Más allá de la quietud es el significado en griego de la palabra metástasis. Un concepto poético para definir la colonización de órganos lejanos por parte de un tumor. Una enfermedad que anuncia tiempos de lucha, pruebas y demasiados errores.
En el caso específico del cáncer de mama la metástasis se detecta en algo menos del 10% de las pacientes desde el inicio. Sin, embargo, el 25% de quienes tenían el tumor localizado pueden acabar desarrollando una metástasis años después.
¿Qué es la metástasis?
La metástasis alude a la extensión del tumor por otras partes del cuerpo, diferentes al sitio donde se originó. Este proceso dificulta enormemente la erradicación de la enfermedad y compromete el funcionamiento del organismo.
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Muy poco se puede hacer en esta etapa, los tratamientos que funcionan en los tumores primarios no tienen los mismos efectos en las metástasis. Además, en la mayoría de las veces aparece de manera sincronizada en varios órganos.
Lo curioso es que muchas veces podemos erradicar el tumor primario, pero casi nunca somos capaces de tratarlo cuando aparece en otros sitios, a pesar de ser, en apariencia, el mismo tipo de cáncer. La estadística es escalofriante: la tasa de supervivencia relativa a 5 años de personas con cáncer de mama localizado puede llegar a ser del 99%.
Pero si el cáncer se ha diseminado a una parte distante del cuerpo, es decir, si se ha producido una metástasis, el número desciende hasta el 27%. Algo anda mal en la teoría que explica este proceso. Conocemos cómo frenar al tumor en su primer hogar, pero una vez que migra somos incapaces de hacerle frente.
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¿Por qué ocurre esto?
Si queremos combatir algo, tenemos que conocerlo. Existe un número impresionante de enfermedades curables y esto se debe a que, en un momento determinado de la historia de la ciencia, fuimos capaces de entender el porqué de su ocurrencia. Con el cáncer pasa exactamente lo mismo. Aquellos tumores que hoy son curables fueron investigados y conocidos a fondo para hallar sus puntos débiles. Pero la metástasis se resiste.
Según los textos científicos, la metástasis ocurre cuando algunas células tumorales se desprenden del sitio de origen, alcanzan el torrente sanguíneo, viajan a través de él y luego se emplazan en un órgano distante. Desde la primera vez que leí esta explicación pensé que no era posible de ninguna manera.
Vayamos por pasos. Los tumores son células que pierden sus funciones y se multiplican sin control. A esa pérdida de sus funciones la denominamos proceso de desdiferenciación, lo cual quiere decir que, poco a poco, tienen menos “habilidades”.
Una de las destrezas que ciertas células logran en un proceso de especialización es precisamente la llamada migración, es decir, la capacidad de moverse, de caminar dentro del cuerpo. Las células tumorales no poseen esta habilidad, por lo tanto, eso de que se desplazan desde un sitio hasta otro usando el torrente sanguíneo es un tanto difícil que ocurra.
Además, existe otro gran problema. Supongamos que, de alguna manera, los tumores puedan abandonar su nicho original y alcanzar la circulación sanguínea. En ese momento, nuestras defensas, esas células-policías-antidisturbios que patrullan todo el cuerpo en busca de “criminales” para eliminarlos, se activarían. En palabras sencillas, si varias células tumorales circularan por la sangre, probablemente serían detectadas por las defensas y eliminadas.
¿Cómo es posible que un tumor se expanda?
Existe una teoría que plantea una transformación de los tumores, un proceso que les confiere la capacidad de moverse con cierta libertad por el cuerpo. Sin embargo, surgen demasiadas dudas en cada uno de sus postulados. Ese proceso de transformación parece entrar en contradicción con la propia esencia de dejadez funcional de los tumores.
Mas no solamente esto, una de las grandes objeciones a la teoría de la transformación epitelio-mesenquimal —así la llamamos— es la escasa explicación que da para entender cómo es que la célula tumoral, una vez que abandona el sitio original, evade las defensas, los antidisturbios.
En ese sentido, y mientras los científicos defensores de esta teoría se devanan los sesos buscando demostraciones y explicaciones, otros hemos optado por desvelar el misterio desde un punto de vista diferente. La ciencia, afortunadamente, es diversa.
Si vamos directamente al proceso, sabemos que una vez que se establece un tumor en un órgano, hacia allí migran las células de las defensas con el objetivo de eliminar el cáncer. Se establece una lucha entre las defensas y el criminal.
Cosa que se puede entender como una especie de negociación entre bandos contrarios. En este rifirrafe celular, suele resultar vencedora la defensa, nuestros antidisturbios. Sin embargo, cuando esto no ocurre y el cáncer progresa tiene lugar un escenario propicio para el tumor, con procesos sorprendentes.
Por ejemplo, se puede dar una fusión entre los buenos y los malos. Es decir, se puede generar una célula híbrida, una mezcla entre el tumor y la defensa.
¿Cómo sería este nuevo ente?
Tendría características de ambos. Por una parte, heredaría la capacidad de duplicación incontrolada del tumor y su posibilidad de sobrevivir en ambientes tóxicos, con bajos niveles de oxígenos y alto contenido de radicales libres.
Mientras que las defensas aportarían su habilidad de moverse, migrar por el cuerpo y, un detalle extremadamente importante, una coraza que las haría invisibles a otras células defensivas que se encontrara en su viaje colonizador.
Si nos remontamos a la literatura clásica, esto sería un perfecto Caballo de Troya, cuya apariencia amigable ocultaría la carga mortal que guarda en su interior.
¿Es esto es posible?
Desde 2005 en mi laboratorio hemos puesto a convivir células de ambos tipos, tumorales y de las defensas, y luego de pasado un tiempo corto, alguna de las células tumorales, en especial aquellas que llamamos células madre tumorales, se fusionan con los monocitos, unas de las células pertenecientes a las patrullas antidisturbios que tenemos en nuestro cuerpo. Estos nuevos entes híbridos, los Caballos de Troya, son capaces de moverse con gran destreza por el cuerpo y colonizar órganos distantes.
Ya en 2020, con la pandemia en la calle y la mayoría de los laboratorios del mundo cerrados, comprobamos su existencia en un gran número de pacientes con cáncer metastásico de pulmón. Hace un par de meses dimos a conocer el mismo resultado en cáncer colorrectal.
Y, aunque aún sin publicar, ya sabemos que ocurre en el cáncer metastásico de mama. En todos los casos la proporción de estos caballos de Troya en la sangre de los pacientes con tumores se correlaciona directamente con la aparición futura de la metástasis en ellos. Simplemente estamos frente una explicación poco ortodoxa de la metástasis.
¿Y esto para qué sirve?
Detener la generación de los caballos de Troya probando inhibidores de la fusión o destruirlos selectivamente en el torrente sanguíneo son dos estrategias a seguir. Queda aún camino por recorrer, preguntas por responder e investigación por financiar para entender la génesis de este proceso y plantear una solución clínica contundente. La brecha está abierta más allá de la quietud, ahora es sólo cuestión de dinero.
No son milagros, es Ciencia.
*** Eduardo López-Collazo es físico nuclear, doctor en Farmacia, investigador y divulgador científico.