras manos promover un despliegue rápido y masivo de estas tecnologías en toda Europa, para que sean nuestro principal suministro energético y, en consecuencia, la base de nuestro progreso, el progreso de sociedades más justas, más prósperas, más sostenibles, menos contaminantes y, sobre todo, más libres, más autónomas y respetuosas con el medio ambiente.
El uso de carbón, petróleo y gas caros, extranjeros y contaminantes está poniendo en riesgo la economía por una sencilla razón: porque estamos poniendo en peligro la vida misma. El sobrecalentamiento terrestre y de los océanos es un hecho científico: nos enfrentamos a una verdadera emergencia climática que debemos revertir cuanto antes.
Para detener estas tendencias climáticas destructivas, necesitamos acelerar la transición ecológica y energética, con la Unión Europea a la vanguardia.
Las energías renovables traen consigo una tríada esencial: permiten descarbonizar nuestra economía, ayudan a electrificar nuestra sociedad y aumentan la eficiencia energética, permitiendo que no necesitemos los carísimos combustibles foráneos procedentes, normalmente, de países inestables.
Por lo tanto, las energías renovables son una parte fundamental de la solución, de nuestra fortaleza y de nuestra independencia.
La refundación de la Unión Europea pasa por una decisión estratégica: inyectar rápidamente miles de megavatios de electricidad producida con energías renovables en la red y desplegar potentes interconexiones eléctricas paneuropeas que unan a los 27 países, pudiendo así compartir este bien tan preciado como indispensable.
Hoy en día no hay muchas más opciones viables para proporcionarnos electricidad barata, segura, autóctona y autónoma. Abrazarlas es una exigencia ecológica y un deber intergeneracional, con el objetivo de renovar con renovables la energía de la Unión Europea.
*** David Redoli Morchón es sociólogo y coordinador de Relaciones Institucionales de Solaria.