El Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, que se celebra cada año el 17 de junio, nos ha invitado a reflexionar sobre las medidas que deben tomarse ante estas dos grandes amenazas para la salud del planeta y de todos los que habitan en él.
Según la definición de Naciones Unidas, la desertificación consiste en la degradación de la tierra en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas. Es un problema circunscrito al suelo, aunque el agua -al que corresponde la sequía- tiene también una influencia importante en su desarrollo.
Teniendo en cuenta este contexto, las medidas para atajar la desertificación deben comenzar con la gestión correcta del suelo. Así lo entiende el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico (MITECO), que acaba de presentar el borrador de la Estrategia Nacional de Lucha contra la Desertificación en España.
El documento prevé la creación de nuevos instrumentos como el Atlas de la Desertificación, un Plan de Restauración de Terrenos Afectados por la Desertificación, una nueva normativa básica sobre protección del medio ambiente y una Ley Nacional de Conservación y Uso Sostenible de los Suelos.
Esta estrategia pone en valor la dimensión ambiental del suelo, de una gran importancia y a la que no siempre se le ha prestado la suficiente atención. De hecho, la gestión del suelo está conectada con todas las políticas ambientales en la que se está trabajando actualmente: aguas, sector forestal, agricultura y demografía.
Con respecto a esta última, la gestión del suelo tiene un peso fundamental en las acciones de vertebración del territorio y el impulso a las zonas rurales menos pobladas.
Reforestación y cultivos tradicionales
Una de las medidas fundamentales para combatir la desertificación se basa en la reforestación. En las décadas de los 40 y los 50 del pasado siglo, se realizó una ambiciosa política en este sentido, de modo que gran parte de las masas forestales con las que contamos actualmente proceden de esta actuación, y posiblemente haya llegado el momento de volver plantear una nueva reforestación de calado.
Otro elemento básico para paliar la desertificación a través de la gestión del suelo es el impulso de los cultivos tradicionales, que permitan una producción pegada a la tierra, más allá de la explotación intensiva, el monocultivo y la producción bajo plástico. Los cultivos tradicionales tienen dos grandes ventajas: permiten el arraigo de la población al territorio y al mismo tiempo evitan la erosión de los terrenos.
Por lo que respecta a la gestión hídrica, la reforestación de los cauces tiene también una importante función de prevención de la erosión de cara a fenómenos extremos como las lluvias torrenciales. De hecho, en lugares de España donde las torrenteras son habituales -como la cuenca mediterránea-, la cubierta vegetal tiene un papel fundamental en el mantenimiento de los cauces y sus terrenos adyacentes.
Para articular estas actuaciones contamos con el Plan Nacional de Actuaciones Prioritarias de Restauración Hidrológico-Forestal del MITECO, que es el marco general para el desarrollo de los trabajos de restauración, conservación y mejora de esta cubierta vegetal protectora.
Explotación racional del suelo
Como hemos visto, la lucha contra la desertificación debe partir de una política global y conjunta que abarque los ámbitos forestal, agrario y demográfico. Junto a la reforestación, el mejor modo de proteger el suelo es a través de su explotación racional y sostenible, lo que evita un abandono de los terrenos que sólo agrava el problema.
Así lo contempla la nueva estrategia del MITECO, que plantea impulsar “las soluciones basadas en la gestión y uso sostenible de la tierra para, en unión con otros instrumentos ambientales estratégicos, crear paisajes multifuncionales que maximicen la conservación de recursos naturales, faciliten la conservación de la biodiversidad, contribuyan a la mitigación y adaptación al cambio climático, y proporcionen un beneficio económico sostenible”.
Establecer el suelo como medio de generación de riqueza para las personas que viven en él es el mejor modo de implicar colectivamente a la sociedad en su conservación y su mantenimiento.
De esta manera se previene la erosión y se minimizan los incendios, al mismo tiempo que se aporta una fuente de ingresos para la población rural que facilita su arraigo. En definitiva, la prevención de la desertificación pasa por el desarrollo sostenible, que no está reñido con el crecimiento económico.
Desertificación y sequía, emergencias en paralelo
La desertificación está muy relacionada con la ausencia de agua, que hace que el terreno se degrade con mayor rapidez, pero, tal como hemos visto, la sequía y la escasez hídrica no son su única ni principal causa. No obstante, estas dos emergencias discurren en paralelo y amenazan gravemente la sostenibilidad del planeta, de modo que es necesario un enfoque medioambiental que las incluya a ambas.
Tras las alarmantes noticias sobre una inminente y grave sequía que se produjeron el pasado invierno, la emergencia inmediata se ha resuelto con las lluvias de primavera. Es ahora cuando hay que trabajar, cuando hay que realizar una planificación adecuada para estar preparados ante la próxima sequía, que sabemos que se va a producir en el futuro inmediato.
Y esta actuación preventiva debe basarse en tres grandes líneas: una planificación hidrológica que tenga en cuenta esta disminución del recurso; el impulso de políticas de reutilización del agua y el desarrollo de planes locales de prevención y manejo de la sequía.
*** Estanislao Arana es director académico del Foro de la Economía del Agua.